domingo, 27 de mayo de 2012
CRÓNICAS DE ERBIL (IV): EL RÍO KABUR (II)
Estatua del II milenio aC, del norte de Mesopotamia. Museo Arqueológico de Erbil (Iraq)
Foto: Tocho, mayo de 2012
Una diosa recorría las planicies del Próximo Oriente antiguo: subida a un carro tirado por fieras, o andando, acompañada de animales salvajes (tales como toros bravos o leones), circulaba, casi siempre en invierno. Un viento gélido que barría las llanuras anunciaba su venida. A su paso, la tierra quedaba aterida, muerta (de miedo). Luego, cuando el infernal carruaje había desaparecido, la tierra levantaba la cabeza, y llegaba la primavera; el mundo brotaba de nuevo, como en los inicios de la creación.
Un bramido, como de guijarros removidos por las frías aguas de los ríos, anunciaba la llegada de la diosa. Diosa que destruía el mundo -su hálito gélido helaba la naturaleza, y a los humanos-, pero que también la revivía.
Se trataba de una divinidad que creaba y recreaba el mundo. Una diosa-madre, en suma.
Una diosa de los inicios ligada a las aguas fértiles y que inundaban al mismo tiempo era Tiamat, la gran diosa de las aguas oceánicas que agitaba el mundo con su cuerpo sibilino. Sus movimientos ondulantes, y el fuego de sus fauces asolaban, pero también removían el mundo hasta que lo reanimaban. Un clamor se alzaba cuando Tiamat actuaba.
Mesopotamia del norte adoraba a una diosa llamada Ishtar, conocida en Grecia como Artemisia, Diana en Roma. Ishtar era una diosa guerrera, sedienta de sangre; pero también colmaba todos los deseos. Ishtar se anunciaba a través del planeta Venus, de las estrellas matutina y vespertina. Se trataba de una diosa que espoleaba la naturaleza y a los hombres. A Ishtar (y a Inana, su equivalente en el sur de Mesopotamia) se le rendía un ardoroso culto, puesto que se sabía que la vida del mundo dependía de su buen querer. Las lluvias, y las sequías, estaban en manos de esa diosa.
Es muy posible, comenta Maria-Grazia Masetti-Rouault, que Ishtar fuera una hipóstasis (una emanación, una cara) de Tiamat; Tiamat con otro nombre; una Tiamat ya con forma humana.
Mas la Ishtar que se adoraba en el norte de Mesopotamia era particularmente temible. Creativa, generativa, sin duda; pero también muy destructiva, como las aguas desbocadas de los riscos durante una crecida.
Como todas las diosas de la vida, Ishtar estaba ligada al poder caprichoso de las aguas, de las lluvias y de los diluvios, de las aguas benéficas, y de las que inundan, o de las sequías.
Esta Ishtar tan tumultuosa era Tiamat revivida. Tiamat había sido reducida -aniquilada- por el dios solar Marduk. Su cuerpo, mutilado, había conformado el orbe. Era "natural" que Tiamat/Ishtar quisiera vengarse, y se levantara en armas.
Su poder creador y destructor era el de las aguas caídas del cielo, que se precipitaban por los ríos. A su paso, la tierra temblaba ante el rugido de las aguas. Este ruido, que precedía la destrucción previa a la recreación del mundo, era provocado por las aguas tumultuosas: las aguas del río Kabur, que manaban de los infiernos (Tiamat(Ishtar era una diosa infernal), y separaban, como ya vimos, el mundo de los vivientes de la planicie de los muertos, más allá de los montes Tauro.
Por eso, el río Kadur tenía una importancia muy superior a su aspecto. Toda la vida del norte de Mesopotamia estaba suspendida a sus deseos. Ishtar las manejaba a su antojo.
Era imprescindible rendir culto a Ishtar, satisfacerla. Una Ishtar tan fría y tan ardiente como las aguas descendidas de los ricos bajo el sol del estío.
La gran capital religiosa del imperio neo-asirio era Arbeles. En su acrópolis se alzaba el gran templo de Ishtar.
Arbeles, hoy, se llama Erbil (el templo quizá se halle en las profundidades del tell de la ciudadela)
El tumulto que Ishtar causaba aun resuena en la vital y destructiva Erbil, que nace y muere casi ritualmente, perseguida y levantada de nuevo.
Seguiremos
Recibo esta notificación de Jordi Abadal que creo merece ser divulgada:
ResponderEliminarSigo como siempre tus tochos y hoy he leído tus crónicas sobre el Kabur. Sólo algunas precisiones. Creo que si quieres castellanizar el nombre deberías llamarlo Jabur y si prefieres mantenerte en términos mesopotámicos Habur. La K proviene de la terminología anglosajona que, para notar nuestra J o la H sonora utilizan KH, pero nunca suena como nuestra K.
Lo mismo es aplicable al estudio etimológico que haces, huburu, hubur, habaru son las palabras acadias relacionadas con el ruido; kabarum y sus derivados significa ser sólido, grueso, reforzar.
A su servicio
Kordi
Hola Khordi/Jordi
EliminarEn efecto, se debería emplear la consonante J; supongo que mi inconsciente reticencia viene de que en griego no me sale escribir tejne, y sí tekhne.
tienes razón, demasiado anglosaj(kh)(¿?)ón
Gracias por la precisión
Tocho en ocho