El cielo está enladrillado. La expresión "bóveda celestial" revela que el empíreo era concebido como una estructura arquitectónica en diversas culturas.
En Mesopotamia, los dioses moraban en un palacio aéreo. Éste, sin embargo, no era ningún prototipo, sino una imagen de un espacio habitable originario: las aguas primordiales, llamadas Abzu, situadas en la tierra, y concebidas como una mansión acuática con distintas estancias, una gran envolvente o matriz -Abzu era el nombre de la diosa-madre, que significaba matriz-, de la que la vida saldría. Estas aguas eran la madre de Enki, el dios mesopotámico de la arquitectura.
El palacio celestial, que resultaba de la proyección de la Casa de las Aguas en el Cielo, actuaba, a su vez, como modelo del templo terrenal de la divinidad. Así, en la tradición babilónica, el dios supremo, Marduk (hijo de Enki y, por tanto, dotado del talento de constructor de su padre) edificó el gran templo del Esarra, que está en el Cielo y es el Cielo, para el dios del Cielo (An), el dios del Aire (Enlil), y su padre, el dios de las Aguas y dios arquitecto (Enki), siguiendo los planos del Absu.
Luego, Marduk se construyó su propia mansión, en la tierra está vez, a imitación del Esarra: será la ciudad de Babilonia en la que reinaría, en la que destacaría el Esagil, el templo terrenal.
Esta división tripartita de los entes (un modelo originario terrenal, una primera copia celestial, modelo de una segunda copia, material) se recoge también en la Biblia.
En efecto, Yavhé moraba en un palacio celestial, situado en el corazón de una ciudad aérea (la Jerusalén celestial), hecho a imagen de un prototipo: el Jardín del Edén. Este palacio, entonces, se proyectaba en la tierra hasta dar forma al templo terrenal (el Templo de Jerusalén), en el que se percibía un parecido con el Paraiso.
En ambos casos, tanto en Mesopotamia como en Palestina, el espacio de los inicios (las Aguas matriciales, o el Jardín primigenio) se proyectaba en las direcciones antitéticas del espacio hasta conformar estructuras celestiales y terrenales bien delimitadas.
Se ha escrito que la noción de arquitectura celestial tuvo un escaso eco en Grecia. Pocos son los ejemplos que en épocas arcáica y clásica se pueden encontrar. La obra más conocida era uno de los primeros y míticos templos apolíneos en Delfos, construido con plumas y suspendido en los aires.
Es Platón quien, en dos ocasiones, refiere la existente de arquitecturas celestiales. En La República, dedicada a la estructura de una ciudad modélica, escribe:
"un estado no conocerá jamás la felicidad si el esquema no ha sido trazado (diagrapheian) por estos artistas (chroomenoi dzoographoi, que se podría traducir por "pintores del natural") que trabajan a partir de un modelo divino (theioo paradeigmati)" (500e).
Más adelante, a un comentario acerca de la inexistencia en todo el mundo, salvo en el texto, de un estado tan perfecto como el descrito, responde que "hay quizá un modelo (paradeigma) en el cielo (ouranoo) para quien quiera contemplarlo y regular su gobierno particular a partir de éste" (592b)
Así como, en Mesopotamia, la relación entre modelo, realidad e imagen determina que la primacía recae en un ente terrenal pero primigenio, en Grecia, el modelo es celestial.
Platón añade que el autor de la constitución que regula la vida comunitaria mira tanto hacia lo alto, hacia la "esencia de la justicia, la belleza, la templanza y otras virtudes semejantes" cuanto hacia la copia humana (501b).
Esta relación hacia lo alto y lo bajo podría recordar la que distintos niveles de los entes establecen en Mesopotamia.
Sin embargo, Platón utiliza el término phusis para nombrar al modelo, al paradigma (tal como lo nombra en otros párrafos). Y phusis significa, principalmente, "acción de dar a luz". El modelo celestial no solo es luz, no solo ilumina, sino que alumbra la realidad material, presentada como hija, como descendiente de aquélla (lo que implica que mantenga, al menos, un fuerte parecido con el modelo).
Los mesopotámicos destacaban la primacía de lo primigenio. Platón de lo celestial, padre de lo terrenal. Por tanto, las arquitecturas y ciudades celestiales, al menos para Platón, eran "esenciales": las ciudades y los edificios en los que los humanos habitamos no tendrían "razón de ser" sin la existencia, necesariamente previa en tanto que la relación se establece en términos materno-filiales, de las ciudades y arquitecturas celestiales.
Esta concepción acerca de la primacía del paradigma está en el origen de la concepción de la arquitectura occidental, sobre todo a partir del siglo XVI, con la recuperación de Platón.
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