Un pequeño museo de finales de los años setenta (cuyo volumen y cuyos detalles revelan la tardía influencia de la capilla de Rochamp de Le Corbusier) -The Museum of Neolithic Dwellings-, alberga y protege, en lo alto de un montículo ralo de la decaída ciudad de Stara Zagora en Bulgaria, una obra fundamental para la arquitectura en Europa: los restos de lo que se considera el primer hogar europeo conocido, construido hace unos ocho mil años, estructurado a partir de un esquema que no ha variado desde entonces: un espacio comunitario alrededor de -o frente a- un hogar.
El edificio fue incendiado. El fuego endureció la tierra y derribó la cubierta vegetal cuyas cenizas recubrieron y protegieron el interior y los enseres.
Se trata de dos viviendas, de distinto tamaño, unidas por una pared medianera, que conforman un único volumen. La planta es rectangular, y está orientada según un eje norte-sur. Las aperturas, puertas y quizá ventanas, miran al este.
El edificio está compuesto por una empalizada perimetral hecha de pilares de madera hincados en el suelo que soportan elementos vegetales (ramas, hojas) entrelazados, sobre los que se dispone una gruesa capa de arcilla por ambas caras.
En el interior de cada una de las viviendas, el horno se sitúa en la cara norte, las grandes jarras con grano se adosan a la pared oeste, mientras que otros recipientes, más hondos y más bajos, se apoyan contra el muro este.
Las paredes soportaban también estantes con un gran número de vasijas, cuyos restos se hallaron esparcidos por el suelo de la vivienda.
Las esquinas de las viviendas son curvas, y abrazan a grandes jarras. Del mismo modo, la cara interior el muro perimetral ondula para amoldarse a las formas convexas de las vasijas adosadas. Así pues, ambas viviendas están íntimamente unidas a los recipientes cerámicos que contienen. Se diría que aquéllos refuerzan los muros, o que éstos se pliegan u ondulan buscando el contacto con las vasijas. Este refuerzo no es (solo) físico sino quizá también simbólico. Las vasijas aparecen como símbolos del hogar. Del mismo modo que los recipientes almacenan granos, las viviendas protegen a los grandes cuencos. El hogar, entonces, no está dedicado a dar cobijo a los humanos sino a unos útiles que también son contenedores. Los granos de cereales, doblemente contenidos, por las vasijas, y por los hogares, son metáforas de los seres humanos. Al igual que los granos, aquéllos están envueltos, y protegidos, por las paredes y el techo, que delimitan un interior que un hogar ilumina y anima.
Las grandes cerámicas, de algún modo, dan sentido a las viviendas. Ejemplifican los valores protectores del hogar. Establecen, al mismo tiempo, la íntima relación entre la alimentación, el hogar y el ser humano, entre la arquitectura y la agricultura. El hogar solo se entiende si cubre a humanos y a los cereales, si los pone en relación. Los muros cumplen con su función delimitadora y protectora precisamente porque están en contacto, porque abrazan a las vasijas, que son grávidas promesas de vida. Los muros avanzan o retroceden buscando el contacto con las vasijas abombadas, unirse a ellas. Muros y recipientes están hechos con el mismo material: con barro, la materia con la que dioses de la arquitectura, como el mesopotámico Enki, y el griego Prometeo, modelaron a los humanos. Casas y jarras (que son contenedores de vida similares) asientan al hombre en la tierra y simbolizan su enraizamiento, su íntima unión con ésta.
Estas viviendas no son almacenes: no guardan recipientes puestos al azar, sino que forman una unidad, un modelo de convivencia para los humanos. La forma y disposición de los muros vienen determinadas por la presencia y la ubicación de los grandes recipientes, los cuales ayudan, junto con el fuego, a que el ocupante se oriente, a que se centre y se ubique, sabiendo dónde se halla. Para que pueda permanecer, estar. Sabiendo cual es su lugar en el mundo. Teniendo a mano, de manera ordenada, todo lo que necesita: un espacio ordenado, en sintonía con los ejes del mundo.
Estas dos modestas viviendas de los inicios del neolítico, milagrosamente conservadas en un altozano, cabe una fuente, encierran todo lo que la arquitectura, desde entonces, aporta y significa: un espacio donde sentirse vivo y protegido, unido a la tierra y al cielo.
PS: agradecemos a Gregorio Luri (http://www.elcafedeocata.blogspot.es/) la organización, animación y dirección del viaje a Bulgaria, en pos de los tracios, sin cuyos contactos y empeño casi nada hubiéramos podido visitar.
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