PONENCIA INTRODUCTORIA DEL CONGRESO SOBRE LA HISTORIA DEL ESTUDIO GENERAL DE BARCELONA (SS. XV-XXI)
Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona
26-27 de abril de 2023
“Estudio es ayuntamiento de maestros et de escolares que es
fecho en algunt lugar con voluntad et con entendimiento de aprender los
saberes.”
(Las Siete Partidas
del rey Don Alfonso el Sabio, 2)
Fueron la existencia de un reciente organismo de la
Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), llamado UPCArts, y los actos del
cincuentenario de la fundación de dicha universidad, los que nos llevaron a preguntarnos
acerca del conocimiento que los miembros de dicha universidad, fuera de los
especialistas, teníamos de la historia, no solo de la Universidad Politécnica
de Cataluña, sino de la propia institución universitaria en general.
El estudio inicial se centraba en el origen mismo de la
Universidad. La documentación mostró que la organización administrativa de la
universidad, las clases y el calendario académico actuales se remontaban a los
orígenes mismo de la institución. Se evidenciaron cambios como el planteo de
los exámenes escritos y orales que los estudiantes debían desarrollar cada seis
años: que los estudiantes escojan cuándo examinarse no sería hoy de recibo.
El estudio de la documentación sobre el origen y la
evolución de la Universidad llevó a plantearse preguntas como las que el
historiador Ramón Pujades ha señalado: ¿por qué Barcelona, una ciudad más
importante, ya en la Edad Media, que Lérida, Huesca o Zaragoza, tuvo una universidad
años o siglos más tarde que las ciudades antes mencionadas? ¿Por qué el deseo
real de establecer una universidad en una de las principales ciudades del reino
de Aragón tardó tanto en materializarse debido a la oposición del gobierno
municipal, cuando la existencia de una universidad traía prestigio y beneficios
culturales y económicos?
Mas, ¿qué es una universidad? La palabra universidad se usaba poco antes del
Renacimiento, en favor de la palabra estudio (Studium) o de la expresión estudio general (Studium Generale). La palabra universidad designaba, en su origen,
un estamento gremial, no necesariamente “universitario”: una agrupación de personas
unidas por saberes o prácticas comunes, fueran éstos “escolares” o
“universitarios”. En plural, la palabra “universidades”, en nada tenía relación
con lo que el sustantivo designa hoy, puesto que se refería a pueblos, unidos
entre sí por lazos de amistad y que formaban una confederación, según las
distintas definiciones del diccionario de la Lengua Castellana del primer
tercio del siglo XVIII.
En todos los casos, sin embargo, la palabra universidad designaba a un
colectivo unido por lazos o intereses, entre los que se encontraba, aunque no
era el primer significado, el conjunto que hoy consideramos propiamente
universitario:
“se llama asimismo [universidad] el cuerpo, compuesto de los
Maestros y de los discípulos que enseñan y estudian en algún lugar determinado
variedad de ciencias, y forman en él comunidad, con subordinación a un
Superior, que llaman Rector o Maestre-Escuela”, según el diccionario de
Autoridades de la Real Academia Española, de 1739.
El sustantivo rector está relacionado con el adjetivo recto,
aquí con su sentido moral y no matemático o geométrico: un rector era quien
actuaba rectamente y dictaba reglas justas. Dada la necesaria unidad de los
miembros de dicha comunidad al servicio de un oficio común, un convento era el mejor
ejemplo de “universidad” que se destaca en el diccionario del siglo XVIII.
Si una universidad es un centro de estudios superiores que
entrega, al concluir los mismos, unos certificados que acreditan el saber
adquirido y la capacidad de aplicarlo, parece que la primera institución que
responde a estas características fue la Universidad de Bolonia, fundada a
finales del siglo XI. Centros de estudios superiores anteriores, en los mundos
musulmán, bizantino, hindú o griego, como la Academia de Platón, formaban a
estudiantes en materias que podían ser de difícil transmisión y adquisición,
mas no examinaban ni emitían documentos que certificasen los estudios seguidos
y superados. Por otra parte, “un” estudiante -casi siempre un clérigo, un
varón, aunque la noble Bettisia Gozzadini impartió clases de derecho en Bolonia
en el siglo XIII-, “un” estudiante, decimos, podía desarrollar una carrera
superior por etapas, en distintos Estudios Generales, toda vez que los
programas de cada centro europeo estaban homologados. Lo cierto es que, apenas
la apertura de un Estudio General en Bolonia, estudios semejantes se fundaron en
París, Oxford, Toulouse y Montpellier, éste último por la Corona de Aragón. Cada
estudio se especializó, concediendo una importancia especial a una de las
carreras. No obstante, casi todos los Estudios Generales incluían estudios de
Medicina, Filosofía, Artes liberales, Derecho canónico y Civil y, en París,
principalmente, Teología. Dichos Estudios Generales sucedieron habitualmente a
Estudios de Medicina y de Artes liberales, así como a escuelas catedralicias o
conventuales, públicas o privadas.
La necesaria formación de especialistas en derecho para la
creación o consolidación de administraciones públicas, posiblemente tuviera que
ver con la multiplicación de estos centros de formación superior en Europa.
Un Estudio General solía ser -con la excepción destacada del
Estudio General de Padua, de creación municipal-, una fundación real, que
requería una bula papal, sin la cual los Estudios no eran homologables. El
origen del Estudio General de Barcelona, en cambio, se remonta a la Corona de
Aragón, la Santa Sede, y el Consejo de Ciento (Consell de Cent) que interfirió en
las decisiones “superiores”, negándolas o aceptándolas con reticencias.
Uno de los primeros Estudios Generales fue fundado por la
Corona de Aragón: el Estudio General de Montpellier, finalmente vendido, junto
con la ciudad y el territorio circundante, al rey de Francia y Navarra Felipe V
el Largo, a finales del siglo XIII, debido a una crisis económica. Tras el
intento fracasado de un Estudio General en Valencia, la ciudad de Lérida
obtuvo, poco después, un Estudio General, organizado según el modelo del
Estudio General de Tolosa, si bien los estudios de medicina siguieron el modelo
de los estudios de Montpellier. Lérida fue la primera ciudad europea, antes que
París y su llamado Barrio Latino, en disponer de un verdadero campus.
Mas, Lérida no era la ciudad más importante de la Corona de
Aragón. Sus estudios tampoco eran destacados. Quienes decidían emprender
estudios de medicina preferían, en la medida de sus posibilidades, partir a
Montpellier. Lérida, al igual que Toulouse, no contó con estudios de teología,
dada la primacía e importancia de la misma en París. Tampoco eran ciudades
importantes Huesca o Zaragoza. Sí lo era Barcelona. Dado que Lérida obtuvo la
exclusividad de los Estudios Generales en los territorios de la Corona de
Aragón -que perdió cuando la fundación de Estudios Generales en Huesca y
Zaragoza-, la creación de un nuevo Estudio General en Barcelona no parecía
posible, salvo que se clausurara el Estudio General de Lérida (lo que no
ocurrió hasta el siglo XVIII), a lo que dicha ciudad se opuso con éxito. Este
éxito fue facilitado por el recelo con el que la propuesta real, con la
aprobación papal, de un Estudio General en Barcelona fue recibida por el
municipio de Barcelona.
Mas, no parecía que se diera acritud en la relación entre
los poderes real y municipal. Es cierto que los Estudios Generales gozaban de
inmunidad. Los conflictos no se dilucidaban a través de tribunales municipales
o reales, sino propiamente universitarios o eclesiásticos. El Consejo de Ciento
perdía así el control del Estudio General, convertido en un estamento autónomo
dentro del estamento municipal. Se aducía que Barcelona, por decisión real, ya
poseía un Estudio de Medicina, que asumía los Estudios de Artes Liberales. Los
disturbios en la comunidad estudiantil no jugaban a favor de la aceptación de
un Estudio General. La ubicación de centros de juego, tabernas y prostíbulos
cerca de los centros de Estudio y los alojamientos universitarios, tampoco
contribuían al sosiego, causando conflictos con los residentes. La sede de un
primer centro de estudios superiores en Barcelona, resultante de la unión de
escuelas mayores catedralicias, en la cercana villa de Vilafranca de los Arcos
-y no en Barcelona, precisamente para evitar algarabías-, tuvo que ser
desplazada al barrio del Call de Barcelona debido al mal estado del edificio
causado por el maltrato de los estudiantes. ¿Fueron las algarabías
estudiantiles, las que llevaron al Consejo de Ciento a negar un Estudio General
en Barcelona? ¿Fue el temor a no poder controlar un nuevo estamento
independiente? ¿Hubo una oposición municipal a decretos de la Corona? La inteligente
maniobra del rey Alfonso V el Magnánimo sugiriendo, pero no imponiendo, al
Consejo de Ciento la fundación de un Estudio General, con las aprobaciones
reales y papales, en 1450, permitió que el municipio autorizara libremente dicha
fundación. Ésta, sin embargo, no se hizo efectiva hasta un siglo más tarde, bajo
el reinado de Carlos I.
Podríamos aventurar otras razones que dieran cuenta del dificultoso
parto del Estudio General en Barcelona. La historia de la ciudad estaba
atravesada por la guerra civil (1462-1472) entre artesanos y mercaderes, que
configuraban la Busca, y nobles que formaban parte de la Biga, supuesto sostén
municipal y núcleo del Consejo de Ciento. Dicho enfrentamiento contó también
con la participación real de Juan II, hijo de Alfonso V el Magnánimo, en favor
de los comerciantes. El apoyo real en favor del Estudio General, en este caso,
pudo haber sido rechazado por la conexión entre la realeza y el comercio, y
haber postergado la fundación del Estudio General, pese a la inicial aprobación
de la decisión de Alfonso V. Las turbulencias en la ciudad pudieron agravarse,
ya en el siglo XVI, con el Erasmismo, por lo que habrían sido necesarios un
mayor número de universitarios en derecho canónico para “combatir” las
“herejías”.
Quizá se dieran otras razones para que el Consejo de Ciento
“sucumbiera” ante la petición real y activara la construcción de un edificio
específicamente universitario. La larga estancia en Barcelona de Ignacio de
Loyola llevó a la construcción de un monasterio y de un santuario, el conjunto de
Belén, donde empezaron a impartirse estudios superiores. Casi pared contra
pared, se estableció, en 1530, un centro de estudios superiores privado,
fundado por Jaime de Cordellas, con todas las bendiciones imperiales y papales.
Solo aceptaba a miembros de la familia noble fundadora -y, posteriormente, a miembros
de otras familias aristocráticas-. Se trataba de un centro que impartía los
mismos estudios que unos Estudios Generales, y que acabó en manos de los
jesuitas hasta la expulsión de los mismos a mediados del siglo XVIII. Si no se
instituía un Estudio General, los estudios superiores corrían el riesgo de
quedar en manos privadas, bajo la órbita jesuítica, escapando así al control
del Consejo de Ciento.
La influencia de la política siguió marcando la existencia y
el funcionamiento del Estudio General. La guerra de Sucesión europea, a
principios del siglo XVIII, conllevó el cierre del Estudio General, así como de
la Academia Desconfiada o de los Desconfiados (una academia literaria, nutrida
de alumnos del Imperial Colegio de Cordellas). Llevó también al traslado de las
carreras, que seguían aun pautas medievales, a una nueva universidad ubicada en
la lejana ciudad de Cervera. El exilio de estudios superiores de filosofía y de
teología no cerró, sin embargo, la puerta a la educación superior en Barcelona,
gracias a la instauración de la Academia Militar, con enseñanzas sobre
arquitectura militar y también civil, y la impresión de un primer manual de
arquitectura civil, a cargo de Pedro de Lucuce. Poco tiempo después se fundó la
Academia de Buenas Letras -que reemplazó a la clausurada Academia Desconfiada,
favorable a la fenecida casa real de los Austria-, y la Academia de las Artes y
las Ciencias, en el solar que ocupara el desprestigiado y destruido Colegio
Imperial de los Cordellas. Por fin, la Junta de Comercio obtuvo el permiso real
para abrir centros superiores dedicados a conocimientos útiles para el naciente
comercio textil: centros de idiomas, química (útiles para los tintes), diseño
(necesarios para los bocetos de los estampados), mecánica, taquigrafía, comercio,
navegación, derecho mercantil, agricultura, arquitectura, hasta un total de veintitrés
especialidades, que, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, serían
reunidos bajo una misma batuta, al mando de la recién creada Escuela
Industrial, ubicada, ya no en locales de la Lonja, sino en una seda fabril
abandonada, la fábrica Batlló, situada en lo que aún era la periferia de la
ciudad.
Los poderes políticos, municipal y real, no fueron los
únicos que moldearon al Estudio General. Los eclesiásticos también influyeron. Recordemos
que un Estudio General requería una bula papal para que sus enseñanzas fueran
compatibles y equiparables con las de otros Estudios. También tenemos que tener
presente el número de clérigos en las clases, que constituían la mayor parte de
los estudiantes mayoritarios; la nobleza, en cambio, solía abstenerse, en favor
de la carrera militar. La instauración del tribunal de la Santa Inquisición en
Europa, en particular en Roma -la llamada Congregación del Santo Oficio-, a
partir del siglo XVI, afectó la administración y la vida universitarias. Paradójicamente,
los métodos u objetivos de la Inquisición podían ser los propios de una carrera
“científica” dedicada a echar luz sobre lo desconocido. Inquisitio significaba búsqueda, investigación, y se aplicaba, en
la Roma antigua, a la búsqueda de la verdad -que, sostenía Cicerón, definía al
género humano- mediante preguntas. Carecía de cualquier connotación judicial o
de censura.
Pese a las muy relativas simpatías que gozaba el Tribunal de
la Santa Inquisición en Barcelona, y, en general, en los territorios de la
Corona de Aragón, ya desde el siglo XVI y hasta mediados del siglo XIX, el
Tribunal de la Santa Inquisición jugó un papel en la selección de los docentes
y de los estudiantes. Éstos tenían que presentar certificados de pureza de
sangre -que exigían la partida de bautismo y, en ocasiones, un atestado de vita et moribus, de buenas
costumbres, entregados por la parroquia-. Cualquier antigua condena por el
Tribunal de la Santa Inquisición conllevaba la imposibilidad de obtener dicho
certificado, necesario para el estudio y el ejercicio de una profesión basada
en estudios universitarios reglados, como la práctica de la medicina. Otro
certificado, de haber comulgado, también se solicitaba -una exigencia que
regresó en la postguerra española. La impresión de libros religiosos debía ser
autorizada por un obispo que aportaba el sello del Nihil Obstat -nada se opone- y el Imprimatur-, mientras que los libros de contenido profano
estuvieron sometidos al escrutinio, a partir de medidos del siglo XVI, de la
Sagrada Congregación del Índice, establecida en Roma, que fijaba el Index Librorum Prohibitorum (o Índice de
Libros prohibidos). En España, fue el Tribunal de la Santa Inquisición quien se
dedicó al establecimiento de dicho Índice.
El Estudio General aparece, así, como un cuerpo extraño al
orden municipal, que cuesta insertarse y ser aceptado por las autoridades
municipales. Ideado cuando las ciudades medievales se estaban reorganizando
tras los desmoronamientos del imperio romano occidental, y de la
reconfiguración política de la Península con los reinos cristianos godos y el emirato
de Al-Andalus, el Estudio General reorganiza la división de poderes entre el
municipio, la iglesia y la corona, y se instituye como un poder con su propio cuerpo
de leyes, cuyas decisiones pueden entrar en conflicto con las normas que
regulan la vida en la ciudad y sus relaciones con la corona. Pero, al mismo
tiempo que el estudio General suscita cierto rechazo en el municipio, éste
necesita de los beneficios que le aporta. Los títulos de doctor pasan a ser
títulos prestigiados para el gobierno municipal, y los licenciados salidos del
Estudio General pueden ser supervisores de las leyes profanas y religiosas que
regulan la vida ciudadana. Esta relación conflictiva ha marcado y marca aun hoy
en día las relaciones entre la ciudad y la universidad. Ésta, considerada casi
como una ciudad dentro de la ciudad, como un agente económico, cultural y
político, puede influir en el desarrollo urbano, no solo por el número de sus
miembros, sino por los estudios sobre la ciudad. Quizá la vida urbana causara
menos sobresaltos si los poderes municipales atendieran a los dictámenes de la
universidad, no marcados por las urgencias partidistas.