martes, 4 de septiembre de 2012
El templo sumerio, 4: la Casa del Sol Naciente
Sumer nos puede parecer el origen de la civilización, mas los sumerios no se consideraban los primeros, sino que decían provenir de un país aún más antiguo y perfecto. Se trataba de Dilmun, un Eldorado que los mitos sumerios describían casi como el Paraíso.
Dilmun era la tierra prometida. Ziuszudra, el superviviente del Diluvio, gracias a quien la humanidad pudo sobreponerse al cataclismo, vivía eternamente en Dilmun. Ziuszudra debía su supervivencia al Arca con la que sorteó los envites de las lluvias y los mares, aconsejado por el dios de las aguas, precisamente: Enki.
De Dilmun provenían los materiales más preciosos, maderas y cobre. Toda la cultura mesopotámica soñaba con Dilmun.
Al parecer, Dilmun se hallaba en una península y conjunto de islas: el actual Bahrein (aunque también podría haberse extendido a Arabia Saudí).
En 1954, una misión arqueológica danesa desenterró el santuario mesopotámico más perfecto: los templos de Barbar.
Se trataba de tres templos superpuestos, construidos, unos sobre los otros , a lo largo de unos mil años. El primero dataría del 3000 aC. Los dos siguientes se edificaron sobre las ruinas de los que les precedieron. Otros estudiosos los datan entre 2200 y 1700 aC.
Eran -son- templos de tipología sumeria. Constan de una serie de plataformas rectangulares que descansan sobre una última, de mayor tamaño, de planta oval. El templo propiamente dicho consta de unas capillas en las que se hallaron ofrendas cerámicas y altares
Los templos de Barbar son los templos sumerios -o de forma sumeria- mejor conservados. La razón reside en el material. Mientras en Mesopotamia todas las construcciones eran de adobe, debilitadas por las fuertes lluvias y las aguas freáticas, los templos de Barbar se construyeron con bloques de piedra tallada, perfectamente ensamblados y aún bien conservados.
Se trataba de un santuario dedicado posiblemente al dios Enki, precisamente, a su paredra (esposa), la diosa Ninhursag. En Dilmun era conocida como Ninsikila. Enki era el dios de las aguas dulces, y su esposa era al mismo tiempo su madre, una diosa-madre, ligada a las cumbres o a las profundidades.
Una escalera se adentra en la base del templo. Pronto se convierte en un pasadizo abovedado. Conduce a un pozo, bien alimentado en agua gracias a un conducto conectado con un depósito natural subterráneo. Este pozo, posiblemente, fuera el Abzu: un espacio mítico, y una divinidad: las aguas de la sabiduría o aguas matriciales, y una diosa-madre. El mundo nació de las aguas originarias, gracias a la sabiduría de Ninhursag -o de Abzu o Nammu como también se la conocía- y a las habilidades técnicas de Enki -dios creador, por tanto dios artesano y, al mismo tiempo, dador de vida. Su madre rompió aguas para alumbrar el mundo y a todos los seres.
Todos los santuarios sumerios poseían una réplíca del Abzu: un pozo o un estanque, símbolo de la vida que el santuario garantizaba. Pero el santuario de Barbar se hallaba en la tierra originaria, donde la muerte no reinaba (de ahí que Ziuszudra venciera al Diluvio y pudiera vivir eternamente en Dilmun). Enki -y, aún más, su madre y esposa- era un dios -o el dios- de los orígenes, casi más importante que su hermano Enlil, dios de la furia de las tormentas (las aguas venidas del cielo), y An, el mismo Cielo.
El santuario de Barbar posiblemente fuera considerado como el origen de la vida. El nombre árabe actual, Barbar derivaría del sumerio e-babbar (en sumerio, babbar o bar-bar: blanco, brillante; babbar-è: levante): la Casa (e) Blanca (babbar), o la Casa del Sol Naciente, del Amanecer. Agua y Sol (Utu, el dios-sol, también era particularmente adorado en Dilmun): el sol emergiendo de las aguas primordiales (para los sumerios, el sol, precisamente, nacía en Dilmun). Las aguas que encerraba y sobre las que descansaba -los templos, en todas las culturas, están siempre asociados a las aguas fecundantes y purificadoras- dieron nacimiento al mundo. Toda Mesopotamia estaba conectada con este santuario. Su vida dependía de él. El templo, en efecto, controlaba el paso de las mercancías entre el valle del Indo y el delta del Tigris y el Éufrates. Se trataba de una verdadera fuente de vida, física y espiritual.
De algún modo, todos descendemos de los templos de las relucientes aguas de Barbar -abandonados a principios del segundo milenio, lo que ocasionó, en parte, el fin de la cultura sumeria.
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