Nínive, capital imperial neo-asiria, maldecida en la Biblia
Una maldición que el Estado Islámico asumió como un deber al asolar la vecina ciudad de Mosul, destruirla, asesinar a sus habitantes, musulmanes chiitas, cristianos y judíos, y saquear el yacimiento arqueológico de Nínive, con bulldozers y minas, en el aciago año de 2015.
El ejército iraquí huyó en desbandada.
Cuando logró recuperar el control de la ciudad, dos años más tarde, se encontró con una ciudad devastada, trescientos mil habitantes -de un total de dos millones y medio antes de la toma y destrucción- famélicos, y una ruinas en las que el zigurat y los principales templos habían sido borrados.
Desde entonces, la dirección general de antigüedades de Iraq, e universidades norteamericanas, tratan de restaurar en lo posible el yacimiento. Se han producido hallazgos espectaculares, como una escultura de un toro alado, guardián de las puertas del palacio, que escapó a la furia iconoclasta del ISIS -y los expolios para la venta posterior de antigüedades-, y se ha despertado el interés de la población, universitaria al menos, por el estudio y la preservación de la antigua capital imperial. Un parque lineal, cabe la muralla de Nínive, invita con éxito a los ciudadanos a acercarse y familiarizarse de nuevo con un pasado aún minado.
Una ponencia presentada hoy en el congreso anual del ASOR (Américas School of Oriental Research) en Boston así lo atestigua.
Hasta que los bombardeos israelíes e iranís se crean los nuevos ejecutantes de la furia del dios vengativo.