Los huesos de animales son más preciados que las estructuras arquitectónicas en los yacimientos arqueológicos. En los inicios de las excavaciones se eliminaban. Afeaban el conjunto. Eran considerados basura: no eran los arqueólogos buscaban.
Hoy son una fuente de información básica sobre la vida en las ciudades del pasado. Son buscados afanosamente. Sin éstos, los restos arqueológicos, por espléndidos que parezcan, son letra muerta. En Mesopotamia, por otra parte, los restos de adobe, derruidos, informes, no pueden ni siquiera contar con su encanto para seducir al visitante.
En los yacimientos sumerios (en el sur de Iraq), desde el cuarto milenio aC, los asentamientos están cubiertos de huesos animales. Gracias a éstos, se puede intuir los modos de vida de los habitantes de pueblos y ciudades. Los animales (ovejas y cabras, principalmente) eran atesorados por varios motivos: daban leche, carne y lana. Esto es, alimentaban a la ciudad y, quizá a ciudades vecinas, servían también para pagar impuestos ( a templos, principalmente así como a casas nobles o principescas), así como para ofrendar a los dioses, y por fin, permitían la elaboración de tejidos para cubrir necesidades básicas y para comerciar. Los animales utilizados para la lana se sacrificaban tardíamente; los que se domesticaban por la carne eran matados relativamente pronto, salvo las hembras; por su parte, los machos eran eliminados muy pronto si lo que interesaba eran tener animales para obtener leche. El estudio de los huesos permite saber la edad y el sexo del animal, aunque a veces es difícil distinguir entre cabras y ovejas: se puede así descubrir a qué edad fue sacrificado el animal y, por tanto, especular sobre las razones del sacrificio.
El esqueleto de un animal, en principio, se mantiene entero. Es el tiempo y el clima los que acaban por hacer desaparecer ciertos huesos, o los desperdigan. Mas, si en ciertos lugares se halla un gran número de un determinado tipo de hueso se puede suponer que su presencia es consecuencia del traslado intencionado de ciertas partes animales. Esto podría ser debido, no al azar, sino que la existencia de un tipo de huesos -y no del esqueleto entero- sería el testimonio de un banquete, o de comidas reiteradas o habituales: estaríamos ante los restos de viandas ingeridas, lo que ofrecería datos de gran valor sobre el tipo de alimentación, el comercio e, incluso la estructura social: se podría averiguar qué se ingería, qué clase social ingería las viandas -los trozos "más sabrosos" denotarían, posiblemente, la existencia de clases o casas acomodadas- y, por fin, también pueden revelar la existencia de algún tipo de administración que gestionaba sacrificios y distribución de alimentos, cárnicos, en este caso.
Se puede también intuir cuántas personas eran necesarias para la manipulación y el transporte de la carne, obteniendo datos sobre la estructura social de la ciudad. Unos simples huesos revelan cómo se vivía, qué relaciones de poder se establecían y, quizá incluso, qué imagen se tenía de la vida, qué se esperaba de ella. El tipo y el tamaño de las estructuras arquitectónicas pueden, entonces, corroborar las hipótesis sobre la estructura y la vida social en una ciudad. Los huesos, las basuras son el testimonio que la vida se desarrollaba en las estructuras arquitectónicas. La vida se consume y produce, siempre deshechos. Éstos, durante mucho tiempo, no han querido verse.
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