El Imperio Acadio (2300-2150 aC) era demasiado extenso. El último soberano se había atrevido a compararse con los dioses. Este acto de impiedad solo podía pagarse con la muerte y la pérdida de su reino. La venganza celestial fue implacable: azuzó a una tribu, venida de las montañas, los Guti, que se precipitaron sobre las tierras bajas de Mesopotamia. Las ciudades, otrora independientes, se sublevaron. La capital del imperio, Acad, fue saqueada hasta tal punto que las ruinas, quizá cerca o incluso bajo la moderna ciudad de Bagdad, no se han desenterrado aún.
El gobierno de los Guti fue efímero. El rey de la ciudad de Lagash se levantó en armas y expulsó a los habitantes de las montañas, despreciados por los moradores urbanizados del llano. Pero fue la ciudad de Ur la que recobró el protagonismo. Sus reyes lograron recuperar los territorios sureños del imperio acadio. La lengua acadio dejó de ser utilizada en los textos escritos en favor del sumerio (una lengua, empero, que ya casi no se hablaba). Precisamente porque ya no era una lengua de uso diario fue escogida para poner por escrito todos los documentos. Éstos debían de ser difícilmente comprensibles; y, por tanto, esotéricos, dotados de un significado que debía parecer profundo puesto que no estaba al alcance de la mayoría.
La puesta por escrito de cuántos edictos, decisiones, transacciones se llevaban a cabo, institucionales o públicos, y privados, se ejecutaban o se pronunciaban, caracteriza el llamado Imperio de Ur III (2150-1990 aC). Decenas de miles de tablillas de arcilla escritas en cuneiforme han sido halladas. La mayoría son minuciosos documentos administrativos. Algunos estudiosos han afirmado que la caída de este nuevo y efímero imperio, a principios el segundo milenio aC, fue debido a los excesos de la burocracia. El imperio se ahogó en sus propios "papeles".
El Imperio de Ur III poseyó una organización política distinta a las que se habían dado anteriormente. El poder estaba en manos de un rey que, en alguna ocasión, también estuvo tentado de igualarse con los dioses, como el rey Shulgi. La economía estaba principalmente en manos públicas. Las actividades privadas no eran desconocidas ni estaban prohibidas, pero empalidecían ante las grandes obras públicas. El gobierno emprendió la construcción de grandes infraestructuras (desde vías de comunicación, hasta grandes santuarios, por ejemplo. Los célebres zigurats, pirámides escalonadas características de la arquitectura mesopotámicas, fueron edificados por vez primera en tiempos del Imperio de Ur III), financiadas por créditos privados (otorgados por algo parecido a bancos, que prestaban a intereses cada vez más elevados).
Las obras eran construidas por trabajadores cuyo nivel social disminuía en comparación con el de la corte y los grandes terratenientes prestamistas. Sin embargo, la corona trataba de ofrecer ayudas asistenciales a fin que la sociedad no se desmoronase (ayudas que podrían haber limado las voluntades empresariales privadas), lo que contribuyó al cada vez mayor endeudamiento del imperio.
La población aumentaba. Las exigencias en bienes de las ciudades (y, en particular, de los grandes santuarios) también. La tierra tenía que ser cultivada cada vez más intensivamente. La red de canales de regadío, hasta entonces casi innecesarios, se creó o se extendió. Pero las sales remontaban con los riegos incesantes. La tierra se empobreció.
Los préstamos no podían devolverse. Los intereses se multiplicaron. Las ayudas, sobre todo agrícolas, cesaron.
El Imperio de Ur III estalló.
Ocurrió hace cuatro mil años. El sur de Mesopotamia (hoy en Iraq) aún no ha levantado cabeza.
PS: Ni lo hará tras la devastación y el envenenamiento de la tierra y las aguas durante la última invasión.
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