domingo, 29 de mayo de 2011
Bárbaros, fuera de la ciudad
Dos de las estatuillas de bronce mesopotámicas (sumerias o elamitas, de hace unos cinco mil años) más extrañas que se conozcan(de unos doce centímetros de alto), casi idénticas, hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York , la primera y, desde el año pasado, en el Art Institute de Chicago, la segunda, representan a un ser humano (quizá un sacerdote o un brujo) o a un demonio, con un casco astado y, lo más característico, un calzado con la punta tan exageradamente curvada como los cuernos de ibex que coronan la testa.
No se sabe bien qué figura representan ni que simbolizan; al parecer evocarían a seres de las montañas.
En Mesopotamia, la palabra acadia edena -de donde deriva nuestro Edén- significaba tierra plana. Las llanuras eran tierras fértiles, aptas para la vida, pletóricas de vida. Las altas montañas, por el contrario, abiertas por profundas gargantas, daban paso a los nómadas allende las planicies, venidos de Centro Asia, y atraidos por las riquezas de la región entre los ríos Tigris y Eúfrates. Descendían y saqueaban, poniendo en jaque a los estados que se sucedían en las tierras bajas. Por ese motivo, el mundo de los muertos no se localizaba en el subsuelo, sino más allá de las cumbres. Montaña, en sumerio, se decía kur; y kur-kur, significaba infierno.
Los nómadas, los demonios y los muertos no conocían la cultura urbana.No estaban asentados en ciudad alguno, sino que organizaban razzias que acababan con la vida reglada de la ciudad. Su vida nómada se simbolizaba por su calzado extremado (apto, por otra pate, para caminar por la nieve), y sus andares desviados, fuera de la legalidad y el orden que la ciudad imponía, se manifestaban por la forma exageradamente curva del calzado. Andaban mal, pero tenían que andar siempre. No podían asentarse y descansar. Eran genios cuya llegada anunciaba el fin de la vida urbana, humana.
iluminador
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