En un territorio sin hitos naturales, del que apenas nada sobresalía, y en el que era esperable sentirse desamparado y a la merced de no se sabía qué peligros, la existencia, el establecimiento de límites era necesario para sentirse protegido, para que la confianza en el mundo se estableciera.
En el sur de Mesopotamia (el área entre el sur de Bagdad y el delta del Tigris y el Eufrates, en Irak, hoy), nada o casi nada sobresalía; apenas algún leve montículo natural. Lo único que detenía la vista era la línea del horizonte. Se sabía que, más al este, se hallaba la cadena montañosa del Zagros, invisible desde el centro de Mesopotamia, mas ésta, abierta en canal por innumerables gargantas, constituía más un paso cómodo entre las estepas de centroasia y los valles fluviales mesopotámicos, que una barrera. Por eso las montañas siempre fueron temidas, si bien se sabía que gracias a una de esas, la humanidad pudo escapar a las destrucción del diluvio, y que los ciudadanos estaban tan agradecidos a los montes cuyos picos sobresalieron de las aguas, que los honraron reproduciendo su forma por medio de zigurats (pirámides escalonadas sagradas presentes en todos los recintos templarios a partir de finales del tercer milenio aC).
La necesidad de acotar el espacio era sicológica y físicamente necesaria. los mitos sobre la creación del mundo mesopotámicos describen la tierra de los inicios carente de fronteras, lo que la convertía en inhábil para la vida, hasta que la intervención de los dioses puso orden en el mundo y estableció fronteras, delimitando espacios en los que sentirse cobijado.
Quizá por eso no sorprenda el que la primera gran muralla no urbana, trazada y construida en plena naturaleza, hubiera existido en Mesopotamia. en efecto, el rey Shu-Sin (2037-2029 aC), erigió un imponente muro de 257 quilómetros entre los ríos Tígris y Eufrates (o prosiguió la obra iniciada por su padre el rey Shulgi -2094-2047-) para tratar de contener a los Amoritas que descendían de los montes Zagros hacia las llanuras mesopotámicas. Fue la primera muralla que no rodeaba una ciudad.
Esa obra era lógica. Shu-Sin (o Suen) fue divinizado (uno de los pocos reyes sumerios, junto con Shulgi, entre otros, considerado como una divinidad). Un cántico lo describe como un "dios de la prosperidad", hijo del Cielo, y de Urash, la diosa de la tierra y del inframundo, esposa An, el Cielo. Su fuerza procedía de la "Gran Montaña" ("kur gal", una expresión que también constituye uno de los epítetos del tormentoso y fulminante dios Enlil, que sustituyó a An, el Cielo -tan inmutable que nada hacía ni decía-, en la alto del panteón), según se afirmaba en el Cántico o Himno, lo que le facultaba, precisamente, para detener como el rayo a todo áquel que viniere más allá de los montes, y su fuerza se extendía hasta los "límites de la tierra". Su valor, la capacidad para controlar el mundo habitado, estaba asociado a la organización del espacio. Su fuerza ordenaba el territorio, al mismo tiempo que aquélla se ejercía y se aplicaba solo al espacio bien delimitado. Si los límites fallaban, si algo a alguien los quebraba o los superaba, fallaba la fuerza de Shu Suen y, por tanto, la tierra estaba en peligro. Tanta importancia tuvo esta muralla que su erección fue un hito que permitió ordenar, no solo el espacio, sino el tiempo. las cartas se fechaban en relación al año en que la muralla se alzó.
Mientras estuvo vigente, Sumer fue un territorio seguro. La red de comunicaciones, instituida por el rey Shulgi, era utilizada sin problemas. Ésta comprendía no solo vías sino postas en las que descansaban y se restauraban los emisarios reales. Shu Sin instituyó unos "bonos" de comida con los que los mensajeros que recorrían todo el territorio obtenían comida (cerveza, aceite, cebollas y cereales) en las postas reales.
Sin embargo, ya se intuye que la muralla poco tiempo duró. Pronto fue derribada. Pocos años más tarde, apenas Shu Suen fallecido, el gran imperio neo-sumerio de Ur III, con capital en Ur, se derrumbaba. Todo el sur de Mesopotamia (hoy el sur de Irak) desaparecería de la historia, hasta hoy. Le llegaba el turno a Babilonia.
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