sábado, 20 de agosto de 2011
Pinzas de oro
Imaginemos una delegación de alto rango de un país asiático llegada para entablar conversaciones con representantes políticos de otra nación. Viene encabezada por un personaje del gabinete de asesores de un importante ministro de su país; es un miembro de la familia de aquél. La familia cuenta. Vuela, como es lógico, en clase "business". No hacía falta ni que lo hubiera solicitado.
No bien aterriza, exige coche oficial con chófer, día y noche. Las comidas y las cenas pueden haber sido reservadas en los mejores restaurantes de las ciudades que acogen la delegación; exige, a cualquier hora, comida de su país, se esté dónde se esté.
Protesta porque en las reuniones oficiales no mariposean señoritas, delgadas y con curvas. Exige reserva y dinero para barras americanas, clubs de alterne, espectáculos pornográficos duros. Se tiene que prever un coche, pagar a un chófer, un vigilante, un guardia, discretos, pues se trata de un representante oficial de un país importante. Pero se descubre, con admiración, que hoteles, agencias y taxis están curtidos en este tipo de exigencias. Es necesario, no obstante, estudiar qué se tiene que hacer si pide la compañía de menores. La suerte de las negociaciones puede depender del acierto en la respuesta rápida y eficaz, a actividades nocturnas, lícitas o no tanto.
Las reuniones de trabajo, diurnas, tienen que durar lo mínimo y empezar muy tarde; o no tener lugar. Imaginemos que se trata de un encuentro sobre una cultura de secano: esto no es óbice para que pida a gritar un billete para desplazarse, por ejemplo, a unas islas paradisiacas, todos los gastos pagados.
En un viaje en tren, ya en marcha, en medio de una meseta, puede, de pronto, exigir desplazarse en avión, so pena de negarse a firmar los posibles acuerdos. Bien puede ocurrir que se le tenga que entregar un billete a otra hora de la acordada aún sabiendo que ya no hay billetes. El problema de la absoluta imposibilidad de modificar horarios, trayectos o medios de locomoción, no es de su incumbencia. La suerte de un acuerdo, de nuevo, está en juego.
Puede pedir ingentes cantidades de comida en restaurantes de su gusto que no tome, o a los que posiblemente no acuda; todo a cargo del organismo receptor.
Tras su partida, la factura adicional del hotel -ya pagado previamente- llega inexorablemente. Todas las botellas más caras del bar de la habitación han sido ingeridas, aunque las leyes de su país solo le permitan beber tila.
Esta instructiva semana, me comentan, puede ayudar a vislumbrar lo que hubo que hacer para lograr que los Juegos Olímpicos fueran, en su día, concedidos a Barcelona.
El poder es maravilloso.
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