Con o sin burro o mula, y buey, el nacimiento de Jesús en una cueva, un establo o una casa, durante el viaje de sus padres, José y María, a Belén, siguiendo un edicto romano que obligada a todas las personas a retornar a su ciudad natal para actualizar el censo en la parte oriental del Imperio, parece un hecho bien documentado, si bien la incertidumbre acerca de datos tan importantes acerca del tipo de espacio en el que María da a luz a Jesús enturbia algo el relato.
La consulta de los cuatro evangelios canónicos arroja, sin embargo, datos curiosos: apenas se refieren al acontecimiento que inaugura una nueva era: el nacimiento de Jesús, dato tanto más sorprendente cuanto que los evangelios habrían sido escritos por discípulos de Jesús, al tanto de todos los detalles acerca de su vida y, obre todo, de su misión en la tierra. En efecto, Mateo describe el nacimiento y el primer año de la vida de Jesús, con cierto detalle, mas el Evangelio de Marco se inicia cuando Jesús, adulto, ya ha empezado su vida pública. Lucas sí se refiere al nacimiento, mas los acontecimientos que lo preceden y le suceden no son los mismos que los que Mateo describe: la matanza de los inocentes no es mencionada así como la venida de los astrólogos (los futuros Reyes Magos); por el contrario, es el establecimiento del censo lo que lleva a Jesús a nacer, no en Nazaret, de donde son oriundos María y José, sino en Belén, patria del rey David, de quien supuestamente Jesús desciende. Para Juan, por fin, Jesús entra en escena cuando su bautizo, ya adulto, por Juan Bautista.
Los datos, pues, de los Evangelios, acerca del nacimiento de Jesús son escasos y contradictorios. No tienen, tampoco gran relevancia. Sí la tendrán en textos algo posteriores, en ciertos evangelios llamados apócrifos.
Los Evangelios -evangelio significa buena nueva u oráculo: anuncian lo que acontecerá, no lo que ocurre; pronostican, no describen; cuentan una historia futura- canónicos no son los primeros textos del cristianismo primitivo -o de una rama del judaísmo. Se redactaron a partir del año 70, más o menos -el Evangelio de Juan dataría del año 110 ó 120-, y fueron escritos por pensadores griegos -o de cultura griega- que no conocían Palestina, en Siria, Grecia y Roma. Es posible -aunque no probable- que el Evangelio de Mateo se basara en un texto anterior en hebreo, pero la lengua utilizada también es griega.
Son las cartas de Pablo los primeros textos, anteriores incluso al primer Evangelio, de Marcos.
Jesús, en los textos de Pablo, y en los Evangelios, es una figura distinta.
El Mediterráneo oriental hablaba griego. El arameo era una lengua de campesinos, y se hablaba poco el hebreo. Por otra parte, el latín penetraba difícilmente. Los marcos con los que se imaginaba el mundo eran también griegos: estoicos y platónicos o neoplatónicos.
Pablo y los autores de los Evangelios escribieron para letrados de cultura griega. Pablo se dirigía a comunidades letradas posiblemente estoicas. Se refiere a conceptos con los que los doctos griegos -él, en particular- están familiarizados. Pablo no habla de Jesús, sino de Cristo; y Cristo es un concepto, o un valor; una norma ética que rige o debería regir la vida comunitaria. Cristo es el logos platónico: una norma personificada, que se dirige a cada individuo para enseñarle cómo vivir colectivamente; qué valores asumir para que comunidades puedan crearse y perdurar: Cristo es una ley de convivencia, que se enuncia a través de una figura una figura que no tiene entidad como persona.
Los evangelistas también escribían para letrados. Tampoco se refieren a Jesús, sino a Cristo. Cristo significa uncido, elegido. Es un título -y no un nombre- que posee los reyes (de Israel, y mesopotámicos). Este título, lógico puesto que Jesús es presentado como del linaje de David, es decir, real, justifica que se le llame Señor -y señor-: es decir, dueño de bienes (entre los que destaca los esclavos): dueño de tierras y seres vivientes, sobre los que tiene derecho de vida y muerte.
Este título explica que Cristo resucite, manifestando, o reiterando, su condición divina, es decir, no humana o por encima de la humana. La figura evangélica no es así un ser humano sino, al igual que en Pablo, una noción; mas ésta no es ética -como en Pablo- sino real (propia de la realeza). Cristo es una norma, justa, ciertamente, en tanto que la justicia es un atributo real, pero no es una norma de comportamiento. No se tiene que imitar a Cristo, como sostiene Pablo, pues Cristo no es una norma humana, sino que se le tiene que obedecer. Se tiene que tener confianza en él, y seguirle: Encabeza el camino de la vida, como ya lo hacían los reyes msopotámicos. Es el buen pastor, el guía. Su manifestación no es una ley escrita, sino una luz. Permite ver el camino, lo alumbra y lo ilumina -camino que se abre en medio de las tinieblas, la selva-.
Es cierto que una norma define modos de vida: por tanto, pone coto a actitudes incívicas, delimita espacios de convivencia. Las normas cívicas tienen una traducción espacial, urbanística. Así, se podría pensar que la norma (griega) y la luz (mesopotámica) actúan de un mismo modo: organizan la vida. Mas la luz exige la sumisión ante un líder; la norma obliga al consenso, sin que nadie pueda imponerse ni alzar la voz: la voz es la de la comunidad no la del rey -aunque el rey encarne a la comunidad: sea la comunidad, como Cristo es la iglesia, y la congregación de fieles, de súbditos-. La noma dibuja un marco de una vez por todas; la luz, por el contrario, traza una línea continua que se dirige siempre en línea recta, hacia el futuro (desconocido, pero que no causa temor, precisamente gracias a que la luz encabeza la procesión).
Mientras que la norma funda comunidades, la luz establece comuniones, procesiones fusiones o identificaciones con un jefe real y espiritual.
Los primeros textos cristianos, las cartas de Pablo, y los Evangelios, no hablan de un individuo, sino de un concepto. Por eso apenas se refieren a su nacimiento humano -y cuando lo hacen, recurren a metáforas lumínicas que, de inmediato, señalan que no se refieren a un ser concreto, sino a una palabra: un edicto, una ley.
Fueron textos compuestos para letrados marcado tanto por la cultura griega cuanto por la mesopotámica. Las referencias a la divinidad de Cristo -por otra parte, Hijo de Dios, no significaba ser dios, sino seguidor de dios, protegido por dios, como, por ejemplo, los monarcas orientales, y romanos- eran lógicas. Tanto las presentaciones de los seres superiores en Roma cuanto en Oriente, sostenían que éstos tenían padres humanos y padres divinos. Era necesario ser un Hijo de Dios para poder encabezar un grupo y llevarlo a buen puerto, por buen camino. el mismo modo, en Grecia (en la Grecia helenística, tras Platón), los gobernadores verdaderos tenían que ser filósofos, es decir iluminados por Sofía, la Sabiduría divinizada. El Uno les mostraba qué valores tenían que asumir y transmitir a los humanos -incluso por la fuerza.
Los Evangelios, así, se compusieron según patronos literarios mesopotámicos, del mismo modo que las Cartas de Pablo siguen modelos neoplatónicos (es decir modelos griegos -platónicos- marcados por la noción de luz o irradiación mesopotámica).
Sin duda estos textos fundacionales no se pueden reducir a estos modelos, pero son deudores de ellos. Y, en Mesopotamia, el ser humano no merecía crédito alguno, precisamente porque carecía de luz: no irradiaba, no disipaba las tinieblas (del mismo modo, el sabio platónico disipaba el error, el conocimiento incierto: echaba luz sobre los enigmas del mundo).
En ningún caso, los Evangelios y las cartas de Pablo pretendieron referirse a un hombre concreto: Esto era inimaginable; los textos, por otra parte, no habrían sido recibidos, ni bien ni mal; nadie les habría prestado atención.
¿Un 25 de diciembre? La fecha del nacimiento -o de la glorificación de un dios pagano, que era un concepto divinizado: el Sol Invictus, al que los emperadores se asociaban o con el que se confundían-. De la aparición de un nuevo sol, que alumbra el mundo, y traza claros en el bosque, tratan, precisamente, los textos fundacionales del cristianismo, no de un niño en un portal.
Y, sin embargo, hoy en un día que ha amanecido gris. Son tiempos modernos
Muy interesante también este artículo. Jesús no vino a erigir una iglesia en sí, aunque creo ha sido importante lo vivido exteriormente para ahora comprender que estas maravillas artísticas reflejan nuestro interior. Se puede decir, Él nos enseñó que nosotros somos el templo divino conectados al Cosmos y a la Tierra. La estructura de las iglesias es una representación del cuerpo humano; por ejemplo, las iglesias románicas construidas, según los preceptos artísticos geométricos antiguos, estaban orientadas al sol naciente del este (el ábside), siendo el sol de la salud y la puerta principal orientada al otro extremo oeste es el ocaso, el juicio final, los miedos. Entre cruceros y nave central, éstos representan la unión simbólica entre cuerpo y alma, etc. Somos un equilibrio perfecto entre la luz y la oscuridad, el Cielo y la Tierra.
ResponderEliminarMuchas gracias y saludos.
Esther
La planta de la iglesia reproduce el esquema del cuerpo de un ser humano, con los brazos abiertos o en cruz, o sobre una cruz. Hombre que recibe, o que agoniza, se trata de la imagen de un hombre.
ResponderEliminarEl volumen (el alzado) de la iglesia, por el contrario, con todos los elementos sustentantes (pilares, arcos, bóvedas) y decorativos, evocan a la divinidad, una divinidad que se sustenta sobre un cuerpo humano.
La iglesia, así, simboliza bien la unión de lo humano y lo divino que Jesús el Uncido "encarna".
Muchas gracias por la observación
Muchas gracias por la explicación. Ahora percibo más la estructura en forma de cruz, muy importante. Es interesante aprender sobre la concepción de las plantas de iglesia independientemente del estilo: de las románicas, un estilo con paredes más gruesas e interiores más oscuros, a las catedrales góticas, un arte de gran elevación, sin paredes internas y dejando paso a la luz para mezclarse con los colores de los vitrales, rosetones; todas ellas como esquema del cuerpo humano y completadas con dibujos artísticos y simbologías diversas reflejados en los retablos y/o paredes.
ResponderEliminarSaludos,
Esther