lunes, 25 de mayo de 2009
Castillo encantado
Las armerías me aburren tanto como los museos de ciencia o los de arte contemporáneo. Vislumbrar la sucesión de salas llenas de armaduras, espadas y crespones, a veces con maniquíes emplumados, dar media vuelta y salir corriendo, son todo uno.
Que cierren el Museo Militar de Montjuich en Barcelona no me produce, pues, ningún desgarro. Pero, ¿por qué se cierra?
Si he visitado, creo, una sola vez, el museo militar, no he ido nunca al de perfumes, el calzado o las carrozas funerarias (que de todo hay en Barcelona), y no por eso creo que tengan que ser cerrados.
Es cierto que el ayuntamiento tiene una política de ir clausurando museos. Tras los de las artes decorativas, textil o Clará, le ha llegado el turno al militar. Los argumentos, empero, no son los mismos. Y son turbadores.
Una de las explicaciones aduce que la colección tiene escaso valor. Sin duda es cierto. Con este argumento se deberían cerrar la mayoría de los museos de Barcelona, el MNAC o el MACBA, por citar dos ejemplos. La mediocridad de muchas de las piezas es a veces flagrante. Pero siguen abiertos. Por otra parte, comprar obras puede ayudar a mejorar las colecciones. Es lo que se ha hecho, por ejemplo, con el MNAC, recientemente. Creo que se ha enriquecido con alguna figurita.
Se destaca también, como un mantra, que el museo lo inauguró Franco. La pena es que el Museo Picasso también. O su representante Porcioles, tan condecorado por el ayuntamiento.
No, las autoridades sostienen que el museo militar no es compatible con la nuevo función del castillo de Monjuich y con el recién creado Centro Internacional por la Paz, cuya invención huele a justificación apresurada, salida de la chistera, para compensar por la pérdida del museo. Recuerda la creación del Forum, tras el patinazo que supuso el anuncio imprudente de una Exposición Universal.
Turba la visión angelical de la paz. Si se tuvieran que cerrar todas las instituciones y las obras que evocan la guerra y la violencia, se debería empezar por tapiar el ayuntamiento y la Generalidad que autorizaron (o ¿promovieron?) los pogromos contra los judíos (los primeros de la historia moderna en Europa, por cierto) en el siglo XIII, creo. Cerrar los templos cristianos, luego, símbolo de la imposición de una religión y una visión del mundo particularmente cruel. ¡Pero si Barcelona "disfruta" de un "templo expiatorio"!
Los museos de arte y arqueología no deberían escapar a este afán purificador: las vitrinas polvorientas están llenas de sílex tallados, de puntas de flecha (que no servían para apuntar al cielo, precisamente), arcos, hachas, cuchillos, lanzas, proyectiles; de cruces, como en una sala agotadora del museo Marés, que, recordemos, no es un símbolo de paz, sino un instrumento de tortura particularmente refinado. Y ¿qué decir de los retablos medievales, la pintura religiosa cristiana, en las que no puede sino percibirse un cierto regusto morboso, un placer en la mutilación, el espellejamiento, el descuartizamiento, en los peores suplicios y humillaciones que el hombre ha podido inventar? ¿Prohibiremos la representación de esas escenas? ¿las tragedias griegas? ¿el deporte, la acción más violenta y humillante que cabe imaginar?
Las colecciones de soldaditos de plomo, tan bien formados, del museo militar, son como belenes o casitas de muñecas ante el descarnado, impúdico muestrario de horrores de la pintura cristiana, y católica en particular.
El propio nombre de Montjuich evoca la violencia cristiana contra los judíos. Espero que las autoridades no decidan cambiar el nombre del peñasco. Como si las palabras tuvieran la capacidad de torcer, de enderezar los hechos, o de disimular los que no nos gustan.
Por otra parte, una parte de la mansiones decimonónicas y de principios del siglo XX, hoy consideradas como obras maestras de la arquitectura y promovidas como objetivos turísticos, se construyeron con las fortunas que amasaron los grandes empresarios y comerciantes, negreros casi todos. ¿Cómo se hubiera podido edificar La Pedrera si no es con el trabajo de los esclavos? Después de todo, Barcelona debe ser una de las pocas ciudades con una plaza y un monumento a un esclavista notorio, Antonio López. Que yo sepa, no se ha encargado a ningún arquitecto moderno que acabe con este umbrío enclave.
Lo que más sorprende, sin embargo, es el desconocimiento de lo que la civilización implica, es decir de la que constituye, que funda y define el género humano. Civilizar implica el establecimiento de límites y de normas. Se trazan fronteras, se ordena el espacio, se edictan leyes. Ordenar (poner orden, pero también mandar) conlleva ejercer la violencia, someter la naturaleza y los entes vivientes. Una edicto es un mando. De obligado cumplimiento. Lo que implica la definición de castigos si la orden se transgrede. Educar, formar, edificar, son acciones que requieren el ceñimiento, por tanto un acto impositivo, sobre lo que debe ser extraído de su condición bruta, salvaje, que debe, lo quiera o no, abandonar. El humano se hizo humano cuando tomó el control del mundo. Y cuando fundó el sacrificio (necesariamente violento) para santificar su dominio, y obtener el beneplácito, o el perdón, de los dioses. En el paraíso, no se distinguía de los animales. El conocimiento le estaba vetado. Obtenerlo implicó una transgresión. Y un castigo. Que aún hoy se paga. Con sudor y lágrimas. Y solo la divinidad pudo controlar con la palabra (coercitiva, también). El resto de los vivientes tuvieron que recurrir a la fuerza, física. Al imperio de la ley. Los animales no tienen armas. Por eso se devoran entre ellos.
¡Acaso los republicanos han olvidado cómo se ha impuesto dicho sistema político? En el imperio ateniense, saqueando los pequeños estados vecinos, y gracias a los esclavos; en Francia, en el siglo XVIII, por medio de la guillotina y el terror. ¿Cómo, sino?
¿Gracias al diálogo? Pero el dia-logos es la palabra compartida, partida (dia) en dos; fragmentada. El diálogo es una justa, una contienda verbal donde se acaba imponiendo un punto de vista, rindiendo uno de los contendientes. Un diálogo sin vencedor es palabra muerta. Para Sócrates la conversación se acababa cuando el otro se sometía, aceptando el punto de vista del filósofo.
La orden de cierre del museo porque éste no entra en la visión de las autoridades, ¿no es un acto violento? Se ordena cerrar, en contra de la opinión, del deseo de otras, muchas o pocas, personas. Y la orden se lleva a cabo.
La visión beatífica de la paz que obvia la realidad de la guerra, de la violencia, no solo es simplista, sino que denota ignorancia, error. Y máxima hipocresía. Barcelona se hizo, como cualquier ciudad, con violencia. Y no solo hoy que goza de una de las policias más violentas de Europa. Se creó, se impuso y se defendió con las armas. Y obviar la existencia y el uso de las armas, es olvidar que ése debe ser regulado. No querer ver las armas implica creer que el ser humano es angelical. Y ya sabemos lo qué ocurre cuando los hombres se creen unos seres superiores.
Hoy me has hecho recordado esa satírica inscripción de Kant al hablar 'Sobre la paz perpetua' (Zum ewigen Frieden para los amigos), inscripción sólo emplazada ahí donde los hombres pueden encontrar la paz: ¡en el cementerio! Al ser humano -civilizado- le es inherente esta cuestión violenta; imponer leyes, como dices, no es sino alterar el curso natural de las cosas para hacer que algo funcione, se rija, por normas externas.
ResponderEliminarEso sí, por muy provinentes del mundo político que sean, tendrían que ser normas, leyes universales para aplicar en todo caso posible, y, según parece, sigue primando aquí la conveniencia subjetiva de cada momento, de qué les interesa más y qué menos y de sus tejemanejes de palabrerías publicistas.
Como conclusión final, sólo cabe añadir una palabra: 'Arg'.
Tocho responde
ResponderEliminarTienes mucha razón. La paz sólo reina en los cementerios. La vida es lucha constante. Contra el tiempo que se nos escapa, por ejemplo.
Las normas deben regular. Y para lograrlo, deben ser aceptadas. Es decir debe existir un poder que las aplique, y aplique castigos si no se cumplen. Debe forzar a qué se cumplan. Una ley es un camino que se debe seguir. Y del que no se puede salir. So pena de quedar fuera de la ley.
Que las autoridades renieguen de un museo militar (que, repito, no me interesa nada, al igual que tantos museos, pero mi gusto no es universal) para promover, impositivamente, un centro de la paz, sería risible si no denotara, no solo mala conciencia, sino mala fe.
Un centro de la paz debería tener siempre presente las armas. Las pipas de la paz se fumaban con todas las armas depositadas en el centro. Pero a la vista de todos, no escondidas, vergonzosamente. Pues, al esconderlas, primero, se demuestra tener una pobre opinión de los ciudadanos, tratándolos como a unos niños, a unos simples de espíritu, a unos subditos, en fin; y, por otra parte, da pie a todas las fantasías, a los miedos. ¿Hace falta recordar qué ocurrió con la noción de "las armas de destrucción masiva" escondidas?
La verdad es que el otro día leía el libro de Burkert (sobre lo oriental en Grecia) y me hizo pensar en el asunto de lo dual, de lo contrapuesto.
ResponderEliminarEn este caso... ¿cómo quieren presentar lo que la paz representa si no es como contraposición a la guerra? (algunos se imaginarán casas de chocolate y aceras de caramelo...! jeje) Me refiero a esto que dices que parece que se muestren avergonzados de la mera presencia de unas armas, como si con ello la culpa del ser humano les fuera transmitida por la vista.
Aun así, al fin y al cabo, lo que me resulta más escabroso es que conviertan un juicio más o menos individual o colectivo (palabrerías o voluntades políticas varias, variables en función del tiempo que falta para las elecciones) en una ley, en un teórico universal 'para todos'. Pero siempre, siempre, acaba siendo de forma interesada.
PD: Yo tampoco tengo especial agrado por tales museos, pero el cerrar unos sí y otros no pasa por aquellos intereses personales semiocultos, de esos que no se reconocen pero están ahí.
Profesor, parece que estemos en plena adolescencia!!!, es usted radical en todo!!!, ¿ a que museos podria ir si voy a Barcelona, que no sea el Picaso ( por aquello de los amigos)?. Hablando de normas y de cumplimiento, si que en sus palabras deberiamos hacer muchos matices, pero sinceramente me ha parecido un pequeño dictador, cuando lo consideraba como un pequeño liberal, sera una idealista, pero creo que para hablar de paz, lo unico que no se necesita son armas, se necesita dialogo y voluntad de ceder algo, para poder conseguir algo. Por mucho que lo intento no consigo entenderlo, ¿ en que escala de la evolución humana, me he perdido?
ResponderEliminarTocho responde a Glauka y a Ángel
ResponderEliminarSí, es cierto. La noción de paz solo se puede concebir no solo en relación antitética con la de guerra sino que en su mismo seno ya lleva implícita la contienda. Así, por ejemplo, dialogar es un juego, semejante a una contienda en la que se cede, siempre voluntariamente, ciertamente, con-vencido por el otro, hasta llegar a un acuerdo. Pero este acuerdo es fruto de una lucha, no cruenta, ciertamente, sino lúdica. Mas entre el juego y la guerra apenas hay diferencias, como bien se sabía en la Edad Media.
Hablar de paz es hablar de guerra. Y por tanto es necesario conocer las armas, las armas del vecino (sus trucos, sus ardides, sus artilugios), para desarmarlo. Siquiera negociando, dialogando.
En Grecia una misma palabra significaba arma y útil. Un arma puede ser un arado: hiere la tierra. Pero nos beneficia. Y nos hace humanos. Ambos, útiles y armas, son fruto del ingenio del hombre para hacerse con el hombre.
¿Por qué admiramos el escudo de Aquiles, el arco de Apolo, la espada del Cid, y no un cañón? ¿Arma mortífera? Sin duda. ¿No debería haberse ideado y realizado? Posiblemente. Pero es un mecanismo admirable por su perfección. El objeto, en sí, no tiene calificación moral. No es bueno ni malo. Sólo es hermoso (si cumple el fin para el que ha sido compuesto, independientemente del fin que sea). Sólo se puede calificar la acción que recurre a dicha arma. Las armas y los útiles no tienen nada que ver con la ética. Solo la voluntad del hombre (al concebirlas y fabricarlas, y al utilizarlas) merece ser éticamente calificada.
Pero, en política (y también en la vida diaria), no siempre se hace lo que se tendría que hacer sino lo que se espera que se haga, lo que queremos que los demás piensen de nosotros. Y en política, se depende decisivamente del juicio del otro. Incluso económicamente, como se ve estos días.
Usted empieza hablando de armas, armas de guerra, maquinas de guerra, maquinas para matar y despues hace un sofisma hablando de laguerra dialectica ???? Empezamos el tema hablando de objetos de guerra. Estoy de acuerdo que el objeto en si, no tiene calificación moral, pero estara usted de acuerdo que las maquinas de guerra, no estan pensadas, para organizar un happening??
ResponderEliminarEstimada Glauka
ResponderEliminarTiene razón. Las armas no están pensadas para ir de fiesta. Pero cavilemos. Un cuchillo, un puñal, sirve para cortar: lo que sea, incluso una vida. Está concebido para cortar, y tiene que cortar bien. Lo que corte, hacia que se dirija, contra que se apoya el filo y de una tajada, depende sin embargo de quien lo utilice.
En verdad, cualquier cosa puede ser una arma (arrojadiza), incluso una palabra. Todo puede hacer daño, ya que el daño inflingido procede de la voluntad y de la acción de quien emplea el objeto como proyectil.
¿Se deberían prohibir las armas, o regularlas? ¿Se puede impedir a alguien de hacer mucho daño? Quizá sí, con paciencia, riesgo y educación, haciéndole ver el daño que inflige y se inflige. Pero s posible que esta visión sea ingenua o cándida. La educación posiblemente no pueda con todo. Siempre habrá quien, en un momento dado, convierta cualquier cosa en un arma.
De algún modo, estamos "programados" para luchar, competir.
En verdad, la vida ¿no es una lucha (a veces a muerte), en la que casi siempre hay un perdedor?