¿La etimología sería engañosa? Las palabras, ¿no querrían decir lo que dicen?
Todas las etimologías de los términos que nombrar al espacio privado, doméstico, evocan el enraizamiento. Morada, en español, está relacionado con el verbo demorarse: detenerse, instalarse, quedarse quieto (aunque sea por un momento). Una morada interrumpe un viaje o un deambular errático. En francés, "demeure" es un sustantivo que se traduce por morada, mientras que el verbo "demeurer" significa habitar. Las sedes, los asentamientos se relacionan con los asientos. Sentarse y asentarse son verbos vecinos. En todos los casos, el espacio limitado de una casa delimita un territorio en el que el ser humano se encuentra como en casa: cómodo, cómodamente instalado. Los deseos de partir parecen ya no tener cabida en la casa. Los sumerios no distinguían entre el hecho de morar o habitar y el de sentarse; ambas acciones se designaban con un mismo verbo: til. Igualmente, emplazar, presentar, sentar se decían del mismo modo: gar. En todos los casos, se trataba de colocar firmemente, de asentar sólida y permanentemente una ente en un lugar dado que pudiera protegerlo.
Pero los mitos no dicen lo mismo. En los mitos, el hogar es el espacio donde no se vive, no se está; la casa es el lugar desde dónde se parte para un viaje que dura una vida. se trata de la casa natal, la casa familiar. Espacio recluido que se abandona, hasta regresar. Los mitos se refieren al retorno al hogar tras una vida en el exterior.
La casa aparece como un inicio y un término: marcan un itinerario vital. En casa no se está; se regresa, quizá para no volver a partir más.
Casi todos los mitos cuentan un viaje: el abandono de la casa, que es el inicio de la vuelta a ella. En el Poema de Gilgamesh, que narra el viaje que el rey de Uruk, Gilgamesh emprende para descubrir la esencia del ser humano -su condición mortal-, lo que le permite retornar, sabio, ilustrado y desengañado, pero tranquilo; los mitos también explican la relación, entre la huida y el apego, que Ulises mantiene con su palacio en Ítaca, donde le aguarda Penélope, investida de unos valores opuestos a los que Circe y Calipso poseen -los valores de la permanencia y la renuncia, contrapuestos a los de la aventura, el descubrimiento y la transformación de las magas antes citadas; valores de seguridad, fidelidad y luz tenue y envolvente, la cálida o mortecina luz del hogar, que se enfrentan a los de la transgresión, la inconstancia, la llama (que alumbra los palacios de las hechiceras) y la quemazón (ya que es fácil quemarse en contacto con aquéllas)- hasta el regreso de Ulises -Ulises, que volverá a partir-; las leyendas narran la salida del hogar de Jesucristo, imbuido con una misión que no puede ceñirse al espacio cerrado doméstico, sino que requiere espacios abiertos en lo que se agolpan multitudes, espacios por los que Cristo transita sin cesar, poseído por la fiebre del viaje, hacia los cuatro puntos del orbe, antes de retornar a "la casa del Padre" -tras su muerte-, como literalmente enuncia; y las leyendas narran, al fin, el regreso del bíblico hijo pródigo, que parece cerrar una herida, y completar una casa (una familia) mutilada.
El viaje que el héroe emprende puede ser luminoso o terrorífico. Pulgarcito y sus hermanos pequeños tratan de regresar a casa buscando una salida al intrincado bosque en el que sus padres, sin recursos, han querido perderles. Su retorno simboliza la vuelta a la vida. Del mismo modo, el padre, que acoge al hijo pródigo, partido desde hace una eternidad, y organiza un banquete para recibirle y honrarle, explica que su hijo estaba muerto y ha regresado a los vivos. ¿Qué otro milagro, una verdadera resurrección, se podría bendecir? El héroe vuelve al hogar tras una vida, plena o errante, vida que ha sido vida o muerte; pero vuelve a la vida -para morir: vuelve de su último viaje. La casa que fue su cuna acaba siendo su tumba. Toda una vida se resume en la partida y el regreso.
Los despegues, las huidas o los viajes que se emprenden desde la casa no implican necesariamente que la vida hogareña se haya vuelto un infierno, ni que el retorno cure. Harold Pinter, en la obra teatral El regreso al hogar (The Homecoming) (1965), ya mostró que la vuelta hace saltar las llaves que hasta entonces mantenían secretos a buen recaudo. Es cierto que Freud, en un ensayo reiteradamente citado, ha desvelado la cara oculta de la bondad del hogar: espacio de proximidad, que acaba constituyendo en un infierno, precisamente porque todo está a la vista, a merced de la mirada amable o inquisitiva del otro, de la que no se puede escapar: la casa se convierte en una cárcel.
La casa es una cárcel, o así se vive , aunque no atesore secretos que pueden salir a la luz. Se quiere descubrir el mundo, más allá del muro, la tapia que impide la vista, de las cuatro paredes. Incluso aquéllos a los que no les queda más remedio que vivir recluidos necesitan el viaje, siquiera mentalmente, como Funes el Memorioso que Borges pintara -un pobre inválido, inmóvil en una silla,que logra escapar de su estancia gracias a la imaginación y a su prodigiosa memoria; ni siquiera necesita sentarse ante la ventana para escapar.
Quiénes se aprestan a partir, sabiendo que las experiencias ajenas, de todos modos, no sirven-. La casa siempre es la última casa. Se está siempre de vuelta. Vuelta del viaje que es la vida, como Ulises comprendió:
Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d'usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge !
Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m'est une province, et beaucoup davantage ?
Plus me plaît le séjour qu'ont bâti mes aïeux,
Que des palais Romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l'ardoise fine :
Plus mon Loir gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l'air marin la doulceur angevine.
(Joachim du Bellay: Heureux qui comme Ulysse, c. 1550)
The Beatles: She´s Leaving Home (1966)
The Rolling Stones: Prodigal Son (1968)
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