miércoles, 13 de octubre de 2010
Grafía y gráficos
Los primeros pueblos fueron fundados al norte de Siria hace unos catorce mil años. Tres mil años más tarde, cuando aún en Europa se vivía en cuevas, el llamado Creciente Fértil (una fértil franja estrecha que abraza Palestina, el norte de Siria, y las cadenas montañosas de Tauro y de Zagros, paralela a los ríos Tigris y Eúfrates), se dotó de poblados bien asentados. Éstos cubrieron la región hacia el 7000 aC.
Fue entonces cuando apareció la cerámica. Estaba cubiertas de motivos geométricos y figurativos pintados. Éstos se distribuían rítmica o regularmente en el interior y el exterior de los cuencos, y se repetían a intervalos regulares. El cuidado con el que las cerámicas fueron modeladas a mano y, siglos más tarde, fabricadas sobre tornos, y pintadas, denota que no se trataba de objetos de uso diario. La selección de motivos ornamentales también debía responder a criterios no funcionales sino estéticos o simbólicos.
Hacia el 4000 aC, las primeras ciudades (en las que se detecta una jerarquización social y arquitectónica, que no existía en los poblados) fueron fundadas. Las primeras muestras de escritura (halladas por vez primera en Mesopotamia) aparecen simultáneamente con las urbes. Fue entonces cuando la cerámica cuidada y ornamentada desapareció. Las vasijas empezaron a producirse en masa; bastas, pesadas y lisas: productos de serie para el uso diario.
Jean-Louis Huot se plantea si existe alguna relación entre estos fenómenos. Apunta que la desaparición de la ornamentación cerámica y la aparición de la escritura no son casuales. Son acontecimientos de algún modo relacionados. Los hombres (los ciudadanos) dejaron de pintar para ponerse a escribir.
Huot sostiene que es demasiado arriesgado pensar que los motivos ornamentales, calculadamente distribuidos por toda la superficie de las cerámicas son muestras de proto-escritura. Pero también afirma que tales motivos pintados no son decorativos sino simbólicos: "dicen" algo. ¿Qué? ¿"Qué" son?
Se sabe que motivos como la terrorífica faz de la Gorgona, los ojos de ésta, o del dios Dionisos, en la cerámica griega, tenían una función profiláctica. Del mismo modo, los ojos pintados a lado y lado de la proa de las naves (como aún acontece hoy) servían, al igual que los ojos dionisíacos, para asustar a los malos espíritus y proteger así la nave y a los marineros.
Sin duda, los motivos cerámicos neolíticos tenían una función similar: protegían los cuencos y su contenido. De este modo, servían para asegurar el futuro, o evitar los envites de la fortuna. Eran, entonces, medios para controlar lo que podía acontecer.
Su desaparición, que coincide con la invención de la escritura, ¿es casual? Esto no significa que los motivos pintados fueran una manera de anotar lo que ocurría, pero sí pueden explicar la función de la escritura.
Se ha contado tradicionalmente que la escritura (y el cálculo) aparecieron para facilitar la administración o el control de bienes que la ciudad atesoraba gracias a las nacientes realezas, y con los que comerciaba con otras ciudades. La escritura habría tenido un origen prosaico. Habría permitido llevar las cuentas de los bienes y las transacciones, permitiendo, de este modo, que la monarquía, a cuyo servicio trabajaban los escribas, se asentase gracias al férreo control que ejercía sobre la posesión y el mercadeo de bienes.
Glassner, de manera provocativa, rebatió tan utilitaria visión de la escritura hace unos diez años, en favor de una función religiosa. La escritura habría servido como medio de contacto con los dioses (también aparecidos con la ciudad, al menos los dioses con forma humana); habría sido un instrumento al servicio del conocimiento del destino, de lo que los dioses destinaban a los humanos. Gracias a la escritura se podían fijar plegarias y oráculos, que serían, posteriormente, estudiados por los sacerdotes (acrecentado su influencia). Con la aparición de la ciudad la vida diaria se aseguraba. El presente ya no preocupaba. La angustia, entonces, se refería al futuro, que la escritura ayudaba a conocer.
La escritura, entonces, asumía las funciones de la ornamentación cerámica. Se desplegaba sobre una misma materia (el barro, secado o cocido), y servía para despejar el futuro, los peligros que éste podía -o tenía que- acarrear. La función de la pintura y la escritura no era solo defensiva. También contraatacaba. A los dioses se les imploraba; se les exigía también.
Grafía y gráficos eran armas con las que los hombres se defendían, evitando el hado funesto, desmontado las tramas con las que los dioses trataban, a menudo con éxito, de obtener la rendición de los humanos. La escritura y la pintura eran mágicas. Se anticipaban a lo que el futuro destinaba, y evitaban, con más o menos fortuna, sus lances. Ni decoración ni metódica administración: escritura y pintura ofrecían una visión del futuro. Ampliaban las capacidades humanas. De algún modo, permitían a los hombres soñar que eran como dioses.
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