sábado, 3 de septiembre de 2011
ESPACIOS HABITABLES: CAMPOS, CIUDADES Y HOGARES EN SUMER
La Ciudad de Ur en el tercer milenio aC
Reconstrucción: 404 Arquitectos (Luis Amorós & Miguel Orellana), 2010-2011
Documentación: Eric Rusiñol, 2010
Copyright: Fundación La Caixa
Entre el cuarto y el tercer milenios aC (3500-2000 aC), el sur de lo que hoy es Iraq, desde Bagdad hasta la desembocadura de los ríos Tigris y el Eufrates, estuvo moteado de un conjunto de ciudades-estado (pequeños estados, con una capital y algunas ciudades secundarias, junto con pueblos y asentamientos dispersos), unidas por vías de comunicación terrestres y por canales.
Estos estados, gobernados primeramente por asambleas y luego por reyes, estaban en conflicto casi permanente, si bien, en algún momento pudieron crear una federación. Destacaba una ciudad “santa”, reconocida por el resto de los estados sumerios: Nippur, en el que se asentaba el santuario de Enlil, el hijo predilecto del dios del Cielo, al que acudían los reyes para legitimar la corona.
De todos modos, tenemos que tener en cuenta que utilizamos términos como reyes que evocan inevitablemente la Europa medieval o renacentista, pero que no es seguro que reflejen quiénes eran y cómo eran vistos los poderosos en Sumeria.
Dichos estados independientes, en los que se hablaban varias lenguas como el sumerio y el acadio, fueron sometidos una primera vez por la recién fundada ciudad de Accad, capital de un imperio acadio (2350-2150 ac), en el que la lengua mayoritaria era el acadio (una lengua semita), y posteriormente por la ciudad de Ur, sede de un nuevo imperio (llamado Ur III -2112-2004 aC), en el que el sumerio volvió a ser une lengua de cultura y diplomática (aunque su uso en la calle desapareció).
Las ciudades-estado comprendían una ciudad principal, sede del poder (Uruk, Ur, Eridu, Kish, Lagash, etc.), ciudades secundarias, pueblos, villas aisladas, tierras cultivadas, y pastos.
Dada la escasa pluviometría, el regadío era necesario. Por otra parte, la crecida de los ríos, tras la fundición de las nieves en las montañas de Zagros (lindantes con Centro-asia) y de Tauro (que separaban de la altiplanicie anatólica, hoy en Turquía), acontecía cuando la cosecha, no la siembra. Por ese motivo, era necesario regar antes de la subida de las aguas, y tratar de evacuar su exceso cuando las crecidas. El problema no era la falta de agua, sino su mala distribución, en el tiempo y el espacio (contrariamente a lo que ocurría en el Egipto faraónico). La apertura de una extensa red de canales, gestionados por un poder central que los mantenía, y utilizados también como vías de comunicación, permitió regar la tierra adecuadamente. Sin embargo, el regadío intensivo, y la fuerte evaporación, provocó la subida de las sales y la desertización de unos suelos, fértiles pero condenados –un problema que persiste hoy-, y, quizá, el fin de la cultura mesopotámica del sur.
Los campos pertenecían el sector “público” –templos y palacios-, pero también existía la propiedad privada. Es decir, “dioses” y humanos compartían la propiedad y la gestión de las tierras y del comercio. Reyes, sacerdotes y mercaderes -o grandes familias no necesariamente ligadas al poder, y que en ocasiones prestaban a la “corona”- se ocupaban del almacenamiento y la distribución de alimentos. Una parte de las reservas eran granjeadas por materias inexistentes en Sumer (maderas, minerales, metales) venidas de la India, Afganistán, Arabia, África, Líbano, etc. Un poder fuerte no era imprescindible para la organización y gestión del territorio, pero leyes tenían que aplicarse así como una cuidada contabilidad (a cargo del palacio, los templos y las casas “nobles”). La ciudad era el centro desde el que se organizaba el cultivo y el comercio. Las tierras estaban al servicio de las ciudades.
La sociedad agraria y urbana se organizaba alrededor de la familia (más nuclear en la ciudad). La vivienda urbana acogía a una sola familia. Distintas clases sociales vivían en un mismo barrio. La casa incluía también el servicio, artesanos y animales en el caso de clases altas. Las viviendas se agrupaban en manzanas irregulares, a causa de la forma caprichosa de las parcelas. Callejones conducían al acceso. Los hogares se organizaban alrededor de un espacio central, cuadrado o rectangular, cubierto o al aire libre, que hacía las veces de espacio de recepción y de distribución. En planta baja se disponían talleres, la cocina y aseos –aunque esos no eran habituales; tampoco solía existir, salvo en algunas mansiones y palacios, una red de agua, sanitaria, y de evacuación de aguas sucias-. Las estancias privadas y los dormitorios se ubicaban en el primer piso. Los hombres vivían abajo, en contacto con la calle, mujeres y niños en el piso. Por la noche, la familia se reunía en el piso –o en la terraza superior-, mientras que artesanos y el servicio ocupaba la planta baja. Escaseaban los muebles; no así cesto y cajas. Las estancias, salvo la cocina, el horno de pan y los aseos, no tenían una función determinada. Esteras permitían sentarse en el suelo de tierra compactada. Bajo la vivienda, las tumbas de los familiares (a veces en sótanos abovedados de techo muy bajo), de niños, sobre todo. La casa acogía, pues, generaciones pasadas y presentes.
El conocimiento de la estructura urbana es escaso. Las primeras misiones arqueológicas europeas, en pos de tesoros (joyas, estatuas) que alimentaran los grandes museos, no supieron reconocer las estructuras edilicias, hechas de tierra, con la tierra circundante, y fueron muy destructivas. Excavaban muy rápidamente. Los límites de los edificios y de las calles no siempre se supieron o se pudieron reconocer. Los yacimientos fueron asolados y ya no se pueden recuperar. Han quedado desfigurados. Además, cualquier estructura de arcilla que se deje al aire libre, tras haber sido desenterrada, se desmorona en poco tiempo, a causa del viento, la lluvia y las aguas freáticas.
Por otra parte, se excavaron principalmente las partes altas (donde se suponía que se ubicaban templos y palacios), desdeñando las partes bajas (en las que se ubicaba el resto de la ciudad) que aún no han sido exploradas (en el caso en que aluviones y aguas freáticas no las hubieran disuelto).
Las ciudades fueron ocupadas durante, a veces cinco milenios. Se construían y se reconstruían sin cesar, debido a las destrucciones por las inclemencias –lluvias, inundaciones, etc.- y las guerras. Los aluviones, las sales, y la erosión, posteriormente, han afectado de manera irregular los restos arqueológicos. Algunas ciudades se hayan debajo de capas de lodo de decenas o centenares de metros de altura; otras se hallan bajo las aguas de las marismas, y no se pueden recuperar.
Las excavaciones ponen al descubierto restos que no siempre pertenecen a un mismo periodo. A medida que se excava se descubren los sucesivos niveles de ocupación, lo que dificulta el reconocimiento de la ciudad en un momento dado, y su interpretación.
felicidades por las imágenes Pedro... ¡tienen muy buen aspecto!
ResponderEliminarHola Ángel
ResponderEliminar¡Me alegro que te hayan gustado! El mérito es de Luis y Miguel.
Ahora tenemos que aclarar si había un canal que conectaba ambos puertos pasando por el interior de la ciudad o no. los arqueólogos no se ponen de acuerdo
Hasta pronto