viernes, 15 de octubre de 2010

EL ABONO DEL ARTE (EXPOSICIÓN ANTOLÓGICA DE ANNA MARÍA MAIOLINO EN LA FUNDACIÓN TÀPIES DE BARCELONA)



La Fundación Antoni Tàpies inauguró la exposición antológica de la artista brasileña, de origen italiano, Anna María Maiolino, dirigida por Helena Tatay (la mejor responsable de exposiciones de arte contemporáneo de España).

En la conferencia de prensa, la mañana del miércoles 14 de octubre, la mayoría de las preguntas estaban centradas en el supuesto aspecto escatológico de algunas obras "escultóricas": una multitud de cilindros arqueados, o de largos tubos, de barro, moldeados a mano, que, al parecer, evocan heces, lo que provoca curiosidad o morbo.

La artista respondió que "la cultura es antropófaga; Picasso comió de todo durante toda su vida y lo defecó de otra manera sin dejar de ser Picasso", confirmando la relación entre sus obras y los deshechos de los vivientes, pese a que sus esculturas también podrían ser vistas como los churros de arcilla que los ceramistas moldean y con los que montan, sin torno, las formas de las vasijas

Helena Tatay, prudentemente, sostuvo que la afirmación de Maiolino no debería provocar ninguna rasgadura de túnicas, ya que lo que la artista defendía era la obra de otro artista es el resultado de la elaboración de obras anteriores asimiladas y modificadas. El arte es deudor del pasado que se ha creado; se alimenta del pasado, y lo transforma. Ya Dalí había asociado alquimia y excrementos (asociación fértil en el arte del s. XX).

Sin embargo, Maiolino no dijo exactamente eso, si sus palabras han sido bien transcritas en la prensa; más bien lo contrario: el arte no es el resultado de lo que ha comido, sino de lo que no ha sido asimilado y expulsa. Se produce tras una ingestión de arte, ciertamente, pero es similar a las heces. Es una deposición (un término de resonancias cristológicas).

Las heces no son el resultado de la amalgama de lo ingerido; no equivalen a la suma de lo que se ha comido, profana o ritualmente, sino que las heces se componen de aquellos alimentos que, por el contrario, no han podido ser digeridos. Las heces son restos.  Comprenden elementos extraños al cuerpo, con los que éste nada ha podido o ha sabido hacer: materias (no necesariamente nocivas)que han resistido a cualquier transformación, irreconciliables con el cuerpo. Materias nada condescendientes, amables.

Como bien expresa Maiolino, Picasso se nutrió de innumerables obras, de todas las culturas, del pasado y del presente, anónimas o firmadas, occidentales, africanas, etc. Una enumeración de cuantas obras le inspiraron no acabaría nunca.
Mas, según Maiolino, Picasso produjo (o expulsó, si seguimos con las imágenes orgánicas -poco adecuadas, sin embargo, ya que sus creaciones no respondían casi nunca a impulsos incontrolados sino a meditados trabajos) obras que manifestaban su extrañeza o incomprensión ante obras ajenas; obras cuyo contenido se le había resistido, al menos parcialmente. No había sido asumido, fagocitado, dando lugar a obras alimenticias. Las pinturas y las esculturas de Picasso, entonces, eran enigmas, problemas que le planteaban obras con las que "no había podido". De este modo, Picasso no habría mostrado síntesis, o perfectas metamorfosis de lo asimilado, sino cuerpos  que no cesaban de plantearle dudas. Y, por tanto, obras no fagocitadas, sino vivas, cuya extrañeza no podía sino provocar, cuyo sino era provocar, despertar, alentar (el deseo de ingerirlas para tratar de solventarlas o solucionarlas, a fin de adquirir o asimilar todos sus componentes o secretos).

Es cierto que las heces comprenden mayoritariamente materia de la que se ha extraído todo lo que puede alimentar a un cuerpo dado. Las heces son paja, materia muerta. Sin embargo, son el abono con el que los campos fructifican. Sin ellas, las semillas mueren...

Según Maiolino, entonces, Picasso sería una fuente viva de inspiración, no por sus logros, sino por los problemas con los que se ha enfrentado y que plantea. Sus mejores obras, aquellas que seguirían estando vivas, serían las que más inquietan, como si fueran el reflejo de algo con el que se hubieran encarado: un motivo que no puede ser fagocitado, un motivo de constante preocupación. Lo que nos mantiene vivo. Las obras reflejarían su incomprensión ante el mundo, su extrañeza, su constante perplejidad y curiosidad. No serían la prueba de lo aprendido, sino de lo que queda aún por conocer, es decir, del insondable misterio de lo que nos envuelve.

Pocas veces, la obra de Picasso ha sido comentada de manera tan acertada como lo hizo Maiolino anteayer.

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