martes, 26 de febrero de 2013
Emblemas arquitectónicos en el mundo antiguo
El notable Museo Arqueológico de Bolonia (Italia) -con una fascinante disposición decimonónica cuidadosamente preservada- atesora una estela funeraria romana dedicada a Statorio Bathyllo y su liberto (esclavo liberado) Trophimus.
El monumento vertical está coronado por una efigie de la monstruosa Gorgona cuya mirada tenía el poder de petrificar a quien le mirara a los ojos: de este modo, el monumento quedaba a salva de las malas intenciones de quien quisiera dañarlo.
La parte inferior de la estela incluye dos instrumentos de trabajo: un compás y una plomada.
Así, la estela ha sido interpretada como un monumento funerario dedicado a dos promotores, constructores, o arquitectos.
Estelas con instrumentos de trabajo abundan en el mundo romano, desde Grecia a Hispania, pasando por el norte de África. A menudo, éstos son propios del oficio del constructor.
¿Son siempre emblemas de un profesional relacionado con tareas edilicias? Quizá la presente estela lo pudiera ser, toda vez que está dedicada a un hombre libre y a un esclavo liberado, es decir, a un artesano y a su aprendiz.
Sin embargo, ambos emblemas son tan comunes en estelas romanas que cuesta creer que hubieran existido tantas tumbas notables de constructores. Después de todo, los arquitectos no gozaban de un estatuto especial. Eran considerados unos trabajadores manuales, pese a que el héroe Dédalo, representado a veces con ambos útiles en la mano, fuera el patrón del su gremio.
Por otra parte, como Waltemar Deonna ha estudiado, tales útiles de constructor no aparecen necesariamente en estelas de hombres, sino también de mujeres, y de niños o niñas: en estos casos, los instrumentos no pueden emblemas de la profesión del difunto. Nunca hubo arquitectas en la antigüedad (salvo la mítica reina Semiramis, constructora de Babilonia).
Cabe entonces la posibilidad que los útiles hayan sido representados por su valor simbólico. El compás aludiría al final del ciclo de la vida. El círculo se habría cerrado. Esta imagen podría ser dramática, si no fuera por la inclusión de la plomada. En este caso, la muerte, que afecta a todos los seres humanos -una de las lecturas de la escuadra de la que cuelga la plomada-, no habría sido trágica o indeseada, sino habría llegado a su justo y recto término; habría concluido una vida recta y equilibrada, dando a ésta plena sentido.
No quedaría claro, empero, si la evocación de una muerte entendida como un broche, de ambas figuras, correspondía con la realidad de la vida de estas personas, o si la estela imploraba una muerte digna.
Pero, en todos los casos, la iconografía arquitectónica remitiría a la imagen de una vida fundada, formada, habiendo así alcanzado su finalidad, su fin. Fin no por predecible e indeseado, menos lógico y hermoso. La muerte solo tendría sentido, como en este caso, si concluyera una vida bien organizada.
Las formas y los útiles arquitectónicos, los gestos y las prácticas del constructor, han sido asumidos como metáforas de la formación personal, de la edificación del ser humano lúcido y sabio, al menos desde el Renacimiento. Pero tales metáforas remontan, cuanto menos, al mundo romano. Edificar es una práctica digna si no se limita a levantar construcciones sino que proporciona un modelo para ceñir o dominar (domesticar) las pasiones (que, como la ignorancia, ciegan) gracias al estudio, la formación personal, que logra encauzar una vida dedicada a la comprensión del mundo y de uno mismo.
En este sentido, esta hermosa estela revela lo que el conocimiento de la arquitectura puede aportar a la equilibrada y recta edificación personal.
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