viernes, 30 de septiembre de 2011
Anécdota arqueológica: el tesoro de las tumbas reales de Ur (Mesopotamia)
El tesoro de Ur consiste en el conjunto de obras sumerias más numeroso y conocido. Los ajuares funerarios de las tumbas reales de Ur, halladas a finales de los años 20 por el arqueólogo inglés Leonard Woolley, que trabajaba para los Museos Británico de Londres y de la Universidad de Pennsilvania, de Filadelfia, comprenden, entre otras piezas, todo tipo de joyas (pendientes, sortijas, brazaletes, collares, agujas, coronas), de oro, plata, piedras semi preciosas (como el lapislázuli) y coral, cuencos de oro y de lapislázuli, un casco de oro, carros, arpas esculpidas, juegos semejantes a las damas, y el llamado estandarte de Ur, cuya función se desconoce y que se asemeja a una caja con vívidas escenas cotidianas incrustadas.
Su descubrimiento rivalizó con el de la tumba de Tutankhamon en la prensa, adecuadamente alentada por el egiptólogo Carter y por Woolley.
Las piezas fueran repartidas entre el Museo Nacional de Irak en Bagdad -Irak no era aún un país plenamente independiente y Gran Bretaña lo seguía considerando una colonia-, el Museo Británico y el Museo de la Universidad de Filadelfia. Quizá las mejores piezas fueran depositadas en Londres.
Entre éstas, el "estandarte de Ur", la corona y las joyas de la reina Puabti, las arpas y los juegos de mesa son aún hoy las piezas más reputadas. Tienen la misma importancia que los relieves del Partenón para el Museo Británico.
La lectura de la correspondencia entre el arqueólogo Woolley, que escribía desde Ur, y la dirección del Museo Británico, revela datos interesantes acerca del reparto del botín.
Las arpas, el "estandarte" y los juegos de mesa eran de madera con incrustaciones de nácar, marfil y piedras semi preciosas. La madera había desaparecido: el nivel freático era (y es) tan alto que impidió que la materia orgánica se conservase como en Egipto, pese a que Mesopotamia tenía un clima tan árido como el del imperio faraónico. Solo quedaban las incrustaciones rotas en innumerables fragmentos diminutos, y las huellas de las formas de los objetos.
Sin embargo, Woolley reconoció pronto o de inmediato qué tipo de objetos había descubierto, e intuyó su importancia.
En una carta confidencial que Leonard Woolley envió a Frederic Kenyon, director del Museo Británico, desde Ur, el 31 de enero de 1928, le comentaba que Gran Bretaña debía quedarse con un mayor número de piezas de las previstas. El motivo residía en que ambas partes, Irak y Gran Bretaña (la cual, posteriormente, se repartía las ganancias con los Estados unidos), tenían que obtener lotes de idéntico valor.
Acontecía que las joyas y los ornamentos de oro necesitaban una limpieza electrolítica; del mismo modo, los juegos de mesa, y el estandarte, no eran más que una colección de fragmentos diminutos que se recuperaron con cierta dificultad. Tal como estaban carecen de valor real. Obviamente, poseían, empero, todo el valor "potencial". Pero para alcanzarlo, necesitaban ser restauradas. Irak no poseía los medios ni los conocimientos para proceder a esta tarea. Ésta solo podía emprenderse en Londres.
Si las obras, una vez restauradas, iban a ser devueltas a Irak, éste tendría que pagar una fortuna por el tratamiento.
Por tanto, era el Museo Británico el que iba a quedarse con esos fragmentos que, tan como estaban, no valían casi nada: "the gambling-board (...) is useless to them (los iraquíes) in its present state".
Pero entonces, era necesario que el museo inglés obtuviera un mayor número de piezas para equilibrar el valor de las piezas de piedra, que no requerían ningún cuidado especial, que serían destinadas principalmente al Museo Nacional de Irak. Por el contrario, las piezas más necesitadas de cuidados eran de metal o de márfil. Londres, que podía restaurarlas, las cogía en su mayoría -no engañándose sobre su verdadera valor.
Así se hizo; como escribió Woolley: "in this way we got a really good share".
Desde luego.
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