"Cuando el género humano se hallaba de forma vergonzosa, visiblemente abatido en la tierra, aplastado por el grave peso de la superstición religiosa (o de la religión) que mostraba su faz desde las regiones celestiales, amenazando con su horrible aspecto a los mortales, un hombre de Grecia (Epicuro) se atrevió el primero a levantar frente a ella sus perecederios ojos y a hacerle la guerra. A éste ni las leyendas sobre los dioses ni el rayo, ni el cielo con su amenazador bramido pudieron contenerle, sino que estimularon aún más el ardiente vigor de su espíritu en su deseo de ser el primero en romper los apretados cerrojos que obstruyen las puertas de la naturaleza. Así el vigoroso poder de su inteligencia triunfó y se adelantó más allá, con mucho, de las llameantes murallas del mundo recorriendo todo el universo con la fuerza del pensamiento. De donde como vencedor (Epicuro) nos da a conocer qué seres pueden y qué seres no pueden nacer, qué normas, en suma, determinan a cada cosa su poder y sus límites inmutablemente fijos. Por lo cual la superstición religiosa, sometida a sus pies, queda a su vez aplastada y a nosotros la victoria nos eleva hasta el cielo".
(Lucrecio: La naturaleza, I, 65-80)
Lucrecio, en el estremecedor poema La naturaleza, fue un profundo divulgador romano del pensamiento del griego Epicuro. Para éste, los dioses, si existen, no se inmiscuyen en los asuntos humanos, sino que viven aislados y alejados, a fin de no contaminarse.
La vida en la tierra, entonces, puede y debe prescindir del cielo. No lo necesita. Los ritos y las creencias son solo supersticiones con los que algunos hombres pretenden dominar a los demás. Fue Epicuro quien, según lucrecio, derrotó a los dioses (o a la imagen convencional que los hombres tienen de los dioses) liberando, así, a cada humano.
Este celebérrimo fragmento debería ser de lectura obligada en tantos países (Arabia Saudí, Malasia, Sudán, Irán, Palestina, Israel, Irlanda, algunos estados norteamericanos, etc.), tantas regiones, tantas ciudades (dels sants).
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