Las diferencias entre pueblo y ciudad no han sido aún totalmente determinadas. Historiadores, arqueólogos y antropólogos dedicados al estudio del Próximo Oriente antiguo aún debaten qué características, físicas y/o humanas, tiene que poseer un poblado para "acceder" a la condición de ciudad: un fenómeno que, mientras no se demuestre lo contrario, se originó en el sur de Mesopotamia (Irak) (y, quizá en Elam, al oeste de Irán), a finales del V milenio aC, o a principios del IV milenio aC.
El tamaño, en este caso, al parecer, no cuenta. Una ciudad no tiene necesariamente más habitantes que un pueblo. Por el contrario, la división del trabajo, la jerarquización social y arquitectónica (que se revela en el tamaño de los edificios y la riqueza de las tumbas), y la acumulación de bienes en algunas manos, son signos que denotan que se está ante una ciudad y ya no ante un pueblo.
Jean-Louis Huot enuncia una última y magistral característica. Un pueblo es un conjunto de trabajadores manuales. Éstos producen de todo, o se especializan. Pero su vida está dedicada a las manualidades. Son herreros, ceramistas, talladores, albañiles, etc. Viven la vista vuelta sobre los instrumentos y el espacio de trabajo.
La ciudad también agrupa a artesanos. Pero éstos ya no viven de lo que fabrican u obran, sino de lo que pregonan. La palabra, el pregón, el discurso se confabula con el producto, o lo sustituye. Viven de lo que anuncian. El útil, "en sí", no "es" nada, si no viene acompañado, o envuelto, de unas palabras que destacan sus virtudes y ocultan sus defectos. La obra o el objeto "manufacturado" está más en las palabras que en el aparador. Se anuncia: esto es, se destaca algo que aún no existe; se proclama su venida, su próxima entrega. Pero lo que solo existe en el anuncio de sí mismo es tratado como si pudiera ser tocado.
La ciudad, además, agrupa a habitantes que ya solo viven de la palabra: sacerdotes (y reyes, que ordenan y dictaminan, pero no "hacen" u obran nada "tangible), legisladores, maestros.
La ciudad, entonces, es el espacio del mercadeo de bienes y de ideas. La plaza pública, donde todo se pregona, se ofrece, se expone, sustituye al taller artesanal. La urbe es el lugar de la ficción. Los rituales, por el contrario, acontecen en el campo, o en la periferia de las ciudades, donde se ubican los santuarios principales.
El campo es el ámbito de la anunciación (el ángel se apareció en una gruta): la palabra que proclama la verdad, lo venidero; la ciudad, por el contrario, se puebla de anuncios: imágenes, ilusiones, sin un necesario correlato con la "realidad".
Platón entendió perfectamente en qué consistia una ciudad: el ámbito en el que charlatanes y titiriteros, que pregonaban lo que quizá no existía, y que simulaban ser lo que no eran, cuando actuaban en la plaza pública, se movían libremente. Platón quiso construir una estructura imposible: una ciudad donde apate (el engaño) y pseudos (la mentira, la fabula, el como si) estuvieran proscritos. La república platónica nunca pudo existir (salvo en su imaginación). Era una contradicción de términos.
La Persuasíon, y el Deseo, actúan en el marco de la ciudad. No es casualidad que Corinto, la gran ciudad portuaria y comerciante de la Grecia arcaica, poseyera un templo dedicado a Afrodita, y que una efigie de la diosa Peithô, la Persuasión, presidiera el centro del ágora, donde todo se ofertaba: bienes y cuerpos (las prostitutas de Corinto eran míticas).
La ciudad es el espacio del futuro: está volcado a acoger lo que está aún por venir -y quizá no venga nunca, porque la palabra que lo anuncia lo ha reemplazado. Nos contentamos con una promesa. Por otra parte, si el objeto llegara (a ser), si se encarnara, nos decepcionaría. Nuestro deseo cesaría. Y, entonces, la ciudad ya no tendría razón de ser.
Sr Tocho: prepárese a recibir una Cesta por Navidad, después de definir tan bien la Ciudad en la que vive !!! El Sr Alcalde se convencerá de que todo son promesas de charlatanes y titiriteros, como decia Platon, lo que se oye en su ciudad?? Yo me vuelvo al Egeo, no quiero ver lo que pasara!!
ResponderEliminarEstimada Glauka
ResponderEliminarSí, aférrese a una roca que emerja suficientemente y vea pasar las aguas fecales...
¡Ah! ¡si solo todos esos personajes de la crónica negra del Ayuntamiento de Barcelona (y de Marbella, Murcia, Palma de Mallorca, Valencia, etc.) -urbanismo, etc.- tuvieran la talla de los charlatanes y titiriteros que Platón denunciaba porque organizaban obras de teatro y pasacalles en la plaza pública, y turbaban el orden público, impidiendo que los ciudadanos prosiguieran con su tarea, la prosecución de la verdad! Platón, ¡iluso, nos parece hoy! El Raval de Barcelona, por lo que se dice, no se distingue del Chicago de los años 30. Y no pasa apenas nada. La respuesta de algunas personas ante la crónica negra es que cuando uno trabaja en barrios como éste ya sabe a qué se enfrenta, y si no, que dimita. Es decir, se da por hecho el choriceo y la violencia. Que, por cierto, también reina en la Universidad. Si le contara un caso que ocurre en estos momentos... Necesitaría, no una roca, sino un Everest, y el Océano tras los límites del mundo, en vez del Egeo, para no quedar salpicada.
Volvamos a los mitos para olvidar la realidad.
Tocho agrietado