jueves, 27 de octubre de 2011
ERIDU, 26 de Octubre de 2011
1.- El zigurat de Eridu
2.- Funda de bomba plástica
3.- Ladera del zigurat cubierta de ladrillos calafeteados; quizá provengan de un templo
4.- Diminutas conchas marinas por el yacimiento
5.- Cono decorativo de fachada de templo.
Dos fundas plásticas de bombas, a lado y lado de la borrosa senda en la arena del desierto, presiden el acceso a Eridu.
El yacimiento aún está minado. Las minas están sepultadas, por lo que se tiene que andar con cuidado, sin adentrarse en el desierto.
Eridu: la primera ciudad de la historia en la mitología sumeria. Descendida del cielo y posada a orillas de la laguna de las divinas aguas primordiales, de las que surgieron todos los dioses: el Abzu, las Aguas (o el Pozo) de la Sabiduría, sobre las que flotaba el templo del dios de las artes y la arquitectura, el artero Enki.
Las primeras misiones arqueológicas, a principios del siglo XX, desenterraron los sucesivos niveles de los templos de esta divinidad, que se fueron sucediendo en el tiempo desde el cuarto milenio aC; no lejos, una estructura arquitectónica, quizá un templo o una capilla, remonta al sexto milenio.
Mas hoy, solo queda el volumen desdibujado del zigurat en medio del desierto. No hay nada y está todo. El yacimiento está enteramente cubierto de fragmentos de cerámica y de miles de diminutas conchas marinas blancas que centellean bajo el sol como las arremolinadas aguas de una laguna. El recuerdo de las aguas no se ha borrado, y el viento fresco -se acerca el mes de noviembre-, al caer la tarde, que sacude la cumbre del zigurat, levanta las olas de las dunas y remueve los últimos restos informes que se hinchan sobre la arena como cuerpos reblandecidos a punto de expirar. Innumerables ladrillos se desparraman sobre una ladera del zigurat, recordando que allí se hallaba uno de los principales santuarios de la remota antiguedad dedicado al dios de las aguas fértiles. Las ruinas sumerias dan una lección moral.
Eridu es un verdadero centro, en centro del mundo. Desde lo alto, se domina el mar de arena. Las aguas del cielo han abierto canales en el zigurat, y lo han disuelto, provocando ríos de piedra líquida y hondonadas.
El zigurat está herido y, sin embargo, aún destaca poderosamente desde lejos sobre la incierta superficie, cuyo finísimo polvo dibuja aguas que baten los últimos restos desperdigados de los santuarios.
De vuelta, una nueva (noticia) "bomba": intacto, en la superficie del desierto, a los pies del zigutat, un pequeño cono de terracota coloreado que, hundido en los muros de adobe de un templo, junto con otros miles de figuras tronco-cónicas con diminutas testas coloradas, formaba parte de las cenefas geométricas de los mosaicos de teselas circulares que moteaban y animaban las fachadas de los templos, y recordaban las esteras tendidas que cubrían los muros exteriores de las casas de adobe, o las tornasoladas aguas del Abzu.
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