Lugalbanda era el tercer rey de la ciudad mesopotámica de Uruk. Reinó en tiempos históricos, o en el tiempo antes del tiempo, o el tiempo de las leyendas.
La diosa Ninsun (Señora de las vacas), diosa de la fertilidad, era su esposa, y el héroe Gilgamesh su hijo. Ninsun tenía también otro hijo, el pastor Dumuzi, unido a la diosa Inana, divinidad de la fertilidad humana y de la guerra, que se manifestaba y advertía a los humanos a través del planeta Venus, considerado entonces, una estrella brillante que alumbraba a la humanidad.
Un día, Enmekar, padre de Lugalbanda, cuando reinaba aún en Uruk, decidió partir a la conquista de la ciudad de Aratta. Ésta se situaba más allá de las montañas. El camino estaba plagado de peligros. Las altas montañas, para los hombres del llano, evocaban un mundo poblado de monstruos y de enemigos que descendían a través de las profundas gargantas, aunque los picos más elevados fueran la morada terrenal de los dioses celestiales.
De Aratta, como de todas las ciudades allende los confines, provenían fabulosas materias primas. Su conquista, tras una marcha por sendas abismales, iba a costar la vida de casi todos los que partieron.
Lugalbanda, en nombre de su padre, dirigía la expedición.
Mas cayó enfermo en medio de un collado. Sus compañeros de armas y desventuras no podían traerlo de regreso a Uruk. Solo cabía hallarle un cobijo donde pudiera reponerse si los dioses lo permitían.
La estancia en la montaña iba a constituir un alto, una etapa en su vida, y lo transformaría, si acaso sobrevivía. Pues su estancia en la montaña iba a llevarle a las puertas de la muerte. No se sabía si éstas se abrirían y lo acogerían.
Lugalbanda fue depositado, sobre un lecho improvisado, al cuidado de una cueva. Los compañeros hicieron todo lo que pudieron para que la estancia se convirtiera en un hogar, quizá la última morada. Le "construyeron un hogar".
Un hogar era un lugar donde abundaban alimentos al alcance de la mano. Los manjares, las bebidas más selectos le fueron ofrendados, como si de alimentos rituales entregados a un difunto, dispuesto en una tumba, se trataran. Los higos secos más sabrosos, cestas llenas de dátiles y de varios tipos de higos, y mantequilla fresca, fueron armónicanmente colocados alrededor de Lugalbanda, como si se tratara de un lugar sagrada en el que solo cupieran ofrendas a los dioses. Vasijas con cerveza negra, con cereza clara, y con un vino "agradable al paladar", también fueron dispuestas como si de recipientes de libación se tratara. La cueva, que era como una tumba, se convirtió en un hogar. O al menos, ese era el intento de los compañeros de infortunio.
El sumerio no distinguía entre casa y hogar. O mejor dicho, una casa era un hogar: un recinto sagrado, al mismo tiempo, ya que templo y casa se decían del mismo modo (la palabra e significaba templo, casa y hogar)
Lo que caracterizaba el hogar no eran las paredes. En verdad, los compañeros de Lugalbanda, contrariamente a lo que dice la leyenda, no construyeron nada; habilitaron un recinto, que era una cueva, a fin de que se convirtiera en un hogar.
En hogar era un lugar donde abundaban manjares. Mas la (última) morada de Lugalbanda, pese a los bienes, no era un hogar verdadero.
Cuando Lugalbanda despertó y se vio yaciendo en la cueva, imploró a la gran prostituta, la diosa Inana, para que le hiciera compañía. Le imploró que le ayudara a salir, porque la cueva no era un verdadero hogar, ni una ciudad. Le faltaba lo que, más que los bienes materiales, caracterizaba al verdadero hogar: la compañía de los suyos. Le faltaban no solo su madre, su hermano, su esposa y su hijo, sino también la compañía de los vecinos. Los dioses de la buena vecindad siempre velaban sobre la vida de los hogares. Faltaban ahora. Un perro abandonado causa tristeza; un hombre abandonado es terrible, se decía.
La diosa Inana se apiadó de Lugalbanda. Y éste resucitó; salió de la cueva, su última morada, transfigurado, dispuesto a regresar al encuentro de los suyos.
El ser humano no vivía en cuevas, como las alimañas solitarias, sino que los hogares eran lugares de encuentro e intercambio, al que tenían acceso los familiares y los vecinos, creando comunidades que se apoyaban.
La leyenda de Lugalbanda, compuesta hacia el 2100 aC -aunque el nombre de Lugalbanda aparece en textos anteriores-, es uno de los primeros textos, o el primero, de la humanidad, que enumera las características del espacio doméstico verdaderamente humano: el lugar donde, por un momento, las armas se guardan.
http://etcsl.orinst.ox.ac.uk/cgi-bin/etcsl.cgi?text=t.1.8.2.1&display=Crit&charenc=&lineid=t1821.p7#t1821.p7
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