jueves, 7 de febrero de 2013
Bodas en Bagdad
No bien cae la noche, hacia las seis de la tarde, crecientes redobles de tambores, puntuados por agudos ululados femeninos, se aproximan al hotel Coral.
Una fila de coches sigue un un vehículo cubierto de lazos. Jóvenes, que agitan panderetas, bailan en corro. El griterío cubre las sirenas que no cesan.
Entre una pareja de recién casados. La novia, vestida con un traje largo y acampanado, blanco, brillante y bordado, sintético, sin duda, tieso como un cubo, avanza a tientas, la cabeza gacha, con la cabeza y la cara enteramente cubiertas con una capucha rígida y puntiaguda, semejante a la que anulaba a los torturados de la cárcel de Abu Graib. Alrededor, algunas suegras, enlutadas, cubiertas por un chador, serpentean, se retuercen y lanzan alaridos mientras sacuden frenéticamente panderos; otras, portan la cola del vestido de la novia.
Madres y novios suben a la habitación. La novia, abatida, se diría que llora. Al poco rato, su suegra sale del hotel portando un bulto blanco: el vestido de la joven.
Por la mañana, en el desayuno, la desposada está lívida.
Hasta una decena de parejas, cada tarde, se aprestan para la noche de bodas.
Éstas se celebran de día, hasta las cuatro de la tarde, por motivos de seguridad. Por idénticos motivos, los recién esposados son conducidos al hotel.
Apenas se conocen.
Este "ritual" no existía antes del 2003, año de la invasión de Irak.
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