El filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940), y el sociólogo Georg Simmel (1858-1918), explicaban que, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, el crecimiento desmesurado de algunas ciudades occidentales como Berlín, convertidas en metrópolis o megápolis, cambió radicalmente la visión del mundo y las estructuras sociales. La urbanización desaforada y el tamaño excesivo de las urbes dieron pie a un nuevo mundo.
Se discute acerca de la grandes aportaciones de la cultura mesopotámica, y de las relaciones entre aquéllas asociadas al Próximo oriente antiguo. La escritura, la realeza, la ciudad, el cálculo, el panteón organizado, las leyes, etc. son todos ellos innovaciones o descubrimientos atribuidos a pueblos del sur de Mesopotamia (llamados tradicionalmente sumerios y hoy más bien sumero-acadios, o babilónicos). Los propios mitos mesopotámicos, al menos las versiones escritas conservadas, datadas de principios del segundo milenio aC, explican que estas técnicas fueron halladas por humanos excepcionales -la escritura- o fueron dones o regalos del cielo. Eran, así, conscientes de su aportación, o de las acciones o productos culturales que generaron o de los que supieron sacar un gran provecho.
Se podría pensar quizá que, entra serie de aportaciones, la ciudad, la gran ciudad, fue, no solo una instauración mesopotámica, sino la más importante, pues tuvo que cambiar el imaginario humano, las estructuras sociales y económicas, y la visión del mundo.
Estas ciudades, surgidas durante el quinto milenio aC, como Uruk, Tell Brak, Eridu (una ciudad santa, poco poblada, sin embargo), no constituyeron hechos o hitos aislados, sino que tejidos redes de comunicación que modificaron y organizaron decisivamente el territorio.
Con la ciudad la humanidad se escindió: la noción de frontera, con todo lo que implica, se instauró, entre los ciudadanos y los "otros", "bárbaros", campesinos, ganaderos, "pueblerinos". dentro de la ciudad, el mismo espacio se escindió de nuevo, así como la organización social. No sólo ésta se estratificó entre monarcas y sacerdotes, militares, productores de bienes, comerciantes, etc., sino que hombres y mujeres posiblemente formaran grupos distintos, cada uno con su propio espacio. El espacio más recóndito de la casa quedó en manos de las mujeres, mientras que los hombres poseían tanto los espacios de intercambio entre el hogar y la ciudad, cuando los espacios de circulación de ésta. La organización de panteones fue útil -quizá necesaria- para el buen gobierno de la ciudad.
Ésta extendió su influencia sobre el territorio; dominios se subordinaron a otros. La existencia de centros de poder exigió portavoces, y textos puestos por escrito. La memoria, la construcción del pasado posiblemente cambiaran con la escritura y el cálculo. La misma noción o percepción del tiempo. El pasado adquirió un prestigio -el pasado era lo que inspiraba o guiaba a los sumerios- que es posible no tuviera antes. El pasado era lo que quedaba inscrito. En textos y monumentos. La misma noción de monumento -muy humana- está unida a la existencia de la ciudad.
Ésta aparece como un organismo que se desarrolla horizontalemente y se infiltra. Requiere redes de comunicación, postas, guardias, mensajeros, transportistas. La ciudad depende del campo, y del resto de las ciudades. Éstas se especializan. La visión del mundo se trocea. El mundo ya no es uno; sino que se percibe u se organiza en función de intereses o necesidades. Lo invisible, el más allá, lo que se halla detrás del horizonte pasa a ser parte del mundo urbano, pues éste lanza sus redes por todo el orbe. Trazar vías, delimitar, parcelar, implica poner el mundo al servicio del hombre, domesticarlo. Dentro del espacio se recortan parcelas urbanizadas y de poder. El resto del mundo pasa a ser lo otro, con el que se puede negociar y que se quiere conquistar o reducir.
Los clanes familiares se rompen. Los lazos de sangre empalidecen ante los sociales o laborales.
Es cierto, sin embargo, que la ciudad mesopotámica aun no estuvo dividida por barrios organizados por clases sociales, sino que distintas clases cohabitaban en barrios amuralladas que juntos constituían la ciudad.
La visión se alteró. Por un lado quedó ceñida a un espacio muy pequeño, entre paredes -las del taller, del barrio- y, por otro, extendió hasta el horizonte. Los mitos cuentas esta apertura del mundo, y el juego entre la ciudad y lo infinito, que la aparición de la ciudad, determinó.
La imaginación fue un arma que la ciudad potenció -y controló.
Somos, verdaderamente, hijos de la revolución urbana, una revolución que no fue solo física sino sobre todo mental. El mundo, o su percepción, cambió, así como la visión de los demás.
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