Cuando Eugenio Trías era catedrático de Estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, entre los años 80 y 90 del siglo pasado, comentaba que lo más importante cuando se iniciaba la documentación, ya fuera para unas clases o un libro, era hallar "el" libro, "la" fuente bibliográfica: aquél título fundamental, la obra única, no siempre reciente, que mejor explicaba el tema planteado; o, mejor dicho, la obra que aportaba una luz que ningún artículo científico brindaba. La búsqueda podía durar meses. Pero la revelación que se producía inutilizaba todo el resto de la bibliografía que, habitualmente, se consideraba pertinente u obligatorio consultar. Un libro era suficiente -Paidea, de Jaegger, para la cultura griega; El otoño de la Edad Media, de Huizinga; Reyes y dioses, de Frankfort, imprescindible para Egipto y Mesopotamia, etc.-; tenía que ser suficiente. Pero, hasta que no se daba con él, la investigación iba sin rumbo.
El libro abría un claro, definía un campo de investigación, planteaba los problemas, abordaba soluciones. Pero, sobre todo, acotaba, y desbrozaba, un tema de estudio.
Trías rechazaba la ostentación bibliográfica. Defendía el estudio minucioso de un texto.
Sus propias clases, los seminarios que impartía, podían estar dedicados a un solo autor, incluso a un único libro. Un año no era suficiente. El análisis no cesaba nunca. Una y otra vez volvía sobre unos pocos autores (Platón, Kant, Hegel, Schelling, Corbin, Scholem), algún libro en particular, algunas páginas incluso.
La Universidad, hoy, defiende la enseñanza virtual. Las clases magistrales están condenadas, en favor de seminarios, talleres, y, sobre todo, del "contacto" a través de la pantalla parpadeante y ciega. El "campus virtual" se ha convertido en un arma imprescindible. Quien no sepa manejarlo ya no podrá dar clases. Lo que se pide es que se introduzcan nuevos materiales cada día en el ordenador que los alumnos podrán o deberán consultar: se "cuelgan", se proponen, imágenes, videos, textos cortos, esquemas, gráficos, "power points" -es decir, una sucesión de imágenes acompañadas de unas pocas frases, de "titulares"-. El ordenador es una máquina voraz, que debe ser alimentada cada día. El material tiene que ser variado, desfilar rápidamente, y ser sustituido al momento. Un desfile de datos, en los que imágenes y frases se alternan, tienen que mantener la atención del alumno.
En la era de la pizarra, el profesor que recurría a un pase constante de diapositivas era aquél que era considerado incapaz de articular un discurso. Las imágenes apuntalaban o reemplazaban la construcción, la expresión oral de un pensamiento. Los buenos profesores, como Trías, eran aquellos que podían, sin el condenado recurso de las diapositivas y las transparencias, ir exponiendo, construyendo complejas y articuladas reflexiones, siempre brillantes y sugestivas, a partir de unas pocas ideas o notas, una tan solo en el caso de los mejores.
Este tipo de enseñanza, que se iba adentrando en un tema, durante semanas, meses o años, ha desaparecido. Lo que se valora desde hace unos años son las explicaciones que cubren muchos ámbitos, manejan fuentes distintas, no se detienen sino que van saltando de un tema a otro, tratando de apuntalar una atención menguante. Los textos comentados son breves, a veces citas tan solo. Se maneja todo un despliegue de medios visuales que aportan datos sobre muchos temas, y muy pocos sobre uno en concreto. Se diría que se hubiera reemplazado los primeros planos que escrutan inmisericordemente rostros por vistas generales, un teleobjetivo por un gran ángular (pero quien mucho abarca...): Warhol por Rembrandt. Las largas exposiciones, que requerían tiempo para elaborase, se han sustituido por los "flashes" (informativos). Los "objetivos" deben cumplirse o alcanzarse en muy poco tiempo. Los datos se acumulan o se sustituyen, pero no se articulan.
Los alumnos tienen que entregar un sinfín de trabajos muy cortos a fin de demostrar que adquieren vorazmente los conocimientos previstos; la reflexión es instantánea. Los estudios más complejos son hoy tesinas realizadas en apenas dos cursos. Las tesis doctorales, culminadas tras veinte o treinta años, son ya incompensibles.
La noción de "obra" o de "cuerpo" de reflexión o teórico ya no es de recibo. Ya no se tiene tiempo de realizar; es inútil, o improcedente. Desaparecidos, callados o jubilados los últimos grandes profesores (Levinas, Vernant, Trías etc.), ¿cuál es el futuro de la enseñanza, de la enseñanza mútua entre el alumno y el profesor, del recíproco reconocimiento?
Sin duda abogo por el hecho que tenga que poder seguir existiendo tal transmisión de conocimiento -de verdad (la transmisión, me refiero)-. Y sí. Quizá sea, como dice Bottéro, la apología de una ciencia inútil -entendiendo lo inútil (hoy en día) como no productivo 'económicamente', como no 'rentable'.
ResponderEliminarPero es una pena perder lo más humano que -almenos creo yo- tenemos. Ansiar el aprendizaje de lo que a uno le interesa es algo que no debería perderse. Y, ciertamente, transformando la enseñanza en una máquina de mostrar a modo de eslógan publicitario el teorema de Tales (o de quien fuese, era por poner un ejemplo) o mostrar cual anuncio de televisión a Rembrandt o a Kant, pues es inviable, la verdad.
Y, aún así, creo también en la potencia del aprendizaje múltiple, en varios campos a la vez. No para poner en relación lo que uno aún no sabe (pues es algo que, en caso de querer hacerse, debe contar con el claro y profundo reconocimiento de lo 'relacionable'), sino para (cito a Chillida en una construcción que me parece adecuada para muchísimos casos, hablando de este asunto) "tener los ojos llenos de lo que se ve" (en este caso, de lo que "queremos" ver). Tal como leí -creo recordar que aquí- hace un tiempo, sobre la posibilidad de re-leer un libro tras ciertos años y cómo tenemos la capacidad de leer en base a lo que tenemos en mente en cada momento (y, por lo tanto, un mismo texto, un mismo corpus, puede convertirse en dos realidades distintas)... creo que está bien que la enseñanza pueda permitir generar -bueno, que lo pueda hacer el alumno- un criterio de 'categorización' de lo aprendido. De estructuración del propio conocimiento que se tiene para 'situar' donde uno vea conveniente lo que a cada uno -sin duda, variable- le interesa. Y, posteriormente, claro (no hablo de cronología), profundizar, tal como dices que buscaba Eugenio Trías en esta búsqueda -casi mística, parece- de 'EL' libro. De 'ESE' texto...!
Es tarde, debo dormir. Pero seguiré en ello...! Suerte!
Hola
ResponderEliminarLos "nuevos" medios -campus virtual, internet, powerpoints, etc.- son útiles para la enseñanza y, desde luego más prácticos y eficaces que los rollos de pergamino, pero mientras sean medios, no fines. No se nos pide que utilizemos el campus virtual (en la UPC, Atenea; en general, Moodle, creo que así se llama), como un instrumento más, sino que las clases se transformen de manera tal que solo se pueda o se deba utilizar el campus virtual. Las clases deben plantearse, estructurarse, no en función del contenido, sino del instrumento, de Atenea. El útil acaba imponiéndose. No es un aparato que manejemos sino que nos maneja. Por tanto, todo lo que no se pueda enseñar a través del campus virtual debe ser eliminado. Eso, al parecer, no es un problema, se dice, ya que, supuestamente, el campus virtual puede con todo; pero no tengo tanta confianza en esta máqina o ese medio. De hecho, el powerpoint ya ha empobrecido la enseñanza (en vez de enriquecerla). Asistí, hace poco, a la lectura de una tesina de máster. La tesinanda recurrió a este medio. Se limitó a leer frases cortas necesariamente no trabadas -cada frase aparecía en una imagen distinta-. Una tesina, que debe ser un trabajo de investigación complejo, se convirtió en una sucesión de "eslóganes" simplistas, de frases necesariamente cortas para caber en una pantalla. La argumentación, en este caso, no podía tener más de tres líneas.
Y, desde luego, tienes razón: leemos, de modo cada vez distinto, en función de lo que buscamos. La lectura de la Odisea, este año, nada tiene que ver con la que realicé hace quince años. El texto es incluso distinto. Dice cosas muy distintas. Mis lentes, los centros de interés, son istintos. Encuentro lo que no hallé, y ya no hallo, porque no lo busco, lo que me fascinó entonces.
Hasta pronto
Tochoymedio