La Universidad Politécnica de Cataluña evalúa anualmente a los profesores de la Escuela de Arquitectura de Barcelona desde hace años. Amén de otros informes, se entrega a los estudiantes, en una hora de clase, ya prevista, unos documentos para que puntúen a los profesores teniendo en cuenta diversos parámetros (entusiasmo, interés, puntualidad, dificultad, etc.). Las notas se escalan de A a D. Ésta corresponde a un resultado no satisfactorio.
En años anteriores, los profesores con notas C y D han tenido que dar a veces explicaciones sobre qué y cómo enseñan, y los Departamentos han elaborado informes explicativos o justificativos. En los casos más graves -en contadas ocasiones- los profesores funcionarios con una nota baja han sido penalizados con una reducción de docencia, y la consiguiente pérdida de complementos (por ejemplo, quinquenios docentes).
Sin embargo, hoy, la situación se ha invertido.
Si las noticias son ciertas, a partir de ahora o de septiembre, se preve obligar a los profesores peor puntuados - tanto por los estudiantes como por el Departamento al que están adscritos y por su facultad o escuela- a... impartir más clases. Los alumnos tendrán preferentemente a profesores repudiados. Es decir, si se forzara la lógica hasta sus últimas consecuencias, los mejores profesores no darían clases, y quienes quisieran, amantes de la docencia, impartirlas, deberían trabajar de la peor manera posible.
Curiosa consideración de la enseñanza como un castigo -quizá lógica vista desde el sillón de la administración.
La defensa de la enseñanza pública sigue por caminos novedosos.
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