Los profesores, desde hace unos años, a cada final del mes de Junio, empezamos a recibir mensajes electrónicos de los estudiantes. Piden revisiones de exámenes, algún cambio de nota, señalan un error en las actas, suplican una prórroga en la entrega de un último trabajo, etc. Aunque la mayoría tutea al profesor, a quien se llama por su nombre de pila, los mensajes son educados y cordiales. Como si fueran mensajes entre amigos o conocidos. Juan, Estela, Marcos, Anna escriben a Pedro y le exponen brevemente un problema.
Pero, para un profesor, los alumnos que redactan un mensaje son Juan87, Estela-tela, Marc A, Annana85: una parte de una dirección electrónica; un número; un código.
No los conocemos; no les hemos visto la cara; o, mejor dicho, no asociamos caras con estos trabalenguas.
Los correos electrónicos evitan el contacto directo. Están en perfecta sintonía con las directrices de la Universidad: el campus debe ser virtual; las clases magistrales, casi inexistentes; el diálogo cara a cara imposible. Al profesor se le exige que esté todo el día ante el ordenador "colgando" programas, trabajos, textos e imágenes, y respondiendo a las dudas y preguntas que explotan, como burbujas, de súbito en la pantalla. Y se borran sin dejar huella.
El modelo al que se tiende es el de la Universidad a distancia. Distante. Lejana. Invisible. Al límite, pronto ya no se verán a los estudiantes. Ni siquiera se sabrá si existen. Y la misma sensación tendrán aquéllos con los enseñantes. ¿Acaso no les podría responder una máquina? ¿Le preocupa a la Universidad?
Un profesor no enseña. Su misión no es educar. Se enseña a sí mismo. Aclara sus ideas a medida que expone, que responde a las preguntas que se plantean durante la exposición en clase. La única manera que tiene un profesor de aprender -pues es él quien aprende- consiste en exponer públicamente lo que ha elaborado en casa, el despacho o la biblioteca, "viendo" o "viviendo" la reacción de los alumnos. Un silencio intenso dice mucho más sobre cómo se percibe, se recibe, se valora lo que el profesor cuenta. Existen distintos tipos de silencio: cansino, indiferente, indignado, fascinado. Y son esos silencios, al igual que la expresión de los rostros, y las preguntas, las quejas y los comentarios planteados verbalmente por los alumnos, los que permiten que la clase evolucione, y que el profesor se forme. Y que, entonces, el alumno aprenda viendo cómo aprende el profesor a medida que explica, que busca las palabras, que lucha, que juega con ellas, tratando de explicar lo mejor posible, no para los alumnos, sino para sí mismo. Como un actor, no se expone para el público o el alumnado. Se expone para su propio disfrute o pesar.
Tuve a excelentes profesores hace muchos años: Eugenio Trías, Xavier Rubert de Ventós, Félix de Azúa, Josep Llinás, etc. Aún enseñan. Aún debaten consigo mismo en la tarima. Aún muestran cómo uno se enfrenta a los problemas. Reflexionan en voz alta. Y se percibe, como si un ángel pasara, como la reflexión se alza, rebota, es atrapada, moldeada y devuelta al aire. La clase no es un texto que se recita de memoria, sino que se construye a medida que se narra. Y toda construcción es un proyecto de vida, una manera de enfrentarse a ella.
Pero, ¿hablar ante una pantalla, en un "campo virtual"? ¿Qué se construye? ¿Qué se muestra? Solo nuestro miedo a formarnos.
A ese vacío tendemos. ¿Qué importa entonces las faltas de ortografía, la sintaxis, y los conocimientos si solo se trata de hablar con nadie? Si nadie escucha ni responde.
Todo tiende cada vez más -y no lo defiendo, ya te imaginarás- a una deshumanización más y más cafre... Pocas cosas veo más humanas que el aprender (sea cuestión de 'mero' conocimiento, saber actuar, relacionarse...), y aunque pueda ser una herramienta bastante útil, acaba por convertirse para algunos en un estigma que poco se puede desvanecer más adelante... Imagina si ya hay problemas con esta generación de alumnos -de la que formo parte, sí- que aún nos relacionábamos humanamente de pequeños, cuando lleguen los que -confirmo la regla por un hermano menor que tengo- ya siempre se han relacionado a través de una pantalla...! Uf! A saber qué ocurrirá... Venga, hoy me animaré a colgar algo que tengo pendiente...! Suerte!
ResponderEliminarTocho se lamenta:
ResponderEliminarNo son los más jóvenes, acostumbrados, desde casi la cuna, a mirar el mundo a través de una pantalla, los que (me) preocupan, sino los mayores; para nosotros, la pantalla es una cárcel, no una ventana. Un profesor mayor ante una ventana no ve nada.
Me tranquiliza comprobar cómo los niños y los adolescentes son conscientes, cuando se agitan ante una pantalla luminosa, simulando que dan golpes con una raqueta o que manejan un volante, mientras pisotean una extraña barra en el suelo, que fingen, que "juegan", y que lo que la pantalla muestra no es el mundo real -aunque éste pueda ser, y de hecho es, menos atractivo.
Pero para quienes lo virtual (la pantalla del ordenador que sustituye al mundo) nos pilla ya de mayores, nos asusta perdernos.
De todos modos, a fuerza de relacionarse con la pantalla, la lucidez ¿no se apagará? Claro que ya Platón clamaba contra las ilusiones, y han pasado dos mil quinientos años, y no todos nos hemos vueltos narcisos embebidos de nosotros mismos. O ¿sí?
Un ordenador es una máquina de producir, y por ello un arma de doble filo: uno puede aprender de la producción (pensar produciendo), o por el contrario producir a ciegas. La primera forma, cultiva, ilumina; la segunda deforma, corrompe, ensombrece. Una es calidad, la otra cantidad. Y desde la pantalla a veces parece más brillante el más que el mejor, y nos dejamos guiar por la sombra ilusoria. Por suerte siempre estamos a tiempo de rectificar, y aprender rectificando.
ResponderEliminarQuizá olvidemos que un ordenador no es más que una herramienta, un artefacto a la espera que le demos un uso; un medio, no un fin. Y el fin -no debe olvidarse- somos nosotros. De nosotros depende que se convierta en un portal al conocimiento o en una trampa formativa. Podemos escoger.
pd.: Ojalá más profesores se aplicaran lo de enseñar escuchando...
Marc87
Tocho Ocho says:
ResponderEliminar¡Bien! Estoy totalmente de acuerdo. El ordenador es un útil, una máquina, que debería utilizarse como un instrumento que facilita el trabajo o la vida: escritura más rápida, contactos, documentación, etc. Una máquina compleja que hace las veces de varios aparatos juntos, y ya está.
Eso sí, ¿escribimos mejor? ¿Hay personas más preparadas, sabias? ¿Mejores creadores? ¿Más Victor Hugo, Leopoldo Alas Clarín, Tchekov, Jane Austen? Lo dudo. Lo cual prueba que es solo una máquina. Pero una máquina que hemos puesto en los altares. Y lo que se adora esclaviza. Ya no confiamos en nosotros, en nuestras fuerzas y posibilidades, sino en el buen hacer, la presencia y el insondable capricho de lo que hemos puesto por encima de nosotros.
Queda la duda de si no modifica el o ciertos comportamientos: estoy pensando en las mensajerías instantáneas, tipo Mesenger. Aunque es cierto que no parece que los adolescentes hablen menos entre sí directamente, ni que existan menos grupos, bandas, peñas que cuando este medio no existía. Pero aún no han pasado muchos años. ¿Qué ocurrirá con el tiempo? Supongo que nadie lo puede saber. Aunque, también es cierto que el ser humano siempre ha jugado a ser un aprendiz de brujo. Y no siempre ha acertado.
Lo que sí puede cambiar es la enseñanza si se confía todas las relaciones a la máquina, a los llamados "campus virtuales". Aquí sí que habrá modificaciones. No sé si para bien o para mal. Pero creo que algo valioso se perderá (para todos, profesores y alumnos). El verse las caras creo que es fundamental. Y el poder discutir viendo las reacciones de la otra persona. Una pantalla impide el verdadero diálogo, que no es solo oral sino también, o sobre todo, visual. Ya que es la vista la que nos instruye sobre lo que tenemos qué decir. Y cómo decirlo. Se pierden entonces "las formas". Algo esencial para que las relaciones sean pacíficas.
pedropuntoazara