Quizá la ponencia que más impacto ha causado en el último y apasionante congreso de la ASOR (American Schools of Oriental Research), en San Francisco, clausurado ayer por la noche, pero cuyas conclusiones no todos los especialistas aceptan (aún), cambia radicalmente la historia de la ciudad mesopotámica y, necesariamente, mundial. Las conclusiones, por otra parte, están en sintonía con lo que se descubre cuando se visitan los restos de ciudades sumerias como Eridu o Tello, en Iraq.
Hasta ahora, la visón más común, sostiene que las ciudades se hallaban cerca de los ríos Tigris o Éufrates, o de las marismas del delta. Solían tener puertos fluviales, lacustres o marítimos.
Toda vez que las tierras circundantes eran áridas -el desierto rondaba-, fueron necesarios la apertura de una extensa red de canales de irrigación, cuya gestión habría requerido un gobierno fuerte, esto es, monárquico o templario, civil o religioso, asentado en la ciudad. Dichos canales habrían sido utilizados también como vías de comunicación.
La existencia de canales artificiales está documentada a finales del tercer milenio aC. Textos, como el Himno del rey Shulgi, hacia el 2100 aC, canta los trabajos de irrigación ordenados por el rey.
Mas las ciudades sumerias más antiguas ya tenían unos dos mil años de historia a finales del tercer milenio aC. Su estructura, así como la del territorio circundante no tenía porque ser inmune a los cambios. Seguramente no podía: el curso de los ríos variaba constantemente, así como la línea de la costa que retrocedía a causa del aporte de aluviones.
Estudios recientes tienden a mostrar que las primeras ciudades sumerias fueron asentamientos lacustres, como Technoctilan en México, Berlín, París, Venecia o Barcelona. Quizá como todas las grandes ciudades de la historia.
Las ciudades sumerias se asentaban en medio de las marismas. No requerían canales de irrigación. Las tierras cultivadas se hallaban en islas naturales o artificiales. Un poder absolutista tampoco era necesario, al menos para regular la irrigación de las tierras, natural y no artificial.
La importancia de las marismas y su estrecha relación con la ciudad -que el suelo cubierto de conchas lacustres en Eridu y Tello corrobora- permitiría entender el uso tan extenso o abundantes de fibras vegetales -cañas, juncos y papiros que crecían y crecen naturalmente en las marismas- en la fabricación de adobes -una cantidad que no se habría podido alcanzar tan solo con el cultivo de cereales-. El uso, también muy extenso de esteras de juncos como elementos estructurales en las construcciones de adobe, por ejemplo, en los zigurats, también solo se puede explicar por la presencia masiva de una vegetación lacustre.
Los canales de regadío habrían aparecido cuando las marismas se desplazaron hacia el sur y las ciudades quedaron en medio de tierras más áridas. Pero este proceso solo tuvo lugar al final de la existencia de las ciudades sumerias, quizá como un remedio desesperado antes de su abandono.
Sumerr fue una cultura lacustre que se adaptó al entorno natural, y no trató, al menos durante dos milenios, de adaptarlo a sus necesidades.
Este descubrimiento cambia raducalmente la historia urbana pero también política. Posiblemente los reyes todopoderosos nunca existieron hasta épocas relativamente tardías.
En verdad, esta explicación ya se halla en los mitos sumerios que tanta importancia concedían a las aguas primordiales (el Abzu), a las diosas madres acuáticas (Nammu), incluso a la figura del dios constructor Enki, cuyo templo flotaba sobre las aguas, y cuyos poderes se ejercitaban precisamente sobre las marismas, mitos que quizá no hayan sido tomados suficientemente en serio.
Los sumerios sabían de dónde venías, mas nosotros hemos aplicado modelos de organización territorial europeos, modernos, al estudio del territorio y la elación entre ciudad y entorno sumerios, quizá para legitimar nuestro dominio del mundo.
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