El filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940), y el sociólogo Georg Simmel (1858-1918), explicaban que, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, el crecimiento desmesurado de algunas ciudades occidentales como Berlín, convertidas en metrópolis o megápolis, cambió radicalmente la visión del mundo y las estructuras sociales. La urbanización desaforada y el tamaño excesivo de las urbes dieron pie a un nuevo mundo.
Se discute acerca de la grandes aportaciones de la cultura mesopotámica, y de las relaciones entre aquéllas asociadas al Próximo oriente antiguo. La escritura, la realeza, la ciudad, el cálculo, el panteón organizado, las leyes, etc. son todos ellos innovaciones o descubrimientos atribuidos a pueblos del sur de Mesopotamia (llamados tradicionalmente sumerios y hoy más bien sumero-acadios, o babilónicos). Los propios mitos mesopotámicos, al menos las versiones escritas conservadas, datadas de principios del segundo milenio aC, explican que estas técnicas fueron halladas por humanos excepcionales -la escritura- o fueron dones o regalos del cielo. Eran, así, conscientes de su aportación, o de las acciones o productos culturales que generaron o de los que supieron sacar un gran provecho.
Se podría pensar quizá que, entra serie de aportaciones, la ciudad, la gran ciudad, fue, no solo una instauración mesopotámica, sino la más importante, pues tuvo que cambiar el imaginario humano, las estructuras sociales y económicas, y la visión del mundo.
Estas ciudades, surgidas durante el quinto milenio aC, como Uruk, Tell Brak, Eridu (una ciudad santa, poco poblada, sin embargo), no constituyeron hechos o hitos aislados, sino que tejidos redes de comunicación que modificaron y organizaron decisivamente el territorio.
Con la ciudad la humanidad se escindió: la noción de frontera, con todo lo que implica, se instauró, entre los ciudadanos y los "otros", "bárbaros", campesinos, ganaderos, "pueblerinos". dentro de la ciudad, el mismo espacio se escindió de nuevo, así como la organización social. No sólo ésta se estratificó entre monarcas y sacerdotes, militares, productores de bienes, comerciantes, etc., sino que hombres y mujeres posiblemente formaran grupos distintos, cada uno con su propio espacio. El espacio más recóndito de la casa quedó en manos de las mujeres, mientras que los hombres poseían tanto los espacios de intercambio entre el hogar y la ciudad, cuando los espacios de circulación de ésta. La organización de panteones fue útil -quizá necesaria- para el buen gobierno de la ciudad.
Ésta extendió su influencia sobre el territorio; dominios se subordinaron a otros. La existencia de centros de poder exigió portavoces, y textos puestos por escrito. La memoria, la construcción del pasado posiblemente cambiaran con la escritura y el cálculo. La misma noción o percepción del tiempo. El pasado adquirió un prestigio -el pasado era lo que inspiraba o guiaba a los sumerios- que es posible no tuviera antes. El pasado era lo que quedaba inscrito. En textos y monumentos. La misma noción de monumento -muy humana- está unida a la existencia de la ciudad.
Ésta aparece como un organismo que se desarrolla horizontalemente y se infiltra. Requiere redes de comunicación, postas, guardias, mensajeros, transportistas. La ciudad depende del campo, y del resto de las ciudades. Éstas se especializan. La visión del mundo se trocea. El mundo ya no es uno; sino que se percibe u se organiza en función de intereses o necesidades. Lo invisible, el más allá, lo que se halla detrás del horizonte pasa a ser parte del mundo urbano, pues éste lanza sus redes por todo el orbe. Trazar vías, delimitar, parcelar, implica poner el mundo al servicio del hombre, domesticarlo. Dentro del espacio se recortan parcelas urbanizadas y de poder. El resto del mundo pasa a ser lo otro, con el que se puede negociar y que se quiere conquistar o reducir.
Los clanes familiares se rompen. Los lazos de sangre empalidecen ante los sociales o laborales.
Es cierto, sin embargo, que la ciudad mesopotámica aun no estuvo dividida por barrios organizados por clases sociales, sino que distintas clases cohabitaban en barrios amuralladas que juntos constituían la ciudad.
La visión se alteró. Por un lado quedó ceñida a un espacio muy pequeño, entre paredes -las del taller, del barrio- y, por otro, extendió hasta el horizonte. Los mitos cuentas esta apertura del mundo, y el juego entre la ciudad y lo infinito, que la aparición de la ciudad, determinó.
La imaginación fue un arma que la ciudad potenció -y controló.
Somos, verdaderamente, hijos de la revolución urbana, una revolución que no fue solo física sino sobre todo mental. El mundo, o su percepción, cambió, así como la visión de los demás.
martes, 28 de agosto de 2012
Le Corbusier y Jean Genet en el Raval (de Barcelona): una muestra de los fondos del MACBA
1.- Le Corbusier y GATCPAC: Plan Maciá, años treinta
Resto: Brassaï, serie Grafitti, años treinta
Ambos conjuntos se exponen juntos en el MACBA, Barcelona
Dice el texto de presentación de la muestra sobre Le Corbusier, Jean Genet y Brassai en el casco antiguo de Barcelona en los años treinta:
"La superposición de las respectivas experiencias de Le Corbusier y Jean Genet en la ciudad de Barcelona a principios de la década de 1930 invita a considerar una modernidad próxima en espacio y tiempo. Le Corbusier visitó Barcelona y recorrió su centro urbano con el objetivo de diagnosticarlo y reformarlo. La propuesta del Pla Macià para una "Nueva Barcelona" aplicaba, en consecuencia, un principio higienista que aspiraba a erradicar la degradación social. Contrariamente, Jean Genet, que deambuló por el Barrio Chino poco después de que lo hiciera Le Corbusier, comulgó con los aspectos más abyectos de la calle. Su novela Diario del ladrón, publicada en 1949, rendía cuentas del tiempo transcurrido en Barcelona, así como en otras ciudades europeas. De modo que tanto la modernidad asociada al racionalismo, comprometida con un saneamiento físico y moral, como aquella otra que explora lo informe y lo marginal coincidieron en el tiempo y en el espacio de aquella Barcelona. Las implicaciones estéticas de estas formas de vida quedan, en esta presentación de la Colección MACBA, ligadas a condiciones urbanas. El diorama del Pla Macià que preside esta sección delimita el escenario de estas tensiones. Pero la visión que anunciaba el diseño de una ciudad moderna y la ambiciosa destrucción que implicaba no llegaron a realizarse. La Guerra Civil truncó los planes de esta reforma urbana."
El texto es interesante. Contrapone dos visiones de la ciudad. ¿Se contraponen? o ¿se excluyen?
El llamado Plan Maciá de le Corbusier (arquitecto que preconizaba interior desnudos para los demás pero que gustaba de los oscuros y almohadillados interiores de raso de los burdeles de París) para Barcelona, de los años treinta no se llevó a cabo. Sarcásticamente, se podría decir que se ejecutó parcialmente gracias a las destrucciones de los bombardeos por mar y aire italianos y alemanes de la Guerra Civil. El barrio de Bellvitge, levantado en los setenta, sería un bastardo suyo.
El proyecto hubiera acabado con la ciudad. Se borraba todo rastro de la historia, las marcas del paso de los hombres y los años, inscritos en muros y suelos.
El casco antiguo era vaciado en parte, la ciudad uniformada, agrandada por barrios compuestos por bloques idénticos dispuestos de tal modo a no delimitar nunca calle alguna, y ensombrecido por tres gigantescos rascacielos, dispuestos como pantallas, casi más anchas que altas, justo en la orilla del puerto. Los llegada de la luz solar conseguido por las "purgas" en el tejido urbano de la ciudad antigua hubieran quedado anulados por la sombra amenazante de los rascacielos que, por otra parte, hubieran formado la barrera más impenetrable entre la ciudad y el mar que quepa imaginarse. Toda Barcelona se hubiera convertido en un anticipo del área del Forum, construido entre el hoy y hoy en día.
Barcelona se hubiera vuelto una ciudad moderna, quizá, es decir en una ciudad sin memoria, algo parecido las ciudades dormitorio construidas en los años cincuenta y setenta.
Ni Jean Genet ni Brassai (que nunca estuvo en Barcelona) hubieran podido hacer nada.
Que el Plan Maciá siga apareciendo como el paradigma de la modernidad sorprende. Que se siga exponiendo, como si de una obra maestra se tratara, sin las debidas acotaciones, comparándolo con las obras maestras de Brassai, o los pasos de Genet, aún más.
El Valle de los Caídos se oculta justamente. La Ciudad Caída se muestra a la luz del día como un ejemplo notable de aproximación a la historia. A sangre y fuego
lunes, 27 de agosto de 2012
Samuel Rousseau (1971): Plastikcity (2005-2006) / Chemical House (2009-2010)
http://www.dda-ra.org/fr/oeuvres/ROUSSEAU/Page-plastikcity/Page-texte-F-Parfait-plastikcity
...... o la ciudad basura, y un hormigueo de relaciones humanas mecánicas.
El video-artista francés Samuel Rousseau busca motivos banalmente decorativos superpuestos a objetos industriales anónimos, formando composiciones simétricas, amables, que satisfagan irónicanmente el gusto.
domingo, 26 de agosto de 2012
El templo sumerio, 3 (Los fundamentos de la arquitectura mesopotámica)
Las murallas y una parte de Babilonia fueron reconstruidos por orden de Saddam Hussein en los años ochenta y noventa. Esos muros, delgados como un papel de fumar, no son más que un decorado, apenas un telón de ladrillos, un simple tabique, en el que se pintaron los antiguos relieves de animales guardianes, leones, toros y dragones, vitrificados, que solo puede ser contemplado de frente; de lado no se ve nada. Apenas una raya, un rasguño.
Esa es la imagen que se ha divulgado de Babilonia. Sin embargo, el camino desemboca, de súbito, en una empinada pendiente. El suelo se hunde hacia lo que parece el fondo de un valle. En medio, sobresalen nuevas murallas cuya parte superior alcanza casi el nivel del camino superior. Estas murallas, se intuye de inmediato, son distintas: delimitan una amplia vía procesional de un centenar de metros de largo. Los muros, en este caso, tienen espesor; un espesor desmesurado. Son como gruesos macizos por los que los años o las aguas habrían abierto una profunda garganta. El espesor no es un espejismo. Se trata de murallas originales, levantadas hace dos mil seiscientos años: las murallas de Babilonia; las "verdaderas".
Mas, ¿por qué están hundidas? ¿Acaso el nivel de Babilonia yacía treinta metros por debajo del nivel actual hacia el siglo VII aC?
Por el aquel entonces, Babilonia estaba arrasada. Los neo-asirios no dejaron ladrillo sobre ladrillo. Los últimos reyes neo-babilónicos, antes de que Babilonia cayera para siempre ante el empuje persa, decidieron levantar de nueva, por última vez, la ciudad del dios Marduk. Durante unos años, Babilonia volvió a sorprender a los viajeros venidos de todo el mundo conocido.
En Mesopotamia, no se podía construir sobre un terreno virgen, a menos que la tierra hubiera quedado mancillada. Era necesario edificar sobre las ruinas de una construcción precedente. Por eso, los reyes se ufanaban a mandar a los constructores que buscaran las trazas de templos y palacios sepultados antes de erigir nuevas construcciones. Éstas tenían que enraizarse profundamente.
Los reyes neo-babilónicos se encontraron con un grave problema. Las trazas de las antiguas murallas habían desaparecido. Era imposible saber dónde se habían hallado. La reconstrucción no podía llevarse a cabo según mandaba la tradición. Ningún rey se habría atrevido a burlar la atención de los dioses, según comunicaban los sacerdotes.
Era necesario que, de algún modo, se encontraran estas trazas. Fue entonces cuando se mandó levantar toda una fortaleza con el máximo cuidado. Ladrillos en relieve vitrificados se insertaron en los muros, perfectamente aparejados, a fin de componer filas de fieros animales guardianes. El trabajo se llevó a cabo con el máximo cuidado. Los leones al acecho los toros impacientes, los dragones semejantes a unicornios, volvieron a recorrer, en implacable fila, las murallas de Babilonia, desde el suelo hasta las almenas. Una vez concluidas, fueron sepultadas. Cuidadosamente enterradas. Luego, descubiertos. Sobre ellas, se pudo, al fin, construir las murallas visibles que deslumbraron a Herodoto o a quienes le instruyeron. Babilonia volvió a ser el faro del mundo.
Hace sin duda milenios que estas murallas desaparecieron, derribadas por persas y las tropas de Alejandro. Las que se descubren con pasmo hoy no son ésas que se alzaban al borde del Éufrates -un río que atravesaba la ciudad, al menos la fortaleza y el área sacra-, sino las que se enterraron. Escaparon a la furia y la desidia. Y hoy se yerguen agazapadas en una hondonada.
Este proceso constructivo no era nuevo. Ya se comentó en una entrada del año pasado que la ciudad sumeria de Uruk posee una de los templos más antiguos de la historia (Giparu), en perfecto estado. Se trata, también, de una construcción edificada para ser enterrada, sobre la que se levantó un templo que sobresalía y del que no ha quedado ni rastro.
1.- El decorado de Babilonia 2.- Babilonia profunda (Fotos: Tocho, junio de 2009)
Gaston Bachelard no gustaba de vivir en un piso de París. Desaprobada esas cajas de cemento", como las denominaba, por las que la imaginación no podía viajar. Ésta yacía enclaustrada en esas estancias sin misterio. Su desaprobación ante las viviendas urbanas no respondía a que se trataba de construcciones recientes o modernas, sino que estaba motivado porque éstas faltaban a lo que una casa tiene que ser: un espacio que conjuga, más que la horizontalidad, la verticalidad, uniendo el cielo, representado por el desván, y el infierno, que la bodega ejemplifica. Un hogar tiene que conjugar la luz y las tinieblas, alzarse hasta lo más alto sin descuidar su enraizamiento en el mundo de los muertos, suscitar temor y esperanza, estar imaginariamente poblado de ángeles y de espectros. La bodega, a la impone respeto, cuanto no miedo, el temido descenso -Bachelard observaba que siempre se desciende a la bodega, mientras que siempre se sube a un altillo o un desván-, reproduce oscuramente la estructura de una casa. Es su anverso siniestro; pero necesario. Precisamente para que un hogar cohabiten los vivos y los muertos, ofreciendo un espacio de reposo imperecedero.
Es esa misma consideración de la arquitectura que los mesopotámicos habían aplicado a sus verdaderas moradas, las moradas divinas. Los templos solían edificarse sobre templos anteriores. Cuando éstos no existían, porque habían desaparecido, o porque se había decidido edificar sobre un espacio virgen, se enterraba previamente una construcción que servía de fundamento a la que se alzaría a la vista de todos.
Estos templos enterrados solían estar dedicados a las potencias del subsuelo. Ésas no eran necesariamente divinidades infernales sino ancestrales. Divinidades primigenias, ligadas a elementos, a espacios de los inicios: las aguas, la tierra, el primer montículo, sobre los que se alzarían los dioses luminosos. Esas divinidades primeras estaban acostumbradas a la noche. La luz siempre brota del erebo. Para que un templo brillara era necesario que se convocaran las potencias de la noche, pues éstas alumbrarían a las moradas de los dioses celestiales. Esos templos subterráneos, esas criptas, eran más importantes que los templos visibles pues reunían a las fuerzas que habían dado a luz a la vida del universo. Eran los depósitos en los que los sueños se encerraban. Un templo verdadero era, así, un espacio oscuro, al que se descendía, que devolvía a las entrañas de la madre tierra.
Un eco de esas creencias llegó incluso a Grecia -e incluso al Cristianismo-. El templo apolíneo de Delfos se apoyaba sobre un santuario anterior, una cueva o un sima, dedicado a Gea, la diosa-madre, la tierra.
Un templo sin estos espacios sepultados no hubiera aguantado. Hubiera carecido de lo que le daba fuerza y sentido, su conexión con las fuerzas que conformaron el mundo, para las que muerte y la vida, siempre en este orden, eran pasos ineludibles.
Esa es la imagen que se ha divulgado de Babilonia. Sin embargo, el camino desemboca, de súbito, en una empinada pendiente. El suelo se hunde hacia lo que parece el fondo de un valle. En medio, sobresalen nuevas murallas cuya parte superior alcanza casi el nivel del camino superior. Estas murallas, se intuye de inmediato, son distintas: delimitan una amplia vía procesional de un centenar de metros de largo. Los muros, en este caso, tienen espesor; un espesor desmesurado. Son como gruesos macizos por los que los años o las aguas habrían abierto una profunda garganta. El espesor no es un espejismo. Se trata de murallas originales, levantadas hace dos mil seiscientos años: las murallas de Babilonia; las "verdaderas".
Mas, ¿por qué están hundidas? ¿Acaso el nivel de Babilonia yacía treinta metros por debajo del nivel actual hacia el siglo VII aC?
Por el aquel entonces, Babilonia estaba arrasada. Los neo-asirios no dejaron ladrillo sobre ladrillo. Los últimos reyes neo-babilónicos, antes de que Babilonia cayera para siempre ante el empuje persa, decidieron levantar de nueva, por última vez, la ciudad del dios Marduk. Durante unos años, Babilonia volvió a sorprender a los viajeros venidos de todo el mundo conocido.
En Mesopotamia, no se podía construir sobre un terreno virgen, a menos que la tierra hubiera quedado mancillada. Era necesario edificar sobre las ruinas de una construcción precedente. Por eso, los reyes se ufanaban a mandar a los constructores que buscaran las trazas de templos y palacios sepultados antes de erigir nuevas construcciones. Éstas tenían que enraizarse profundamente.
Los reyes neo-babilónicos se encontraron con un grave problema. Las trazas de las antiguas murallas habían desaparecido. Era imposible saber dónde se habían hallado. La reconstrucción no podía llevarse a cabo según mandaba la tradición. Ningún rey se habría atrevido a burlar la atención de los dioses, según comunicaban los sacerdotes.
Era necesario que, de algún modo, se encontraran estas trazas. Fue entonces cuando se mandó levantar toda una fortaleza con el máximo cuidado. Ladrillos en relieve vitrificados se insertaron en los muros, perfectamente aparejados, a fin de componer filas de fieros animales guardianes. El trabajo se llevó a cabo con el máximo cuidado. Los leones al acecho los toros impacientes, los dragones semejantes a unicornios, volvieron a recorrer, en implacable fila, las murallas de Babilonia, desde el suelo hasta las almenas. Una vez concluidas, fueron sepultadas. Cuidadosamente enterradas. Luego, descubiertos. Sobre ellas, se pudo, al fin, construir las murallas visibles que deslumbraron a Herodoto o a quienes le instruyeron. Babilonia volvió a ser el faro del mundo.
Hace sin duda milenios que estas murallas desaparecieron, derribadas por persas y las tropas de Alejandro. Las que se descubren con pasmo hoy no son ésas que se alzaban al borde del Éufrates -un río que atravesaba la ciudad, al menos la fortaleza y el área sacra-, sino las que se enterraron. Escaparon a la furia y la desidia. Y hoy se yerguen agazapadas en una hondonada.
Este proceso constructivo no era nuevo. Ya se comentó en una entrada del año pasado que la ciudad sumeria de Uruk posee una de los templos más antiguos de la historia (Giparu), en perfecto estado. Se trata, también, de una construcción edificada para ser enterrada, sobre la que se levantó un templo que sobresalía y del que no ha quedado ni rastro.
1.- El decorado de Babilonia 2.- Babilonia profunda (Fotos: Tocho, junio de 2009)
Gaston Bachelard no gustaba de vivir en un piso de París. Desaprobada esas cajas de cemento", como las denominaba, por las que la imaginación no podía viajar. Ésta yacía enclaustrada en esas estancias sin misterio. Su desaprobación ante las viviendas urbanas no respondía a que se trataba de construcciones recientes o modernas, sino que estaba motivado porque éstas faltaban a lo que una casa tiene que ser: un espacio que conjuga, más que la horizontalidad, la verticalidad, uniendo el cielo, representado por el desván, y el infierno, que la bodega ejemplifica. Un hogar tiene que conjugar la luz y las tinieblas, alzarse hasta lo más alto sin descuidar su enraizamiento en el mundo de los muertos, suscitar temor y esperanza, estar imaginariamente poblado de ángeles y de espectros. La bodega, a la impone respeto, cuanto no miedo, el temido descenso -Bachelard observaba que siempre se desciende a la bodega, mientras que siempre se sube a un altillo o un desván-, reproduce oscuramente la estructura de una casa. Es su anverso siniestro; pero necesario. Precisamente para que un hogar cohabiten los vivos y los muertos, ofreciendo un espacio de reposo imperecedero.
Es esa misma consideración de la arquitectura que los mesopotámicos habían aplicado a sus verdaderas moradas, las moradas divinas. Los templos solían edificarse sobre templos anteriores. Cuando éstos no existían, porque habían desaparecido, o porque se había decidido edificar sobre un espacio virgen, se enterraba previamente una construcción que servía de fundamento a la que se alzaría a la vista de todos.
Estos templos enterrados solían estar dedicados a las potencias del subsuelo. Ésas no eran necesariamente divinidades infernales sino ancestrales. Divinidades primigenias, ligadas a elementos, a espacios de los inicios: las aguas, la tierra, el primer montículo, sobre los que se alzarían los dioses luminosos. Esas divinidades primeras estaban acostumbradas a la noche. La luz siempre brota del erebo. Para que un templo brillara era necesario que se convocaran las potencias de la noche, pues éstas alumbrarían a las moradas de los dioses celestiales. Esos templos subterráneos, esas criptas, eran más importantes que los templos visibles pues reunían a las fuerzas que habían dado a luz a la vida del universo. Eran los depósitos en los que los sueños se encerraban. Un templo verdadero era, así, un espacio oscuro, al que se descendía, que devolvía a las entrañas de la madre tierra.
Un eco de esas creencias llegó incluso a Grecia -e incluso al Cristianismo-. El templo apolíneo de Delfos se apoyaba sobre un santuario anterior, una cueva o un sima, dedicado a Gea, la diosa-madre, la tierra.
Un templo sin estos espacios sepultados no hubiera aguantado. Hubiera carecido de lo que le daba fuerza y sentido, su conexión con las fuerzas que conformaron el mundo, para las que muerte y la vida, siempre en este orden, eran pasos ineludibles.
John Cleese (1939) & Constance Booth (1944): The Builders (Los constructores), de la serie The Fawlty Towers (1975)
Sobre esta mítica serie británica 8votada como la mejor de la historia), centrada en la gestión de un hotel de la costa inglesa, The Fawlty Towers, véase: http://en.wikipedia.org/wiki/Fawlty_Towers
John Cleese, del grupo de humoristas Monty Python, no fue propiamente el director, sino el guionista junto con Constance "Connie" Booth
Seguro de desempleo
VANISH: confía en el rosa y adiós ayudas
(Las ministras españolas de Sanidad y Consumo, Presidencia, Empleo y Seguridad Social, anunciando que los ricos, que ganen más de 481 euros -por familia-, ya no cobrarán la ayuda de 400 euros una vez agotado el seguro del desempleo y no haber hallado trabajo.
¿Luchar contra los beneficios de las Sociedades de inversión de Capital Variable? ¿No, por qué?).
viernes, 24 de agosto de 2012
Piotr Kamler (1936): Chronopolis (1982) / Le labyrinthe (1969)
Chronopolis por blankytwo
Seleccionada como una de las cien mejores películas de animación de la historia.
obtuvo el premio a la mejor Película Infantil del año.
Se proyectó, fuera de competición, en el Festival de Cannes de 1982
Las figuras son marionetas, y el "stop motion" (filmación de veinticuatro fotografías por segundo), la técnica empleada.
Como se ha escrito Kamler está influenciado por la imaginería de Borges.
Véase también el cortometraje (no es de animación) Le labyrinthe (1969): http://www.ubu.com/film/kamler_labyrinthe.html
Ambas películas, obras maestras del cine de animación de vanguardia. Consideradas algunas de las mejores de la historia del cine. Kamler trabaja o trabajaba siempre en colaboración con compositores de música llamada concreta.
jueves, 23 de agosto de 2012
Alepo (Siria), según Ibn Jubayr (540/1145 -614/1217)
Foto 1: barrio cristiano
Fotos 2-4: alrededores del barrio armenio
Fotos 6-7: zoco
Fotos 2-7: Miguel Orellana (misión arqueológica de Tell Masaïkh, noviembre de 2009)
Ibn Jubayr fue un geógrafo y poeta del Califato de Córdoba, nacido en Valencia en el siglo XII. Con motivo del peregrinaje a La Meca, recorrió la parte oriental del imperio árabe, llegó, desde Arabia, a Bagdad la capital cultural del mundo occidental y del Próximo Oriente, y subió hacia Alepo, recorriendo las tierras de la olvidada cultura mesopotámica (asiria, principalmente), algunas de cuyas ruinas, entre éstas, Nínive, reconoció y describió brevemente. Su texto, hermosamente escrito, constituye una de las primeras descripciones de ruinas mesopotámicas, anterior a la de los primeros viajeros cristianos. El texto fue impreso en el siglo XIX, y traducido al inglés. Existen dos ediciones españolas actuales.
Ibn Jubayr visitó Alepo, entre otras ciudades vitales (posteriormente transcribiré sus imágenes de Bagdad y de Damasco):
"Una ciudad cuya importancia es considerable, cuyo renombre en todo tiempo ha volado (alto). Muchos reyes la han pretendido; su lugar está marcado en las almas ¡Cuántas luchas ha suscitado y (cuántas) blancas hojas han sido desenvainadas contra ella! Posee una alcazaba célebre por las defensas, de extraordinaria altura, sin igual ni pareja entre las fortalezas. Se libera por su inexpugnabilidad de que se la desee o se la domine.
Sus grandes cimientos son como una mesa circular de tierra; los flancos son de piedra tallada; el emplazamiento está de acuerdo con la proporción y el equilibrio. ¡Alabado sea Aquel que ha predestinado su posibilidad y su realización y que ha materializado, como quiso, su forma y su redondez! Antigua desde remotos tiempos, nueva, aunque sin dejar (de existir), ha rivalizado en duración con los días y los años, y ha suscitado el ardor de los notables y del vulgo.
¡Éstas son sus mansiones y sus casas! ¿Pero dónde están los que antiguamente las habitaron y residieron en ellas? Ésta es la sede y el atrio de su reino. ¿Pero dónde están sus emires los hamdaníes y sus poetas? Ciertamente, todos han desaparecido, mas a ella todavía no le ha llegado su fin. ¡Oh! ¡Qué maravilla!, la ciudad subsiste mientras que sus soberanos han desaparecido, han perecido, sin que su ruina haya sido decidida. Después de ellos ha sido prendida (por otros); su posesión no era difícil; se la deseaba, y lograrla fue la cosa (más) fácil del mundo. ¡Ésta es Alepo! ¡A cuántos de sus reyes puso como predicado de(l verbo) "fue", y ha reemplazado el complemento del tiempo por el del lugar (la ciudad ha permanecido tras la desaparición de soberanos y dinastías). Su nombre es femenino y se ha adornado con las galas de las seductoras ¡Ha sido mala, valiéndose de la traición con quienes fueron desleales y se ha mostrado sin velos, como una desposada, tras (la corte de ilustres hombres de elevada cultura, como poetas y el filósifo al-Farabi).
(...) Entre los méritos de esta ciudadela, se cuenta que ella fue antiguamente, al principio de los tiempos, una colina en la que se acogió Abraham, el Amigo (de Dios) -sobre él y sobre nuestro Profeta sean la bendición y la salvación-, con unas pocas ovejas suyas que ordenaba allí y cuya leche daba en limosna: por este motivo se le dio el nombre de Halab ("leche, Alepo), pero Dios lo sabe mejor..."
(Ibn Yubayr: A través de Oriente (Rihla), estudio, traducción, notas e índices de Felipe Maíllo Salgado, Alianza, Madrid, 2007, ps. 386-388).
El texto fue escrito hace casi mil años.
Le Petit Ramon: Supermercat BCN (2008)
http://www.viasona.cat/grup/le-petit-ramon/morts-desastre-i-barbarie/supermercat-bcn
Le Petit Ramon siguen siendo, de lejos, el mejor grupo que canta en catalán.
Ramón Faura, "voz cantante" compositor, es arquitecto, claro
miércoles, 22 de agosto de 2012
Siria, ¿esperanza o delirio?
Esta mañana, miércoles 22 de agosto de 2012, el gobierno sirio ha comunicado que se pueden reemprender o proseguir con urgencia los procedimientos administrativos para la obtención del nuevo permiso de excavación en el yacimiento neo-asirio de Tell Massaikh, cabe el Tigris, entre la ciudad de Deiz es Zor (¿devastada?) y el puesto fronterizo de Abu Kemal, para finales de 2012.
La documentación solicitada es más estricta, o las condiciones más restrictivas.
No sé si es un signo de que el gobierno ha recuperado las riendas.
La documentación solicitada es más estricta, o las condiciones más restrictivas.
No sé si es un signo de que el gobierno ha recuperado las riendas.
Estética mesopotámica
Museo del Louvre, París
Field Museum, Chicago
Oriental Institute, Chicago
Fotos: Tocho: 2009-2011
Selección de joyas sumerias, casi todas de las Tumbas Reales de Ur (Iraq, 2550 aC): la mayoría, poco conocidas o inéditas (guardadas en reservas y nunca o raramente expuestas), se expondrán, junto con una más amplia selección de Chicago, Filadelfia y Bruselas, en Antes del diluvio. Mesopotamia, 3500-2100 aC, en Caixaforum, Barcelona, a partir del 29 de noviembre de 2012.
La estética o teoría del arte implica la existencia de un tipo de productos ideados y/o manufacturados para placer al mismo tiempo que para dar qué pensar a humanos convertidos en espectadores. Estos objetos se distinguen en principio de aquéllos que cumplen una finalidad precisa, que cubren una necesidad. Los primeros fueron definidos a partir del siglo XVIII: son las llamadas obras de arte; los segundos, objetos artesanos o útiles.
Esta nítida diferencia entre objetos elaborados para hacer sentir y pensar y objetos que solventan un problema, entre arte y artesanía, no tiene más de tres siglos.
El "arte" mesopotámico -sumerio, sobre todo-, con casi cinco mil años de antigüedad, cae dentro de lo que se denomina arte útil. Cumple una función: ayuda, sostiene, protege, cubre, recoge, etc. Ningún objeto fue producido para el solaz de los sentidos. Eso no significa que no produjera emociones, que despertara sensaciones, ni siquiera significa que este objetivo no fuera importante. No era el único, empero.
Hablar de estética, comentar la relación emocional o sentimental que determinados objetos suscitan, en tiempos de los sumerios, cuando éstos desconocían el concepto del "arte por el arte", quizá no tenga mucho sentido. Desde luego no existen tratados de arte ni de teoría del arte mesopotámicos. Y no parece que existiera un término que se pudiera traducir claramente por belleza. Eso no quiere decir que los mesopotámicos no fueran "sensibles" a las formas, los colores o el "contenido" de determinadas piezas, pero no reflejaron estos juicios.
Por otra parte, si bien la cultura mesopotámica ha dejado una ingente producción escrita, los textos fueron redactados a lo largo de tres mil quinientos años, en territorios que se extienden desde el Golfo Pérsico hasta Anatolia. Tratar de averiguar qué "sentían" ante el quehacer o el obrar humano es aventurado.
Sin embargo, algunas criterios evaluadores sí pueden ser detectados.
Parece que lo que se valoraba era, por un lado, la habilidad técnica -un criterio que ha seguido vigente hasta el siglo XX-, la brillantez en la ejecución, y, por otro, el "brillo" de las obras: una cualidad tanto material, materializada por el color, la transparencia, la luminosidad, cuanto "espiritual", es decir la "gracia" de las obras, gracia, en sentido casi "cristiano", la irradiación que los dioses concedían a las obras "afortunadas", y que se expresaba de manera no siempre material, y, sin duda, inefable, indefinible. Era una cualidad similar a un aura que poseían las obras "en gracia" con las divinidades.
Eran obras que respondían a una necesidad: daban cuerpo a las divinidades (estatuas, por ejemplo), les proporcionaban cobijo (templos), hacían el tránsito hacia el más allá del difunto más llevadero (joyas), etc., pero también satisfacían finalidades más indefinidas.
Así, despertaban alegría y admiración no sin que el temor o el asombro despuntaran. Es decir, suscitaban sentimientos no muy distintos al sentimiento de lo sublime , en el que el placer y la inquietud, la alegría y el miedo se alían, que el arte helenístico y, mucho más tarde, el arte romántico cristiano, perseguirán.
Existían obras, por tanto, que deslumbraban. Los colores y los brillos, hábilmente conseguidos, evocaban o simbolizaban la presencia divina que suscitaba entrega y retención (ante dicha presencia sobrenatural).
De algún modo, se podría decir que los mesopotámicos favorecieron, como más tarde los cristianos y los musulmanes (todos venidos de oriente; una estética de la luz más que una estética de la proporción, como en Grecia.
La materia con la que trabajaban no era opaca sino que era luminosa. Los muros de los edificios eran gruesos paramentos de adobe, que se recubrían de pequeños óculos de distintos colores, vidriados, a partir de cierta época. Del mismo modo, las joyas no buscaban la perfección formal sino el uso de materiales que produjeran juegos de luces y colores (piedras semi-preciosas, conchas de nácar, piezas o pepitas de oro, ocasionalmente, siempre piezas pequeñas de colores distintos, pocas veces lisas, que refulgían).
Estas cualidades de los objetos "bien" hechos se lograban tanto por el esfuerzo, la práctica hacendosa, cuanto por la "gracia" divina: los dioses inspiraban, directa o indirectamente a ciertos hacedores, incluso intervenían activamente en la producción. En este caso, el resplandor divino se transfería al objeto que manipulaban.
El "arte" tenía, así, como "finalidad" alegrar la vida, y facilitar las relaciones entre hombres y dioses. De algún modo, acercaban a los humanos a los dioses, o hacían más llevadera la indiferencia del cielo para con la humanidad. La obra de arte actuaba como consuelo. La alegría que aportaba suplía la que el cielo hubiera tenído que brindar pero que raramente aportaba.
Field Museum, Chicago
Oriental Institute, Chicago
Fotos: Tocho: 2009-2011
Selección de joyas sumerias, casi todas de las Tumbas Reales de Ur (Iraq, 2550 aC): la mayoría, poco conocidas o inéditas (guardadas en reservas y nunca o raramente expuestas), se expondrán, junto con una más amplia selección de Chicago, Filadelfia y Bruselas, en Antes del diluvio. Mesopotamia, 3500-2100 aC, en Caixaforum, Barcelona, a partir del 29 de noviembre de 2012.
La estética o teoría del arte implica la existencia de un tipo de productos ideados y/o manufacturados para placer al mismo tiempo que para dar qué pensar a humanos convertidos en espectadores. Estos objetos se distinguen en principio de aquéllos que cumplen una finalidad precisa, que cubren una necesidad. Los primeros fueron definidos a partir del siglo XVIII: son las llamadas obras de arte; los segundos, objetos artesanos o útiles.
Esta nítida diferencia entre objetos elaborados para hacer sentir y pensar y objetos que solventan un problema, entre arte y artesanía, no tiene más de tres siglos.
El "arte" mesopotámico -sumerio, sobre todo-, con casi cinco mil años de antigüedad, cae dentro de lo que se denomina arte útil. Cumple una función: ayuda, sostiene, protege, cubre, recoge, etc. Ningún objeto fue producido para el solaz de los sentidos. Eso no significa que no produjera emociones, que despertara sensaciones, ni siquiera significa que este objetivo no fuera importante. No era el único, empero.
Hablar de estética, comentar la relación emocional o sentimental que determinados objetos suscitan, en tiempos de los sumerios, cuando éstos desconocían el concepto del "arte por el arte", quizá no tenga mucho sentido. Desde luego no existen tratados de arte ni de teoría del arte mesopotámicos. Y no parece que existiera un término que se pudiera traducir claramente por belleza. Eso no quiere decir que los mesopotámicos no fueran "sensibles" a las formas, los colores o el "contenido" de determinadas piezas, pero no reflejaron estos juicios.
Por otra parte, si bien la cultura mesopotámica ha dejado una ingente producción escrita, los textos fueron redactados a lo largo de tres mil quinientos años, en territorios que se extienden desde el Golfo Pérsico hasta Anatolia. Tratar de averiguar qué "sentían" ante el quehacer o el obrar humano es aventurado.
Sin embargo, algunas criterios evaluadores sí pueden ser detectados.
Parece que lo que se valoraba era, por un lado, la habilidad técnica -un criterio que ha seguido vigente hasta el siglo XX-, la brillantez en la ejecución, y, por otro, el "brillo" de las obras: una cualidad tanto material, materializada por el color, la transparencia, la luminosidad, cuanto "espiritual", es decir la "gracia" de las obras, gracia, en sentido casi "cristiano", la irradiación que los dioses concedían a las obras "afortunadas", y que se expresaba de manera no siempre material, y, sin duda, inefable, indefinible. Era una cualidad similar a un aura que poseían las obras "en gracia" con las divinidades.
Eran obras que respondían a una necesidad: daban cuerpo a las divinidades (estatuas, por ejemplo), les proporcionaban cobijo (templos), hacían el tránsito hacia el más allá del difunto más llevadero (joyas), etc., pero también satisfacían finalidades más indefinidas.
Así, despertaban alegría y admiración no sin que el temor o el asombro despuntaran. Es decir, suscitaban sentimientos no muy distintos al sentimiento de lo sublime , en el que el placer y la inquietud, la alegría y el miedo se alían, que el arte helenístico y, mucho más tarde, el arte romántico cristiano, perseguirán.
Existían obras, por tanto, que deslumbraban. Los colores y los brillos, hábilmente conseguidos, evocaban o simbolizaban la presencia divina que suscitaba entrega y retención (ante dicha presencia sobrenatural).
De algún modo, se podría decir que los mesopotámicos favorecieron, como más tarde los cristianos y los musulmanes (todos venidos de oriente; una estética de la luz más que una estética de la proporción, como en Grecia.
La materia con la que trabajaban no era opaca sino que era luminosa. Los muros de los edificios eran gruesos paramentos de adobe, que se recubrían de pequeños óculos de distintos colores, vidriados, a partir de cierta época. Del mismo modo, las joyas no buscaban la perfección formal sino el uso de materiales que produjeran juegos de luces y colores (piedras semi-preciosas, conchas de nácar, piezas o pepitas de oro, ocasionalmente, siempre piezas pequeñas de colores distintos, pocas veces lisas, que refulgían).
Estas cualidades de los objetos "bien" hechos se lograban tanto por el esfuerzo, la práctica hacendosa, cuanto por la "gracia" divina: los dioses inspiraban, directa o indirectamente a ciertos hacedores, incluso intervenían activamente en la producción. En este caso, el resplandor divino se transfería al objeto que manipulaban.
El "arte" tenía, así, como "finalidad" alegrar la vida, y facilitar las relaciones entre hombres y dioses. De algún modo, acercaban a los humanos a los dioses, o hacían más llevadera la indiferencia del cielo para con la humanidad. La obra de arte actuaba como consuelo. La alegría que aportaba suplía la que el cielo hubiera tenído que brindar pero que raramente aportaba.