Un rasgo arcáico, al menos, mantiene la arquitectura: la relación con la competición, su carácter "agonal" -competitivo-.
La arquitectura no se concibe -ni se lleva a cabo-, muy a menudo, fuera de un concurso público, expuesto ante todo el mundo. La competición es el marco en el que se produce y se desarrolla.
La épica y la tragedia griegas fueron creadas para y dentro de un marco competitivo. Los aedos (los poetas y actores) arcáicos, como Homero o quienes crearon la Ilíada y la Odisea, recitaban (lo que improvisaban a partir de estructuras y motivos establecidos) ante el público, ya fuera cortesano, en un primer momento, ya sea en la plaza central (el ágora) de la ciudad.
Del mismo modo, los ciclos trágicos de los grandes autores teatrales (Esquilo, Sófocles, Eurípides, etc.), basados en mitos, se componían para ser interpretados durantes unas competiciones (o festivales de carácter religioso) ante el público y el jurado, que decidía entonces quien era el ganador. Las obras se pensaban y se interpretaban teniendo en cuenta tanto lo que otros habían escrito e iban a mostrar, cuanto los gustos del público y del jurado.
Hoy, ya solo los arquitectos componer para competir. El concurso que se organizó para escoger al artista que tenía que volver a pintar el techo del Liceo (la ópera de Barcelona), en los años noventa (que ganó Perejaume) es excepcional (si bien no era un hecho excepcional en el Renacimiento: es célebre la contienda entre Leonardo y Miguel Ángel para pintar unos frescos en la Signoría -el "ayuntamiento"- de Florencia, a principios del s. XVI).
Existen innumerables concursos de artes plásticas, de cine, de poesía, de teatro hoy en día. Pero los grandes artistas no se presentan, o no concursan: solo aprovechan la posibilidad que un gran certamen ofrece para presentar públicamente su última obra.
La situación es distinta en literatura: grandes escritores someten sus originales al veredicto de un jurado. pero suele ser un hecho singular, motivado por necesidades crematísticas imperiosas; una vez la deuda saldada, no vuelven a competir (existen otros premios literarios, que se aplican a obras ya editadas, pero, en estos casos, el texto no ha sido pensado y escrito con vistas a competir).
Por tanto, lo que ocurre en arquitectura es excepcional. Se trata de la supervivencia de un ritual que se remonta a tiempos arcáicos, que solo ha sobrevidido en el ramo de la construcción. Que luminarias como Nouvel, Kolhaas, Perrault, Gehry, Meier, Hadid, Moneo, etc. compitan no es singular. Antes bien, es lo que se espera de ellos. La crisis, incluso, ha acentuado este hecho. Grandes estudios (como MBM) pueden llegar a presentarse a concursos menores para la construcción de una pajarera, como ha ocurrido recientemente en Barcelona.
El propio desarrollo de una propuesta puede dar lugar a una comperición interna (lo que los teóricos franceses denominan una "mise en abyme": una situación o un motivo externo a una obra que se repite o se refleja en lo que ésta muestra). Así, es conocida la manera de Perrault de abordar un concurso: miembros del estudio (estudiantes, arquitectos) compiten entre sí para hallar una propuesta -una manera de abordar el tema del concurso- que satisfaga al arquitecto en jefe, y que será la que se desarrolle y se presente.
Los arquitectos que compiten suelen saber el nombre de una parte al menos de sus contendientes. El proyecto, entonces, tiene que tener encuenta no solo las preexistencias (lo que las bases del concurso exigen), sino los gustos del jurado y las supuestas propuestas de los hipotéticos rivales, cuyo estilo más habitual, y cuyo modo de abordar un tema, se reflejará inevitablemente en la propia propuesta, solución que tiene que ser evitada por el resto de los arquitectos si quieren que su proyecto destaque. El resultado del gran concurso internacional para la nueva ópera de Paris (Opera Bastille) es aún recordado treinta años más tarde. Ganó un proyecto que solo podía ser obra de Meier ("un" Meier menor, sin duda, pero se esperaba que la capacidad de este arquitectura mejorara sustancialmente la propuesta durante el desarrollo del proyecto final, tras haber ganado). La sorpresa, sin embargo, se produjo al desvelar el nombre del ganador: no era Meier sino un arquitecto uruguayo desconocido (Carl Off), cuya obra, intencionadamente o no, se parecía mucho a lo que Meier, que no concursaba, habría podido presentar. Sabiendo el prestigio de Meier, la apuesta de Off, arriesgada, dio en la diana.
Como comenta agudamente Victoria Garriga, solo las obras que se crean para y ante la comunidad adquieren peso y sentido para ésta. Son relevantes porque la misma comunidad ha asistido a su alumbramiento. Las obras han sido concebidas y ejecutadas para que la ciudad se vea reflejada en ellas, y se descubra. Las tragedias griegas, como los poemas épicos tienden un espejo ante la comunidad: los asistentes a la representación representan a todos los estamentos sociales. Y la imagen que el espejo devuelve es la de los temores y esperanzas de aquel colectivo.
La única arte significativa, la que es más capaz de marcar, para bien o para mal, la vida ciudadana, de encuadrarla y condicionarla, es la arquitectura, precisamente la creación que se produce y se desarrolla ante los ojos de la ciudad.
Solo las artes que no han perdido el contacto con el pasado son capaces de echar luz sobre los problemas del presente.
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