El estado estaba arruinado. La capital, devastada tras años de incuria. El gobierno había padecido incluso ruido de sables. Las grandes fortunas presionaban para que los recortes en inversiones públicas se ampliaran.
Mas, sin embargo, el jefe de gobierno adoptó una política contraria.
Nacionalizó los bienes de los templos. Luego lanzó una campaña colosal de obras públicas. El perfil de la ciudad cambió radicalmente. Argumentaba que las obras darían trabajo a un gran número de profesionales: artistas, artesanos y técnicos; constructores, pintores, tallistas, fabricantes de tejidos, orfebres, etc. Al mismo tiempo, mejoría la calidad de las obras y el saber hacer de los técnicos, por lo que favorecería las exportaciones de bienes cada vez más preciados internacionalmente. Finalmente, aportaría "el bienestar a los ciudadanos", y facilitaría la creación de "nuevas industrias", lo que proporcionaría " un salario a casi toda la población, lo que permitiría a ésta mantenerse y alimentarse por sí misma".
El jefe de gobierno no se libró de acusaciones de corrupción; sin duda, se cometieron excesos y subterfugios en las obras. Y acabó dimitiendo.
Nunca, sin embargo, el estado y, en particular la capital, deslumbraron tanto, sin que el bienestar favoreciera solo a una parte, pudiente, de la población.
Se trataba de la política económica de Pericles, en la Atenas del siglo V aC, al menos según cuenta Plutarco en Vidas Paralelas.
Keynes, formado según planes de estudio "clásicos" (en Eton y en el King´s College de Cambridge), leyó a Plutarco. Como comenta Gilles Dostaler (Keynes and His Battles. Cheltenham, Edward Elgar, 2007): "(For) Keynes’s Periclean vision of a civilization (...) art is valued for its own sake, and not as a means".
Ya no leemos a y aprendemos de los "clásicos". Y el arte decora bancos y museos.
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