viernes, 27 de septiembre de 2024

Estética y arquitectura

 Quedó claro ayer tarde en un encuentro en Barcelona: algunos arquitectos reivindican la estética (una asignatura presente en los estudios universitarios de arquitectura hasta la reforma promovida a raíz de los planes de estudios, comunes para toda Europa, establecidos en Bolonia a principios de este siglo) o su sinónimo, la belleza, como un componente que debería estar presente en la composición de una obra arquitectónica y que se ha perdido o descuidado en los últimos decenios. La estética, juzgada irrelevante o añeja, volvería a estar sobre la mesa. No debería silenciarse o ningunearse. 

El estudio comparativo de los programas educativos de estética, desde los tiempos en que dicha formación, común con los estudiantes de bellas artes, se impartía en la academia, desde mediados del siglo XVIII, y posteriormente en facultades independientes a partir de mediados del siglo XIX, hasta principios del XXI, hasta los programas impartidos hoy, descubre que la importancia concedida entonces a la teoría, la filosofía, y la estética (kantiana) ha disminuido. De hecho, se confunde composición de un objeto y estética o enjuiciamiento del mismo.

Belleza y estética no son sinónimos aunque son términos relacionados. La estética sería el estudio de la belleza, o de su percepción. Es decir, sería el estudio de las condiciones necesarias que se deberían seguir para percibir correctamente una cualidad o propiedad objetiva de un objeto: su belleza, entre otras cualidades sensibles.

La estética no es, por tanto, una cualidad inmaterial, sino una “ciencia” que evalúa cualidades y da fe de su realidad; descubre en qué consiste la belleza, y estudia su posible importancia, cómo afecta a un objeto y cómo influye en la percepción y comprensión del mismo. 

La estética nombraría el conjunto de conocimientos y procedimientos necesarios para poder descubrir y evaluar la belleza propia de una obra.

La belleza se definiría como un componente de una obra. Una capa, como se describe en ocasiones, que se suma a la materia y la forma, y que resulta de un adecuado juego de proporciones y materiales junto con una ejecución habilidosa. La adecuación entre la forma y el contenido, siendo la forma capaz de comunicar eficaz y claramente un contenido, también sería una  condición que permitiría que un objeto se dotara de belleza y que ésta fuera manifiesta, que fuera visible.

Pero la belleza no tiene porque ser una cualidad objetiva. No está claro que se encuentre en un objeto. Podría hallarse en nosotros, en nuestra mirada. Aquellos objetos que nos complacieran, que nos emocionaran, por las razones que fueran -nuestra “sensibilidad”, nuestra educación, nuestra “manera de ser”, todas ellas cualidades o características nuestras indefinibles o inasibles, pero existentes y constituyentes de lo que “somos”-, serían calificados de bellos.

 La belleza sería así una cualidad que atribuiríamos a las cosas que nos gustaran, nos atrajeran. Esta definición de la belleza, presentada como una reacción, una exclamación ante un objeto que nos sedujera, no es actual;  existe desde la antigüedad.

Si la belleza fuera una propiedad de las cosas, constituida por el brillo o la luz, como se consideraba en Mesopotamia, la proporción, según afirmaban los griegos, o la expresividad, según la patrística (o teología cristiana), no daría pie a discusión alguna. La belleza podría ser evidente o no, saltar a la vista o no, pero su existencia estaría fuera de toda duda. Su invisibilidad, su desconocimiento no sería consecuencia de su inexistencia sino de nuestra incapacidad perceptiva.

La belleza, así considerada como una propiedad de las cosas, en la mayoría de los casos, emanaría y subyugaría. Lo único que podríamos hacer es dar fe de su presencia ante nosotros. Todos nosotros estaríamos de acuerdo en que un objeto “sería”, esencial u objetivamente bello.

Mas, ¿es así? ¿la belleza es “evidente”, y reina el acuerdo sobre su existencia en las cosas? ¿No cabe la duda, cierta incredulidad ante su supuesta materialización?

¿Somos en ocasiones insensibles, estamos faltos de sensualidad para discernir la belleza? O acaso ¿existen objetos que no consideramos bellos porque no nos afectan, nos emocionan, nos deslumbran, y nos dan qué pensar? 

Si este cuestionamiento de la existencia de la objetividad de la belleza -de su pertenencia o adherencia a un objeto- fuera cierto, la existencia de la belleza dependería de nuestra sensibilidad ante una obra, de cómo ésta nos “entra”, de cómo la percibimos, y de cómo nos afecta su descubrimiento. Bellos serían entonces cualidades que atribuiríamos a lo que nos place o nos complace.

Siendo todos relativamente distintos, teniendo “personalidades” y formaciones no siempre coincidentes, sería normal o previsible, que no reaccionáramos al unísono ante un objeto. Lo que atrajera a unos, disgustaría a otros. Lo que pareciera bello -y fuera calificado de bello-, sería denunciado y descrito como deplorable (feo, molesto) por otros.

Definida así, la belleza daría pie a discusiones. Discusiones inevitables y sin visos de alcanzar acuerdos definitivos. Alguien, disgustado, podría cuestionar una consideración previa, y poner en duda la supuesta belleza atribuida a un objeto. 

En tanto que la belleza no dependería de condiciones fijas, establecidas, mensurables, sino que dependiera del sentimiento y la sensibilidad, de la piel más o menos fina ante la presencia de un objeto, cualquier calificativo puede ser revocado, y cambiado: un objeto no sería bello, como se habría determinado, porque yo no lo consideraría bello. No me placería y, por tanto, no podría ser descrito como bello. Mi consideración personal sería tan válida como la de cualquiera. Pero tendría que exponerla. No se daría por sentado.

La belleza así definida, es motivo de debate. Configura un corro, una comunidad que trata de llegar a un acuerdo sobre las supuestas cualidades de un objeto. Se erige como el centro de discusión. Quienes discuten contrastan puntos de vista, comparan experiencias, tratan de comunicar cómo reaccionaron ante un objeto, y tratan de hacer partícipes a los demás de sus sensaciones, reacciones y recuerdos. 

La belleza, o la discusión acerca de su esencia y existencia, organiza la vida, da vida a una comunidad. Cada miembro siente la importancia de sus juicios. Todos son equivalentes, ninguno se impone sobre los demás. Cada dialogante trata de ser claro y convincente, de ganarse a los demás, exponiendo sus puntos de vista, sometidos a consideración. 

Ante una definición de la belleza como una cualidad objetiva, todos inclinan la cabeza ante una evidencia. La obra somete a una comunidad, la domina. Cualquier voz discordante que pone en duda la belleza de un objeto, es herética. Y quien la ha emitido debe ser apartado o condenado.

Mas si la belleza es subjetiva -es una cualidad que atribuimos a las cosas con las que nos sentimos a gusto-, todas las opiniones o juicios son válidos, y discutibles. Deben ser discutidos, comparados, evaluados, cediendo la palabra alternativamente, y enseñando que toda voz debe ser escuchada en silencio, con respeto, para ser replicada a continuación.

Esto es lo que sería la estética: la discusión viva y vital sobre lo que los afecta personalmente y afecta a todos los que formamos parte de una comunidad, o la humanidad.

 La estética dialoga sobre el bienestar, sobre cómo nos encontramos ante las cosas y los acontecimientos,  y nos enseña a compartir ideas y valores, y a saber escuchar a los demás, estemos o no de acuerdo con otros puntos de vista. Ninguno es válido para siempre. Todos pueden y deben ser planteados, evaluados, atentos a si se comparten, sin que ninguna pueda ni deba imponerse. La aceptación de determinadas voces debe ser libre y consensuada.

Si, la estética es importante. Nos hace humanos: revela nuestra disposición y capacidad de atener a los demás, de prestarles la debida atención y de esperar que se nos escuche. Nos invita a hablar y a escuchar. La estética es el fundamento del diálogo.


Para los arquitectos Lola Domènec, Lucas Dutra, María Buhigas, Enric Batlle e Ignasi Pérez Arnal, responsables de estas consideraciones. Agradecinirnyo para darnos de qué hablar 



No hay comentarios:

Publicar un comentario