Un diferencia ineludible ha distinguido la arquitectura occidental de la oriental: el hecho que las letras de los alfabetos semitas (hebreo, árabe) tengan un valor numérico.
Así, cuando un arquitecto musulmán (árabe, turco o persa) proyectaba un palacio, un edificio público o una mezquita, no podía dejar de tener en cuenta el resultado de la suma de cada letra-cifra de las palabras con las que se designaban las distintas partes de un edificio; sobre todo, teniendo en cuenta que determinados números son mágicos o sagrados.
En el cristianismo, el número de ciertas figuras determinada el número de algunos componentes de una iglesia. Los doce apóstoles, los cuatro evangelistas, la trinidad, los cuatro brazos de una cruz, etc., tenían su reflejo en el número de columnas, de vidrieras o de espacios articulados alrededor del altar. Mas las medidas de cada uno de estos componentes no venía determinado por las figuras que se simbolizaban a través de aquéllos. Las medidas de los profetas y, por tanto, de las columnas, no se podía deducir de la sola existencia de los prefiguradores de Cristo. En este caso, era necesario recurrir a un modelo externo a la iglesia a fin de poner medidas a todos los elementos del templo.
Sin embargo, las palabras evocadas por la mezquita (Mahoma, Alá, los mismos profetas bíblicos, Kaaba, los califas, etc.) tenían un correlato numérico. Por tanto, era sencillo saber qué medida y que juegos de medidas se podían establecer para cada parte del templo. Por otra parte, toda vez que algunas palabras tienen un mismo valor numérico ( la suma del valor numeral de las letras es idéntico para algunas palabras), y que algunos números son sagrados, algunas partes podían tener unas mismas medidas o proporciones, y ciertos componentes como la cúpula solo podían tener unas determinadas medidas y proporciones.
Así como en el templo cristiano, era necesario recurrir a las imágenes para evocar claramente qué figuras sagradas estaban en el origen de o en consonancia con ciertas partes de la iglesia, la iconografía no era necesaria en la arquitectura islámica. Cada palabra remitía a una cifra, y cada cifra a un número. Tomando las medidas de una mezquita se sabía de inmediato qué figuras del Corán habían sido escogidas como soporte, estructura o legitimación de las formas arquitectónicas. La mezquita podía leerse. La lectura de las medidas tenía un inmediato correlato literario. Las cifras remitían a letras, a palabras, a figuras.
La arquitectura islámica, religiosa sobre todo, se constituía como un texto. Al límite no era necesario construirla. Las palabras, de inmediato, evocaban la planta, el alzado y el volumen del templo. Cantando (o danzando, como contaba el sufí Sinan en su Autobiografía) los versículos, el templo se constituía.
Occidente ha tenido que recurrir a las imágenes porque no ha podido confiar en la potencia creadora del Verbo.
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