El curso está casi concluído. Aulas vacías, pasillos recalentados, y cada vez más estudiantes, es pantalón corto y chancletas, ante las ventanillas entreabiertas de la administración. Pronto, las colas en la sala de los ordenadores para la matrícula del curso que viene. Algún estudiante aún se apresura o se desespera buscando un profesor para entregar una maqueta demasiado grande. Los bedeles bostezan aún más que de costumbre.
Apenas los resultados del Proyecto Final de Carrera colgados, Laura parte, no sabe para cuanto tiempo, a Bolivia para trabajar en un proyecto de cooperación y dar clases en una academia de música en la capital del altiplano. Miguel ya está en París listo para entrar en un despacho. Luego se irá a los Estados Unidos o a Japón. No volverá en años. O quizá sí. Marc y Ángel preparan el translado a Berlín. Y Montse ya no sabe donde encontrar a su hijo mayor, pintor, a caballo entre Seúl, Berlín e Istambul. No es que viva en los aviones, como ciertos ejecutivos, las top-models y los arquitectos de prestigio (Fostair). Es que no sabe, al igual que los demás, dónde estará mañana. Y, desde luego, no les preocupa.
Los jóvenes son los que tienen, se dice tópicamente, la vida por delante. Uno piensa que el futuro les aguarda. Que solo tienen futuro. Pero el futuro no les preocupa. No lo necesitan. No existe. Solo cuenta el presente. O el instante.
El futuro es un concepto que los adultos nos hemos inventado (al igual que la religión que ofrece la rendención, siempre már tarde) para sobreponernos al presente, al anclaje, al enterramiento en el presente; para escapar del presente. Un presente en ocasiones intolerable o abúlico. Como si toda la grisura y el cansancio de hoy se disolviera, creemos, en un mañana inexistente.
El futuro nos permite soñar con escapar al tiempo (verdadero) que es el presente.
Ciertamente, cuando las parejas se disuelven y padres e hijos parten, a veces para siempre, uno puede volver a desarraigarse. Creyéndose joven. Y pensar en vivir en ninguna parte. Pero un adulto que empieza un viaje, a veces sin retorno, huye. Y cuenta, avariciosamente, los años que le quedan (hasta la jubilación o hasta la muerte). Piensa en el futuro, para no ver lo que tiene delante. ¡Ah, los días de mañana! ¡Siempre brillan! Brillan, creemos que brillan, porque el presente, o el instante se ha apagado.
Haremos tantas cosas. Porque no podemos hacer nada.
Los sumerios, que fueron los primeros, y los más sabios, desconocían el futuro. Solo existía lo que se estaba haciendo y lo que ya estaba hecho. La vida era acción, y la acción que se ejecuta solo puede manifestarse en el presente. El futuro es solo para soñadores. Para quienes ya no quieren o pueden hacer nada. Salvo escapar del presente.
Quizá sea cosa del llegar al mundo y encontrarse con él, de ir categorizando las cosas y las experiencias vitales, pero sí que suele ser habitual esta re-volución (no sé si se trata de involucionar o evolucionar) del tiempo en uno mismo. Por que sí, el tiempo pasa para cada uno (seguramente de un modo especialmente similar), pero la consciencia sobre la muerte (aunque sea totalmente in-situable, por definición) va pesando más y más. No creo que sea cuestión de dejar 'algo' al mundo, de 'sentirse' complacido con el tiempo ya-vivido o con el tiempo ahora-viviendo, y, aunque quizá tengas razón, supongo que en cierta medida a todos nos preocupa el futuro (aunque se agraviará con los años, segurísimo...!); de ahí que la muerte de Enkidu afectó a Gilgamesh, de la forma en que tememos por el propio tiempo. Y ya no 'del tiempo perdido', del tiempo ya-pasado (que sí consideraban, según comentaste, los sumerios, como lo 'perfecto' en contraste a lo 'imperfecto', lo aún-haciéndose), sino de lo más (y únicamente, en realidad) vital que tenemos, el vivir-ahora.
ResponderEliminarSupongo que también debe ser cosa del entenderse como un 'ser humano' esa cuestión de proyectarse como un 'discurso', como un 'parlante', un 'sujeto', el hecho que, a veces, haya como una cierta inquietud de no-poder-acabar-lo-que-aún-sigue-haciéndose.
¿Crees que es ese miedo surge de la consciencia de que las cosas no puedan algún día pasar de lo aún-haciéndose a lo ya-hecho? ¿De lo -precisos nombres- IMperfecto a lo perfecto?
Quizá sea un vago fantasma del miedo el reconocerse uno limitado (no yo; vago quizá, pero nada de fantasmal...je je), esencialmente mortal, finalizable, pero de ahí esa posible distinción, ¿no?
¿Y qué más 'joven' y 'sabio' -creo- es el desconocer el futuro y, por tanto, no saber -ni tener la necesidad- de nombrarlo? Hoy lo estuve pensando: Qué sinceridad el que algo no tenga ni nombre para denotar la inexistencia, la minúcia, de ese algo para alguien.
Y en ello, podemos plantearnos ónticamente una serie de 'curiosidades', más o menos de interés: que no haya nombre para designar 'montaña' allí donde no hay éstas, que no haya nombre para 'nieve' allí donde no la hay, ni nombre para ciervos donde no hay sino conejos...
Pero creo que la 'chicha', el interés, está en lo genérico, en asuntos más abstractos y no-tangibles; qué sincero, verdadero y coherente es el no-representar un ser divino, celestial, ¿no? ¡Qué manía tenemos, en esta cultura visual, de representarlo todo! Si justamente la única descripción posible de algo así es la nada, la condición de irrepresentable...!
Rizando el rizo, como siempre, dejaré este TOCHO para ir a dormir.
Eso sí, ¡gracias!
PD: Me han semi-chivado el viaje de Enero y Junio! El de Enero, ya te comenté que repetir tanto no me venía bien, pero al de Junio vengo seguro!
PPD: Sigo queriendo colgar novedades, pero llevo días con el 'Crimen y Castigo'...!
http://recopilandofragmentos.blogspot.com/2009/05/sobre-el-tiempo.html
Hola
ResponderEliminarLa verdad es que me han sorprendido -y maravillado- afirmaciones de diversas personas menores de 25 años -es cierto que ya no tienen 18- acerca de vivir, incluso años, aquí y acullá, sin planificar, sin pensar qué ocurrirá mañana; una vida (fascinantemente) errante, fuera de España, a la que quizá se vuelva, no se sabe cuando.
Eso no se puede hacer más tarde, no solo porque implica mover una familia -lo que se podría solucionar- sino porque, de súbito, el futuro da miedo. Tememos errar, y perder muchos años que, como unos ávaros, ya vamos contando. Para los "mayores", el futuro cobra vida, pero como algo que podemos perder ni damos un paso en falso. Paso que, al parecer, no asusta con veinte o treinta años menos, porque el futuro se percibe como algo "lejano".
Creo que no es que se piense que no hay futuro, como los punks del 77 -es decir, cuando tenía 20 años-, sino que dicho futuro no es motivo de preocupación. Se actua como si no existiera. Y, en efecto, creo que cobra existencia más tarde, paradójicamente, cuando el futuro se va desvaneciendo.
Tocho tocho