El punto de partida de la datación en la "vertiente" católica del cristianismo es el nacimiento de Cristo: el año cero.
¿Qué se sabe de este nacimiento?
La imagen del "belén" se ha impuesto desde la Edad Media, al menos: Jesús nació en un cueva o una cuadra (aunque, en ocasiones, unas ruinas lo acogen, que sin duda simbolizan el orden definitivamente caduco, o el antiguo testamente -al que alude quizá una especia de templo arruinado, con la llegada del hijo de dios), entre sus padres, María y José, y un asno y un buey.
Sin embargo, los cuatro evangelios canónicos aportan una información que no siempre coincide con la estampa comúnmente conocida.
Según Mateo, Jesús nació en Belén. Una estrella venida de Oriente guió a los magos (astrólogos) hasta una casa. Mateo precisa que ése era el lugar exacto del nacimiento y de los primeros días o semanas (antes de dos años, ya que Herodes, queriendo eliminar a Jesús ordenó que todos los niños menores de dos años fueran degollados) antes de la huida a Egipto.
Lucas, en cambio, precisó que Jesús nació en Belén, pero sus padres no eran de allí, sino que habían venido desde Nazaret, en Galilea, para el censo que Cesar Augusto había ordenado. María estaba a punto de dar a luz, y tuvo que tener al primogénito en una cuadra, ya que el albergue de la ciudad no tenía estancias.
Sin embargo, Marcos nada dice del nacimiento físico de Jesús. Éste entre muy pronto en escena, siendo un adulto: acude a que Juan lo bautice en el río Jordán. No es un niño, en absoluto. Nada dice acerca de su origen. El bautizo, en todo caso, significa un renacer. Éste se acentúa por el hecho que, tras el bautizo (durante el que el pneuma -el viento, un concepto estoico, que ya se halla ya en Mesopotamia: el hijo del Cielo, Enlil, era el dios de los vientos que informaban de las decisiones del cielo y formaban el universo- sopló sobre él), Jesús se retiró al desierto (el país de los muertos y de las alimañas) donde el Adversario lo tentó durante cuarenta días. De regreso, tras haber superado la prueba, Jesús, renacido, regresó a Galilea.
Esta ausencia de datos acerca del nacimiento de Jesús también se halla en el evangelio de Juan: la llegada de Jesús también acontece en las aguas del Jordán, en un lugar llamado Betania, donde Juan bautiza por inmersión. Esta llegada de Jesús significa un nuevo comienzo. Lo que renace ya no es solo Jesús sino el universo. La descripción de la llegada de Jesús corresponde con la descripción de la creación del universo en el Génesis: En ambos casos, en los inicios, era la palabra de Dios, gracias a la cual el mundo llegó a ser. Mas, en esta actualización de la creación del mundo, la palabra (o el soplo) se encarnó en Jesús.
La llegada, física o espiritual, de Jesús implica un nuevo año, o una nueva era: el año nuevo, al igual que la nueva era, conlleva que se regrese a los inicios de la creación del mundo, cuando todo apareció, en su plenitud, por vez primera. El hijo de dios crea o recrea el mundo, mas no actuando, sino estando: estando en el mundo. Su presencia lo anima. No ejecuta nada, sino que es y está.
Este soplo -y esa luz- que anima la creación, se acoge en un espacio: un lugar físico (una casa o una cuadra), o espiritual (el cosmos, o el corazón). Es desde un lugar acotado donde se inicia la creación o recreación del mundo. Mundo que renace a través de los elementos del viento y de la luz.
El Año Nuevo (o el Nuevo Año) católico sigue modelos o estructuras conocidas, que entroncan con mitos de creación mesopotámicos y griegos. Al igual que en Mesopotamia (y en Egipto), la creación se lleva a cabo por la palabra, no por el gesto. Pero, a diferencia de esas culturas o religiones paganas, esa Palabra fundadora es ya la divinidad. No es que la divinidad posea el don de la palabra prodigiosa, sino que es una palabra (o soplo) creador, que resuena en un espacio acotado.
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