jueves, 29 de agosto de 2019

Agradecimiento

Hoy, 29 de agosto de 2019, a las 23.51 horas, y tras diez años de funcionamiento, gracias a lectores y comentaristas, a quien agradezco las intervenciones y observaciones, el blog Tochoocho ha alcanzado:

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Nunca lo hubiera imaginado cuando empecé a redactar este blog de notas y archivador de textos, fotos y filmaciones -útiles para clases de estética y teoría de las artes en una escuela de arquitectura.

Espero poder seguir, compartir y debatir durante algún año más.

Es un placer poder mantener abierto este blog -aunque ten solo me permita reflexionar en general sobre temas de teoría del arte y de la arquitectura .

Agradeciendo las observaciones y la lectura

Un cordial saludo

PS: seguiremos el próximo domingo, espero 



miércoles, 28 de agosto de 2019

DIDIER CORNILLE: ARQUITECTURA PARA LOS NIÑOS




















El profesor de dibujo e ilustrados francés Didier Cornille es una maravilloso intérprete de arquitectura moderna y de ciudades en libros infantiles, facilitando a los niños reconocer, aprender y apreciar el entorno construido, entendiendo cómo funciona y valorando sus mejores ejemplos.
Los dibujos, de nítidas líneas, sin sombras, casi bordados sobre una tela blanca, sintetizan perfectamente los principales rasgos de los edificios.









martes, 27 de agosto de 2019

El poder de los objetos

No es extraño utilizar la palabra corona para referirse a la familia real y, más concretamente, al rey o la reina. Esta expresión metonímica, que se refiere a un todo a través de una parte, es significativa: el monarca no porta una corona, sino que la corona designa al rey. En verdad, le concede el título. Un rey lo es porque porta una corona. La realeza, por tanto, se expresa a través de este objeto.

Siguiendo con las observaciones en este blog de una profesora (María), los reyes, en la antigüedad, tanto en Micenas como en el Próximo Oriente Antiguo, lo eran porque portaban corona y cetro.Estos objetos lograban la transformación de un mortal en un ser casi sobrehumano, divino, en algunos casos.
Se trataba de objetos mágicos, dotados de un singular poder, que transformaban a quienes los poseían. Este poder, mágico, concedida la gloria, la inmortalidad incluso. No se trataba de un ente inanimado, poseído por un humano, sino un ser, que irradiaba, que poseía al mortal, y cuya presencia determinaba la suerte, la condición del poseedor.

Cabe preguntarse si ésta no es la función de los objetos (de arte). Amén de  facilitar los encuentros, y de desactivar conflictos -no podemos encontrarnos con una persona, sobre todo desconocida, sin un intercambio de regalos, un acto casi ritualístico que pasa tanto por la entrega como por el lento descubrimiento, desvelamiento y mostración del regalo o de la ofrenda-, los objetos conceden un singular poder a las personas que se relacionan con éstos. Los reyes son mortales. Las coronas y los cetros perduran. Dan fe de la importancia de las palabras, los gestos, la presencia de los portadores. Son objetos que pasan de mano en mano, de padres a hijos. Permiten la continuidad de los linajes, y de las funciones. Los objetos no cambian; los portadores nacen, viven y desaparecen. Su recuerdo perdura a través de los objetos con los que se han relacionado.
No hacemos los objetos, sino que éstos nos hacen, nos realzan o nos hunden. Sin ellos no somos nada. Un rey desnudo es risible: nadie cree en él. A quien de verdad se honra es al objeto. Son objeto de nuestra veneración. No son propiamente humanos. De hecho, en la antigüedad, se creía que habían caído del cielo, eran dones de los dioses, fraguados por las mismas divinidades y cedidas, temporalmente a los mortales -a fin que éstos, en agradecimiento, rindan un culto eterno al cielo. Son los objetos los que nos mantienen en vida y dan sentido a nuestra vida, la orientan. Hasta los mismos difuntos resisten a desaparecer gracias a los objetos que los acompañan en el más allá, objetos que son lo único que perdura. 

CATE LE BON (1983): HOME TO YOU (2019)



sobre esta cantante británica (galesa), véase su página web

Meter un gol









El Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) podrá organizar exposiciones de obras "abordan la la huella de la represión y la desposesión colonial, así como el modo en que las potencias imperiales han ejercido el control mediante estructuras epistémicas como la cartografía política y la lengua" (según el diáfano enunciado del museo), pero la realidad es el monumento de bronce (de tres metros y medio de alto y tonelada y media de peso) dedicado a Johan Cruyff, de la escultora holandesa Corry Ammerlaan-van Niekerk  (1947), especialista en "estatuillas de empresa", que el Barcelona Fútbol Club ha inaugurado ayer.
 Hubo suerte. Véanse otras estatuas del artista.

lunes, 26 de agosto de 2019

¿Qué es una casa?

La casa es un refugio, un techo protector; un espacio acotado, medido, donde refugiarse. Una casa es un lugar cerrado, a la medida de los peligros que emanan del exterior. En una casa uno no se siente perdido. Aun sin tener en cuanta los peligros que anidan en el interior de una casa, propios de espacios vueltos sobre si mismos, que controlan todo lo que puede ocurrir dentro de ellos, pero que también los esconden de cara a fuera, permitiendo que se desarrollen sin levantar la liebre, lo cierto es que la concepción de una casa como un espacio sin aperturas al exterior la presenta como un espacio a la defensiva, que tiene sentido mientras existan peligros sobre los que alerta (o que crea), un espacio replegado que denota temor y que se niega a abrirse hacia el exterior.

Esta concepción fue corregida o critica por el filósofo francés Levinas. Partiendo de la forma de propia letra hebrea, la consonante b, que le lee también como una palabra que significa casa (b es bait, en hebreo -beit en árabe- y aparte de corresponder a la segunda letra del alfabeto, significa también casa), y que se grafía como un cuadrado con tras lados trazados y el lado izquierdo sin marcar, Levinas postuló que la casa era un espacio abierto al exterior, en el que uno podía recogerse, pero también acoger a los demás. La casa como tierra de acogida. El que la apertura mirara hacia la izquierda, es decir hacia el oeste, la dirección hacia la que el sol transita cuando declina, antes de desaparecer, significaba que la casa estaba dispuesta a acoger hasta a los muertos. De este modo, los vivos y los muertos, los presentes y los antepasados compartían un mismo espacio. La casa era el lugar donde moraban todas las generaciones, a las que la casa ofrecía un lugar seguro. Los muertos no habían vivido en vano. Desde la misma casa estaban junto a los vivos sobre los que velaban.

El lingüista Émile Benveniste, analizando la etimología de la palabra "ario", que significa tanto amigo como enemigo, así como dueño de una casa, defendió que la casa era el lugar de una metamorfosis decisiva para la vida. La casa es el lugar donde hostis se vuelve hostes, donde lo hostil se convierte, al ser recibido en un huésped, donde el hospitalario lo acoge. La casa, así, juega un papel decisivo en la desactivación de los conflictos. Se trata del lugar donde los enemigos, hasta entonces enfrentados, que viven para la guerra, se encuentran y sellan un acuerdo. Desde entonces, la guerra será sino imposible sí mucho más difícil de declarar. La hostilidad ha mutado en hospitalidad. Quienes solo se veían las caras en combate aceptan mirarse a los ojos y reconocerse. Quien recibe introduce su antaño enemigo en el seno de su casa, lo convierte en un miembro de la familia, lo integra de modo que las diferencias desaparecen. Se han vuelto cercanos y pueden compartir valores y espacios. Esta integración, esta aceptación del otro requiere la presencia de un espacio de acogida, espacio que trastoca los valores y trasforma lo distinto en lo mismo. El otro se vuelve como uno mismo. Todos somos moradores.

domingo, 25 de agosto de 2019

Arquitectura religiosa contemporánea









Una frase que resumía un largo artículo sobre arquitectura religiosa contemporánea, publicada ayer en un diario de tirada nacional española, ha dado lugar a un intercambio de opiniones:


X: Creo que el autor del texto no ha acertado. La afirmación es errónea

Y: ¿Por qué?

X: Es erróneo escribir que, a partir de ahora, las iglesias "sólo" pueden ser ascéticas y además consensuadas a partir de la participación de los usuarios. Eso es un error incomprensible.
Si alguna tipología es aún válida, y deseable la autoría y la desmesura, es precisamente en las tipologías arquitectónicas relacionadas con el culto religioso.
Ya sea católico, islámico o sintoísta.

[Nota: el artículo, pese a estudiar las causas formales y finales de la arquitectura religiosa contemporánea, se centra solo en templos cristianos, obviando, por ejemplo, la existencia de mezquitas (foto 2: mezquita en Teherán) que se apartan de las formas tradicionalmente asumidas y, a menudo, impuestas. Así el proyecto de la mezquita del Viernes Santo, del arquitecto jordano Rasem Badram, en Bagdad, nunca construida, es un buen ejemplo, como la reciente mezquita libanesa de Amir Shakib Arslan, del estudio de arquitectura L.E.FT]

Y: En efecto; la capilla del artista contemporáneo inglés Grayson Perry, Premio Turner, en el condado inglés de Essex -Dream House (foto 4), un templo profano, dedicado a una santa imaginaria del siglo XX,  basado en capillas de peregrinaje y en iglesias eslavas- , es un ejemplo de sobreabundancia decorativa actual (el templo está enteramente recubierto de azulejos con distintos motivos geométricos y colores).
La reluciente catedral ortodoxa de la Santa Trinidad (foto 3), del arquitecto Willmote, recientemente inaugurada en París, no se desmarca del templo profano de Perry.
Las iglesias (los templos) no son fruto del consenso, sino que son actos de fe, de confianza o de entrega -ciega o a sabiendas-, no de negociación. No se negocia con la divinidad, ni con el resto de los fieles (que no usuarios): no existirían comunidades religiosas, iglesias, en sentido literal, ya que éstas depositan su confianza, se entregan absolutamente, sin cálculos ni reticencias, sin dudas ni inquietudes, a una o a varias divinidades. La arquitectura religiosa no se distingue de los fieles. Un templo vacío no tiene sentido. No existe, al menos en las religiones monoteístas para las que el templo no es la morada de la divinidad sino un lugar de encuentro entre mortales e inmorales.

X: El templo del Santo Redentor, en la Laguna (Tenerife), de Fernando Menis [origen del artículo comentado, foto 1],  es todo lo contrario a ascético.
Es complejo, aleatorio y diverso en texturas y formas.

sábado, 24 de agosto de 2019

El extranjero

Advenedizo es una palabra que designa una realidad poco apreciada: una persona “venida a más”, de fama considerada poco justificada, juzgada como no preparada para las reglas de una comunidad, desconocedora de las mismas, ni merecedora del crédito que supuestamente se le concede. Un advenedizo es un rechazado, sospechoso por no pertenecer a un grupo en el que se ha introducido y en el quizá se ha impuesto, pese a no haber nacido en aquél.
Un advenedizo viene, en efecto, de fuera. No forma parte de un círculo, no tiene reconocimiento ni mérito.

Advenedizo “viene” de advena, que en latín significa extranjero (y por extensión, esclavo): es el que viene de fuera (ad), de lejos; del campo, del extranjero. Es agreste. No es una persona cercana. No es “de los nuestros”. El advenimiento es indeseado, inesperado. Perturba, altera el “orden público”, trastoca las “buenas costumbres o maneras”; no se “comporta”. Se le rechaza. Es un intruso.
Pero eso significa que nadie es un extranjero (o un extraño) de por sí; no existe un extranjero “naturalmente”, la naturaleza extranjera no tiene sentido. Se es siempre un extranjero con respecto a un grupo constituido. Es decir, todos somos extranjeros con respecto a otros. Los nativos, los autóctonos, también son extranjeros ante otros nativos. No “somos”, en esencia, de ningún sitio.

Un extranjero se diferencia de un grupo: no forma parte de él. Es, por tanto, una persona potencialmente hostil: es un extraño. No se sabe nada de él. Causa inquietud o miedo. Se desconocen sus intenciones. No responde a pautas asumidas.
El enfrentamiento es latente, quizá inevitable si no se interviene.
Es en este momento cuando las leyes de la hospitalidad cobran sentido. Desactivan la hostilidad.  Tienen como fin integrar al extranjero en una comunidad, de modo que se vea, se sepa qué hace, qué piensa. Compartirá mesa, valores y costumbres. Ya no se le juzgará  como un ser ajeno, un enemigo.

El extranjero venía de lejos; hoy está cerca de nosotros, somos cercanos. Ya no damos miedo. La hospitalidad era (y es o debería ser) un ritual gracias al cual todos nos convertimos en huéspedes los unos de los otros, bajo un mismo techo, alrededor de un mismo fuego.

viernes, 23 de agosto de 2019

Familia y esclavitud

Un fámulo es un sirviente, en lenguaje “familiar” - y hoy en desuso.
Esta palabra deriva del latín famulus, que significa esclavo.
De famulus deriva el sustantivo plural latino familia. Éste designa a la servidumbre o, más precisamente, al conjunto de esclavos que atienden en una casa, que forman parte de una “casa”, de una familia.
La moderna palabra familia se refiere a los habitantes de una casa; antiguamente también, pero solo al servicio, el fundamento de una casa bien atendida, independientemente de las relaciones de parentesco, de los “lazos de sangre”.
Del mismo modo, el sustantivo griego domo, casa, está relacionado -o deriva- de lo (los) que la sustentan, los dmoi: los esclavos
Ah, si lo supieran los defensores de la llamada “familia tradicional”...


jueves, 22 de agosto de 2019

CHARLES KOECHLIN (1867-1950): LA CITÉ NOUVELLE, RÊVE D´AVENIR (LA NUEVA CIUDAD, SUEÑO DE PORVENIR, 1938)



Composición inspirada en la obra Hombres como dioses (19239 de H. G. Wells.

Sobre este gran compositor francés, asociado a Satie, y maestro de Poulenc, véase, por ejemplo, este enlace.

De puertas adentro, de puertas afuera (el imaginario de las puertas)

La metáfora del hogar como un centro del mundo es habitual. La casa se percibe como un refugio desde el que se organiza todo el espacio. es un centro que irradia.
La puerta media entre el interior y el exterior. Cierra, defiende, pero también abre la casa a la intemperie. La puerta es frágil. Debe ser protegida. Ritos, aún hoy, buscan impedir que el "daño" se instale en el interior.
Puerta, en latín, se decía fores. Esta palabra estaba asociada a foris. Su significado es evidente: fuera. La puerta, entonces, situada entre el interior y el exterior, define, nombra el espacio exterior. Ambos, interior y exterior, se necesitan. Un interior requiere la presencia del exterior: es un interior con respecto al exterior. Y podríamos escribir que al exterior le ocurre lo mismo -depende del interior, se define con respecto al interior-, si no fuera porque la puerta da nombre al exterior. Una puerta, por tanto, relacionada con el interior, asociada a él, que mira al exterior y lo organiza.

Los espacios interiores y exteriores están poblados. El espacio exterior pertenece a los forasteros: quienes viven de puertas (fores) para afuera. Los forasteros son nómadas. No tienen un espacio propio, una casa donde asentarse. Son siempre ajenos a los valores del hogar. No pertenecen a ningún lugar. Cuando se echa a una persona del hogar, un intruso, un indeseado, un repudiado, se le pone de puertas afuera. La puerta lo expone al exterior, convirtiéndolo en un extraño, un forastero, un extranjero (en inglés, foreigner) que ya no será bien recibido, que no podrá cruzar ninguna puerta más. Desde entonces será un peregrino, es decir, un habitante del ager (del espacio agrícola), necesariamente sometido a todos los peligros.
Su lugar, en todo caso, es el bosque: forestis o foresta, en latín, forestaforêt y forest, en catalán, francés e inglés, el espacio forestal. Éste también se define con respecto a la puerta (fores): se trata de lo que la envuelve, del que la puerta se defiende, cerrando el espacio interior ante los peligros de la masa forestal. 
Este espacio no es necesariamente siniestro. Es el lugar donde acontecen las "fêtes foraines": las ferias (feria, en castellano, deriva del latín feria que significa festivo; por el contrario, forain, en francés, viene del latín fores. Los feriantes, como los forains, se desplazan constantemente. No echan raíces, no crean ni poseen un espacio propio. No se organizan un lugar. Las actividades que practican, las ferias o las fiestas "foraines", son temporales, ocasionales. No son propias de la vida cotidiana, asentada. Son acontecimientos excepcionales, que se desmarcan del tiempo regulado. No obedecen a regla alguna, al menos, escapan a las reglas profanas, propias de la vida común, en común. Los feriantes -los forains- no saben, no pueden vivir en comunidad. No son comunes, son seres excepcionales, ante los que hay que vigilar las puertas ya que acarrean valores, normas propios, distintos de los que organizan los espacios acostumbrados. Atraen e inquietan, como todo lo que pertenece a lo forestal, lo venido del exterior, necesariamente desconocido.
Una puerta, una simple puerta, tras la que nos refugiamos, o que abrimos, define nuestros valores y organiza nuestra visión del mundo.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Domus et dominus

La palabra casa tiene dos significados: nombra una estructura material, arquitectónica, y al núcleo humano (familia, clan, etc.), estrechamente relacionado con el volumen construido, que mora permanentemente en su interior. En este caso, la casa es sinónimo de linaje.

Casa, en griego, se decía domo; domus, en latín.
Pero domo solo designaba el edificio. Oikos, en cambio, se refería a quienes lo poseían y vivían en él. Oikos compone la palabra economía (oikos-nomos), que significa la ley o norma que regula la vida de una casa, es decir de quienes moran entre las cuatro paredes de una domo.
Domus, que se suele asocial a lo construido, se refiere, en cambio, solo a quienes viven en la casa. La casa entendida como una construcción, se decía aedes. De ahí, las palabras modernas de edículo (pequeña construcción), el  adjetivo edilicio (referido a la construcción), o el sustantivo edificio (aedes-faccio) que significa volumen hecho o construído.

Domus estaba emparentado con dominus. Aunque los radicales sean distintos, los autores latinos solían asociar ambas palabras. El dominus era el señor de la domus, y ésta el espacio en el que se manifestaba el poder del dominus, del padre de familia. La domus era su bien.

Domus está en el origen de dos palabras, también de origen latino: doméstico y domesticar.
Lo domestico es el carácter del espacio interior habitado. Se refiere a las cualidades de éste, no en tanto que construcción, sino que espacio que acoge, modela y expresa las relaciones humanas, teñidas por el ambiente del espacio, espacio, a su vez, marcado por las relaciones de quienes viven en su interior.
La domesticación es un apaciguamiento. Conlleva una transformación, un paso de la animalidad a la civilización, que permite que los animales puedan tener cabida en el espacio doméstico. Los rasgos asociados al espacio exterior, carente de límites, se adaptan, se amoldan a las mesura, a las formas de lo doméstico. Los animales se vuelven sociables. Aprenden a convivir juntos y con los humanos. En principio, la domesticación extiende las virtudes de lo doméstico a lo indómito.

Sin embargo, como comenta agudamente el lingüista Émile Benveniste (Le vocabulaire des institutions indo-européennes, 1: économie, parenté, societé -existe traducción española), la domesticación es una imposición. La domesticidad es la servidumbre: nombra a quienes están entregados al poder del dominus. Se ejerce una fuerza para controlar al animal. La domesticación es una carga que limita los movimientos del animal y le obligan a ceñirse a un determinado modo de vida. La domesticación coarta la libertad. Se doma el animal. Se le reduce a la fuerza.

La domesticación completa, matiza la imagen de los valores de la domus. La domus es el fruto de un acuerdo, de pactos, de rituales (matrimonio, nacimiento, fallecimiento, etc.), de un sometimiento , asumido o sufrido, a lo que la domus, las normas de la casa exigen. Cada casa -real, noble, etc.- (cada familia, cada linaje) tiene sus propias reglas que se tienen que respetar so pena de perder lo que la domus ofrece, volviendo a la intemperie, al estado salvaje o bárbaro. A cambio de protección, se pierde libertad de decisión. La casa es un hogar y una celda, un refugio y un encierro, donde cohabitan seres que se han entregado al poder de la domus, percibido como liberador o castrador.

martes, 20 de agosto de 2019

Entre la hostilidad y la hospitalidad

Las ciudades griegas no cesaban de hacerse la guerra. Se enfrentaban pero se reconocían, incluso cuando una dominaba a la otra, como poseedoras de unas mismos valores o creencias: hablaban dialectos griegos y compartían unas mismas divinidades, pese a que cada santuario estaba dedicado a una manifestación de la divinidad que no tenía por qué casar con la de otro templo.
Sin embargo, raramente se enfrentaban a invasiones no griegas. Las guerras médicas fueron una larga excepción, hasta la invasión definitiva macedónica. No parece que los griegos tuvieran diferencias irreconciliables con los fenicios, pese a explorar unos mismas costas, y no se dieron guerras entre ciudades griegas y los imperios egipcio (aunque existieron colonias griegas en el delta del Nilo), neo-asirio y neo babilónico. Tampoco los celtas causaron problemas.
Los extranjeros, a los que se daba entrada en la ciudad, si eran de ascendencia noble, eran griegos -o, con mayor precisión, hablaban griego (la nacionalidad griega no existiría hasta el siglo XIX). Por tanto, se les podía -se les debía- conceder la hospitalidad y sellar acuerdos de buena vecindad. Ningún grecoparlante tenía que encontrarse con las puertas cerradas.  Las leyes que regulaban sus vidas eran parecidas.

Los enfrentamientos entre pueblos muy distintos se dieron ya en época helenística y posteriormente romana. Fue entonces cuando se trazaron fronteras que tenían que defenderse. Los romanos aceptaban la llegada de "bárbaros" en los territorios que controlaban; podían incluso conceder el estatuto de ciudadano a quien no hablaba latín -o griego-, pero estas concesiones no se daban en caso de violentos enfrentamientos. Las ciudades, las casas daban la espalda a quienes eran percibidos como invasores, destructores del orden romano. Fue en época romana cuando la palabra latina hospes, que hasta entonces significaba tanto huésped -es decir, a la persona a quien se acogía en el seno de una casa, invitándole a compartir techo y alimentos- cuanto quien concedía la hospitalidad, cambió de significado. Ya no designaba a un próximo, a un conocido, sino a un extraño. De hospes se pasó a hostis (hospes y hostis eran palabras emparentadas, con una misma raíz; y esta diferencia tan importante de significado no es extraña o gratuita. En ambos casos quien llega es un desconocido, no forma parte de un clan o de una familia. Pero mientras que, en tanto que el desconocido es percibido como un hospes, se buscan lo que se pudiera tener en común, un idioma, unos valores o unas creencias, en tanto que hostis se señala todo lo que nos separa): un enemigo, opuesto en todo a quien, hasta entonces, le habría recibido con los brazos abiertos.
Esta cambio de percepción de quien tenemos ante nosotros no se ha dado solo en Roma.

Comunidad

Munus, en latín, era un sustantivo que tenía varios significados, bien entrelazados. Munus era, en primer lugar, una función, un cargo público. Este oficio, en el doble sentido de la palabra -una tarea institucional, y también manual, profesional-, se manifestaba a través de unos gestos, unas acciones. Se trataba de un trabajo que se tenía que cumplir, un deber. Una actuación que incidía en la vida pública, que afectaba, en principio para bien, la vida de las personas cercanas. Munus también designaba el fruto de dicha intervención, su resultado. Se trataba de una obra bien hecha. En este caso, munus era lo que "un" cargo entregaba a quienes le rodeaban y dependían de sus acciones y decisiones. Munus, por tanto, era un servicio público, y quienes lo realizaban eran servidores, personas serviciales: funcionarios al servicio de los demás, entregadas en la mejora de las relaciones entre miembros de una misma comunidad. Munus era un presente llevado a cabo y entregado por el una figura atenta (a las necesidades y requerimientos públicos). En tanto que aportación, munus era un regalo o un don brindado, graciosamente, por una figura pública (por ejemplo, juegos y espectáculos financiados y promovidos por estas personas escogidas).

Pero, en la antigüedad, un don no era gratuito. no era una gracia. Los dones se insertaban en un juego de ofrendas y recibimientos, que debían regularse y practicarse so pena de poner en peligro las relaciones tejidas por el tránsito constante de regalos y ofrendas que mantenían vivos los recuerdos, que recordaban la presencia de los demás, favorecidos o desfavorecidos. Los habitantes competían para saber quien era capaz de desprenderse de lo que tenía, es decir, quien tenía más. No se trataba de ser desprendido sin esperar nada a cambio. Por el contrario, quien ofrecía un don espera una contrapartida. Los que habían recibido un don se sentían deudores. Y tenían, pues, que compensar con un don aún mayor, dones que circulaban de mano en mano, permitiendo que todos los miembros pudieran disponer, en un momento u otro, de bienes recibidos durante un tiempo, antes de volverlos a poner en circulación, devolviendo el favor a quien lo había realizado en primer lugar.

Una comunidad era, así, un grupo que compartía unas cargas, haberes y deberes. Poseían, entre todos, unos bienes que pasaban de mano en mano. Cada miembro tenía la obligación de atender a los demás, sin quedarse con todo para siempre, sin acaparar nada. Los bienes solo se poseían un tiempo, antes de devolverlos a la comunidad. Se trataba de una asociación asistencial que compartía la abundancia y la miseria, sabiendo que nada se obtenía o se ganaba para siempre y que nadie quedaría desvalido permanentemente sin posibilidad de salir a flote.

Los miembros de una comunidad se ayudaban mutuamente -otra palabra derivada de munus-: eran capaces de ponerse en el lugar del otro, conociendo sus necesidades y sus aspiraciones. Una comunidad era una estructura que ayudaba a entenderse, aceptarse y ayudarse -sabiendo que toda ayuda no implicaba superioridad ni condescendencia sino la capacidad de simpatizar, sabiendo que un día, uno se encontraría en el lugar, en la misma situación que el otro, que compartirían bienes y faltas.

domingo, 18 de agosto de 2019

KATHERINE LINN SAGE (KAY SAGE, 1998-1963): CIUDADES EN RUINAS Y FIGURAS VELADAS



























Giorgio de Chirico: La surprise, 1914 (adquirido por la artista)

Norteamericana acomodada, formada en Italia, viviendo en Roma y en Venecia antes de la Segunda Guerra Mundial, Kay Sage no fue aceptada por los artistas surrealistas precisamente a causa de su fortuna, pese a que Breton y otros artistas vivieron a su costa, y aprovecharon las ayuda que les brindó para emigrar a los Estados Unidos huyendo de la Alemania nazi y el París ocupado por los alemanes.
Ni siquiera se sabe si su segundo esposo, el pintor surrealista Yves Tanguy (alcohólico) la aceptó, dado el maltrato psicológico y físico a la que la sometió hasta el final.
Con la muerte de Tanguy, a mitad de los años 50, Sage dejó de pintar hasta que se suicidó a principios de los años sesenta.
Oscurecida por la fama y la obra de Tanguy, y hoy casi olvidada, las pinturas de Sage, marcadas por las obras metafísicas de de Chirico -una de cuyas obras emblemáticos adquirió- representan ciudades desoladas, a medio construir. Más que ruinas, ciudades decaídas por el tiempo, son ciudades, en territorios planos que se pierden hasta el horizonte, sin obstáculos, cuya construcción ha quedado detenida, quedando tan solo estructuras, marcos de puertas y de ventanas (quizá de madera, la madera estructural con la que su padre hizo fortuna), que, en ocasiones, acogen o encierran a figuras humanas enteramente veladas.

Tan solo una reciente exposición en un remoto pueblo no lejos de Boston (EEUU), le ha devuelto cierta visibilidad. Era la quinta muestra antológica en cincuenta y cinco años.