¿Por qué "hacemos" regalos?
Antropólogos como Mauss han estudiado la finalidad del regalo, o del don: regalamos a quien nos regala. Si, después de algún año, la persona a quien hemos ofrecido presentes no nos corresponde en una situación similar (cumpleaños, boda, bautizo, etc.), dejamos de ofrendarle nada. Es decir, regalamos para establecen relaciones, para mantener ligámenes; para atarnos a alguien. Regalándole le obligamos a que nos corresponda en el momento adecuado.Los regalos atan. Los dones no son gratuitos. Por eso, se recomienda no ofrecer presentes excesivamente caros u ostentosos: El ofrendado se ve condenado a la ruina si quiere estar a la altura.
(Esta es, precisamente, la finalidad del don en sociedades "primitivas". Permite la circulación de bienes y evita el acaparamiento. Quien ofrenda está obligado a tirar la casa por la ventana. Se arruina organizando una fiesta que consume todos sus bienes. Mas sabe que, a partir de entonces, y hasta que se recupere económicamente, los ofrendados, enriquecidos gracias a los presentes regalados, están en la obligación de mantenerlo. De este modo, los lazos familiares y clánicos se estrechan. Todos dependen de todos).
En este sentido, la relación entre la divinidad y los humanos que el Corán plantea es aguda. Las casas que los hombres poseen no son fruto de su esfuerzo, sino que son un presente divino. Dios actúa para que las casas se conviertan en hogares, y distribuye tiendas a todos los nómadas:
"Dios os ha asignado una morada en vuestras casas, del mismo modo que os ha entregado casas hechas de pieles, que encontráis ligeras, el día en que os desplazáis, así como el día en que os instaláis. De lana, igualmente, y de pelo, así como muebles y objetos, de los que disfrutáis todo el tiempo.
Y de lo que ha encontrado, dios os ha entregado sombras (protectoras). Os ha asignado un abrigo en las montañas. Os ha asignado protectores contra el calor, así como protectores que os protegen de vuestra propia dureza. Así su acción benéfica os perfecciona" (Corán, 16, 80-82)
¿A qué responde semejante generosidad? El Corán lo expresa claramente: para someter al ser humano (para hacerlo musulmán, ya que sumiso es lo que musulmán significa).
En la mitología mesopotámica, en la que la visión del hombre no es optimista (hoy diríamos que es acertada), los hombres están hechos de barro y de espurnas de sustancia divina. Mas han sido moldeados y animados para trabajar en beneficio de las divinidades: arar, regar y cultivar los campos, recoger las cosechas y ofrendar las primicias al cielo. Los humanos son los esclavos del cielo (no por castigo alguno, sino que constitutivamente son unas marionetas).
El Corán desarrolla esta imagen. Mas la sumisión no se persigue en favor del cielo, sino del hombre. Dicha sumisión se compra, otorgándole el bien más preciado: un lugar seguro en la tierra, a fin que el hombre quede emplazado (en el espacio y para honrar a la divinidad).
NOTA:
Gregorio Luri comenta hoy, en una luminosa entrada en el blog El Café de Ocata (La consciencia y el nacimiento de la ciudad), que Victor Hugo ligó la aparición de la ciudad al descubrimiento de la consciencia en su célebre poema dedicado a Caín.
En efecto, en la Biblia, Caín es el primer constructor de ciudades. Construye para que todos los seres errantes de la tierra como él hallen un buen cobijo, y no queden a merced de la intemperie ni del resto de los humanos que los perciben como chivos expiatorios, ya que el arte de la construcción es consecuencia del primer crimen (cometido por Caín cuando asesina a su hermano Abel, si bien algunos han sostenido que Caín no cometió un crimen sino un sacrificio).
Victor Hugo expone que Caín, abrumado por la imagen del crimen cometido que le persigue en sus noches de insomnio y se le aparece en todos los sitios y a todas horas, trata de esconderse, de colocar una pared entre él y sus pesadillas (o la imagen acusadora de dios que no cesa de recordarle la sangre del hermano que ha vertido y el grito que ha ascendido hasta el cielo). Construye primero una ciudad; luego, una tumba. Hasta que descubre que Dios está entre él y su morada más cercana, que es la cárcel de su cuerpo. Por eso, no puede escapar de la imagen que le atormenta, salvo suicidándose. Mas en el cielo o en los infiernos...
La ciudad se erige así en un escondite, de la que la divinidad está excluida. Todos tienen acceso al interior de la urbe, menos Yavhé. Caín se protege, no de los demás, sino de sí mismo.
Mas, en la Biblia, la auto-consciencia adviene con la primera falta: cuando Adán y Eva quedan al descubierto tras haber desobedecido a Dios y probado el fruto del árbol de la ciencia. Avergonzados, se tapan: descubren que están desnudos, que su estado no es normal ("natural") sino que manifiesta lo que les falta súbitamente. Se apresuran a cubrirse con unas hojas. Se fabrican, así, un abrigo.
Sabemos que un abrigo es también un escondite (se mettre à l´abri, ponerse a cubierto, denota que quien se refugia está en peligro), un espacio protector. En francés, un abri es solo un techo protector.
Así que Victor Hugo no hace sino desarrollar lo que la Biblia enuncia. En ambos casos, el abrigo (el vestido o el techo protector, el manto o el muro) nacen cuando el humano toma conciencia de su desnudez, consecuencia de sus actos.
La ciudad es el signo de la ruptura. Desde entonces, la divinidad solo tendrá acceso a la ciudad a través de sus representantes materiales o visibles, los templos y las estatuas.
Bienvenida sean estas remisiones mutuas entre el café y el tocho.
ResponderEliminarLa culpa como elemento esencial, inherente a lo político (polis), eso es lo que me fascina. La ciudad como intento de protegerse de una culpa que, sin embargo, no se puede alejar con murallas. La culpa es uno de los ingredientes de la argamasa con la que levantamos los muros de nuestra casa. La ciudad como el paraíso imaginado por el paranoico. Si esto es así, no se puede colmar la demanda de seguridad del hombre con medios políticos (aunque se pueda, evidentemente, agravar). Y no hay otros medios: Ese ojo terrible que precede a nuestra existencia, nos acompaña a lo largo de nuestra vida y nos sigue finalmente más allá de la muerte es Dios, ciertamente, pero, como dijo ej judío Spinoza, "Deus sive Natura".
¿No es la culpa el fruto de la empatía? ¿Nos sentimos culpabvles porque sentimos" que hemos hecho o hacemos daño, al colocarnos en el lugar de la otra persona víctima de nuestras acciones?
ResponderEliminarLa culpa, entonces, ¿sería una consecuencia de la vida en común? O ¿la vida en común solo es posible si exuiste el sentimiento de culpa, que ciontrola nuestras acciones o nos conduce a tratar de recuperar el daño cometido?
Si así fuera, ciudad y culpa estarían unidas, pues la ciudad, donde convivimos con los otros, es uno de los espaciio donde dicho sentimiento -también presente en cualquier grupo humano, familiar, tribal, etc.- puede manifestarse.
Aunque cuando el peso de la culpa es demasiado grande, solo queda el exilio y la muerte, el abandono de la ciudad, como en el caso de Edipo. Aunque en su caso, no contó con el perdón que habría podido obtener. El exilio de Edipo, ¿un acto de soberbia, creyendo que su acción era tan maligna que nadie le habría podido perdonar?
¿Y si la culpa fuera el resultado inevitable de la individuación?
ResponderEliminarLa individuación es uno de las características que nos distingue de los animales 8y los poderes celestiales e infernales, siendo valorados en y como grupo). Cada uno es único. Es aprehendido en sí mismo, separado y frente a cada uno de los demás.
ResponderEliminarla individuación implica un desgarro, y la consideración del otro como un igual, es decir, como un rival. El enfretamiento es, entonces, inevitable. Y el establecimiento de defensas también. La ciudad despunta.
Por cierto, el héroe Gilgamesh, rey de Uruk, cantó las excelencias de "su" ciudad, cuyos cimientos y muros lervantó, porque la pervivencia de su obra logrará que su nombre, su memoria perdure. ¿La ciudad es lo que permite la individuación?.
Tras pensar la pregunta:
ResponderEliminarLa ciudad es el único ámbito que permite la individuación noble, que es aquella que los demás consideran digna de emulación.
Claro que la dignidad de la nobleza requiere, para permanecer en el tiempo, una alianza entre la ciudad y los dioses.
Don Goyo
ResponderEliminarTras la lluvia, ideas ¿frescas?
Dialogamos, entre iguales -como individuos-, en un espacio. Necesitamos un "espacio de diálogo": yun foro, una plaza, un parlamento, una áula, etc.: un lugar, lugar que la ciudad asume -como único lugar donde se convive sin que, idealmente, nadie imponga su voz.
Y, ciertamente, este nodelo es digno de imitación.
¿La dignidad de la nobleza requiere para perdurar una alianza entre dioses y ciudades? ¿En qué sentido? ¿A fin que exista una voz, o una autoridad -reconocida por todos porque por todos instituida o creada-, que garantice que nadie alce la voz, que modere el debate?
Sin dioses, ¿acaba alguien por creerse un dios, y acabar con el debate?