Érase un artesano en la ciudad mesopotámica de Lagash (hoy el sur de Iraq). El rey Entemena acababa de ascender al trono, en el año 2400 aC; unos cincuenta años después, Urukagina, otro rey, tomaría el mando de la ciudad-estado.
La situación económica del estado era cada vez más angustiosa. El artesano cavó un pozo, lo llenó de agua, y pobló de peces, provenientes de las marismas cercanas, para poder disponer de alimentos frescos, en un momento en que éstos escaseaban. No podía creer que el noble en cuya casa trabajaba le exigiría la mitad de las escasa pesca que obtendría semanalmente.
Sin embargo, esta situación no era nueva. Cualquier transacción acarreaba impuestos tales que la ruina amenazaba. Los impuestos se doblaban con las mordidas. Se pagaban tasas hasta para morir y ser enterrado. Lo que se pagaba por cualquier trabajo era superior a lo que se ganaba. Los gastos del estado, el mantenimiento de la corte real y de los templos era tan excesivo, que la ciudad estaba aplastada por los impuestos que solo pagaban los artesanos, los pequeños comerciantes, los agricultores y los trabajadores a sueldo en las casas nobles, reales y templarias.
Los prestamistas hacían su agosto. Exigían intereses imposibles de devolver. Pero las deudas no devueltas acarreaban la esclavitud, o la muerte. Toda la población tenía, al menos, un miembro de la familia que había tenido que aceptar convertirse en un esclavo, sin que la deuda aminorara.
El comercio estaba paralizado. Las familias se morían de hambre. Trabajaban de sol a sol solo para devolver una mínima parte de la deuda. Las tierras, cada vez menos labradas -a causa de la creciente falta de mano de obra- daban menos frutos por lo que solo las casas más pudientes podían pagar los precios excesivos de los alimentos y los bienes de consumo.
No había esperanza. No había futuro. Los padres sabían que sus hijos acabarían siendo esclavos si no morían de inanición. ¿Para qué tener hijos hijos, entonces? Toda la vida estaba dedicada únicamente a encontrar algo de trabajo para devolver una parte mínima de la deuda que ahogaba cualquier porvenir. Los abortos, las malformaciones estaban a la orden del día, por la malnutrición y la desesperación anímica.
Fue entonces cuando Entemena, y más tarde, Urukagina, reinaron. Lo primero que hicieron fue crear un nuevo cuerpo de inspectores que sustituyó a uno anterior, corrupto. Enunciaron leyes o normas que pusieron coto a los tributos injustos. Ya no se tendría que pagar incluso para respirar. Urukagina sabía que el estado no podía prosperar, porque los ciudadanos solo podían preocuparse por su mínima supervivencia. La falta de perspectivas ahogaba tanto como las deudas, casi todas injustamente contraídas debido a impuestos que no se correspondían con el trabajo o la actividad realizados, impuestos incluso cobrados solo porque no se hacía nada. La inactividad también era tasada.
Por fin, Urukagina aplicó lo que el Antiguo Testamento denomina el jubileo: la condonación de todas las deudas. Algunos pudieron pensar que el rey trataba de ganarse la fidelidad de los súbditos, de comprarlos, de algún modo. Pero las leyes escritas que han llegado hasta nosotros dicen algo muy distinto: un horrorizado sentimiento de injusticia llevó a ambos reyes a tomar esta medida. Parece como si se hubiera puesto en el lugar de los afectados. La miseria, por otra parte, y la depresión, eran evidentes. Ni siquiera quedándose encerrados en las salas de trono, ambos reyes hubieran podido cerrar los ojos ante lo que acontecía. También fueron conscientes que la supervivencia el reino, y por tanto de la monarquía, dependía de la liberación de los súbditos. Porque, precisamente, el primer rey de la historia que escribió la palabra libertad, o liberación, más bien, fue el rey sumerio Urukagina.
Dos mil años más tarde, Solon, el estadista de Atenas, quizá inspirado por el recuerdo de la benéfica acción de Entemena y de Urukagina, enunció la seisachtheia: literalmente, la sacudida del peso, es decir, de nuevo la condonación de las deudas que los atenienses habían contraído con la oligarquía, deudas tales, que, como en el caso de la ciudad de Lagash, los habían llevado a la esclavitud. Un siglo más tarde, Atenas edificaba el acrópolis.
Eso ocurrió hace cuatro mil quinientos antes. En una época pre-capitalista.
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