Gozne de puerta
Ladrillos fundacionales del palacio del rey medio-asirio Adad-Nirari I (s. XIV aC)
Restos de un barrio parto en la cima norte del tell (ss. II aC-II dC)
Cráter abierto por una bomba lanzada por orden de Saddam Hussein (años 90) en la cima norte del tell. parte del nivel parto saltó, y los niveles inferiores quedaron aplastados.
Tumba de un recién nacido hallada cerca de la rampa de acceso a la ciudad en tiempos del rey neo-asirio Senaquerib (s. VIII aC); se trata seguramente de un sacrificio humano fundacional.
Hipotética reconstrucción del juego de plataformas y de rampas en la fachada sur de la ciudad en tiempos del rey Senaquerib.
Acueducto subterráneo, atravesando una montaña, construido por los reyes neo-asirios y que alimentaba en agua las ciudades de Arbales (Erbil) a cuarenta quilómetros de distancia y, más lejos aún, de Kilizu (hoy Qasr Shemamok)
Piezas halladas en esta campaña, expuestas a la prensa en el Museo arqueológico de Erbil
Fragmentos de cerámica de la época de Uruk (hacia 4500 aC, última foto) y de Nínive V (hacia 3200 aC)
Piezas halladas en esta campaña, expuestas a la prensa en el Museo arqueológico de Erbil
Fragmentos de cerámica de la época de Uruk (hacia 4500 aC, última foto) y de Nínive V (hacia 3200 aC)
Fotos: Eric Rusiñol, Catherine Burge, Tocho
3-D: Eric Rusiñol
Misión francesa de Qasr Shemamok, dirigida por los profesores Maria-Grazia Masetti-Rouault (École Pratique des Hautes Études, Sorbonne, París) y Olivier Rouault (Universidad de Lyon 2)
Miembros de la Univeridad Politécnica de Cataluña, Barcelona: Pedro Azara, Joan Borrell, Mireia Durán, Marc Marín, Eric Rusiñol.
El último día de trabajo en la primera campaña en el gigantesco tell de Qasr Shemamok, a veinte quilómetros de Erbil (Kurdistán, Iraq), en mayo de 2012, se hallaron unos ladrillos cocidos estampillados, insertados en una rampa de acceso a la ciudad neo-asiria que se empezaba a excavar, que dieron el nombre del rey fundador: Senaquerib, uno de los reyes neo-asirios (s. VIII aC) más importantes.
La campaña de la misión del 2013 estaba a punto de cerrarse, hace cinco días, cuando uno de los estudiantes franceses, rodeando el tell, tras un día de lluvia, cansado y meditabundo, después de semanas sin hallar nada destacable, observó una pequeña cueva que el agua había despejado o abierto, en cuyo fondo se descubrían unos ladrillos, perfectamente dispuestos.
Rápidamente, se trató de sacar la tierra que los cubría. Unos marcas, que recordaban vagamente a unos signos cuneiformes, se descubrían en la gastada superficie de los ladrillos. sin duda, el pico habría producido las hendiduras.
Al día siguiente, a las seis de la mañana -hora a la que, cada día, se inicia la excavación-, una nueva ojeada a los ladrillos reveló que las marcas eran posiblemente signos; se despejó a toda prisa los ladrillos. El texto era bastante claro. Indicaba que se trataba del palacio de un rey, Adad-Nirari, tan importante o más que Senaquerib, seis siglos anterior, y daba el nombre de la ciudad: Kilizu, presente en numerosos textos asirios.
Se confirmaba así que, como se intuía, se había descubierto una de las grandes ciudades del Próximo Oriente antiguo, entre Nimrud, Nínive y Dur Sharrunkin (hoy, Khorsabad), y se ponía de manifiesto, con sorpresa, que esta ciudad no fue fundada por Senaquerib, sino medio milenio antes.
El posterior hallazgo, en varias áreas cercanas a la base del tell, de cerámicas de Uruk, del quinto milenio aC, revelaba también que esta ciudad se asentaba quizá sobre el emplazamiento de lo que podría ser una colonia de la ciudad sumeria (o "pre-sumeria") de Uruk, y, por tanto, una de las primeras colonias de la historia, y una de las más alejadas de Sumer, junto con otras, halladas en los años noventa al sur de Anatolia.
Sondeos geológicos emprendidos este año han revelado que Kilizu podría haber sido un puerto fluvial. Hoy, al norte del tell, serpentea un riachuelo de aguas sucias.
Hace dos mil setecientos años, dos muros de contención, hincados en el río Shiwazor, crearon una gran balsa de agua en la que quizá atracarán barcos. El río quizá fuera navegable. Los neo-sirios podrían haber conocido la técnica de las compuertas en canales.
El canal del río tuvo que crecer gracias a un prodigioso trabajo hidráulico, a unos sesenta quilómetros de Kiluzu. Un canal artificial, con un fondo de piedra, recogía el agua de tres afluentes, y las llevaba, a través de un acueducto de piedra subterráneo, perfectamente tallado, que atravesaba -por medio de una boca en la clave de cuyo arco de entrada, una inscripción (robada hace unos años) señalaba que se trataba de una obra del rey Senaquerib-, una montaña, hasta Arbales y Kilizu por medio de una pendiente suave y continua perfectamente calculada. Este canal, enterrado y a cielo abierto, tras la montaña, se complementaba con otros más sencillos, que recogían el curso de varios riachuelos para llevarlos a depósitos subterréneos, que habrían elevado el nivel freático, contribuyendo a la navegabilidad del río.
De este modo, Kilizu se habría convertido en una ciudad clave para el transporte de mercancias desde Anatolia hasta el centro y el sur de Mesopotamia, por un lado, y Centro Asia, por otro.
Sin duda, la próxima campaña, de aquí a un año, ayudará a tener una visión más clara del papel estratégico de Kilizu en la economía y las comunicaciones del imperio neo-asirio, antes de su derrumbe definitivo en manos babilónicas y persas.
Notas a partir de las interpretaciones de Maria-Grazia Masetti Rouault
3-D: Eric Rusiñol
Misión francesa de Qasr Shemamok, dirigida por los profesores Maria-Grazia Masetti-Rouault (École Pratique des Hautes Études, Sorbonne, París) y Olivier Rouault (Universidad de Lyon 2)
Miembros de la Univeridad Politécnica de Cataluña, Barcelona: Pedro Azara, Joan Borrell, Mireia Durán, Marc Marín, Eric Rusiñol.
El último día de trabajo en la primera campaña en el gigantesco tell de Qasr Shemamok, a veinte quilómetros de Erbil (Kurdistán, Iraq), en mayo de 2012, se hallaron unos ladrillos cocidos estampillados, insertados en una rampa de acceso a la ciudad neo-asiria que se empezaba a excavar, que dieron el nombre del rey fundador: Senaquerib, uno de los reyes neo-asirios (s. VIII aC) más importantes.
La campaña de la misión del 2013 estaba a punto de cerrarse, hace cinco días, cuando uno de los estudiantes franceses, rodeando el tell, tras un día de lluvia, cansado y meditabundo, después de semanas sin hallar nada destacable, observó una pequeña cueva que el agua había despejado o abierto, en cuyo fondo se descubrían unos ladrillos, perfectamente dispuestos.
Rápidamente, se trató de sacar la tierra que los cubría. Unos marcas, que recordaban vagamente a unos signos cuneiformes, se descubrían en la gastada superficie de los ladrillos. sin duda, el pico habría producido las hendiduras.
Al día siguiente, a las seis de la mañana -hora a la que, cada día, se inicia la excavación-, una nueva ojeada a los ladrillos reveló que las marcas eran posiblemente signos; se despejó a toda prisa los ladrillos. El texto era bastante claro. Indicaba que se trataba del palacio de un rey, Adad-Nirari, tan importante o más que Senaquerib, seis siglos anterior, y daba el nombre de la ciudad: Kilizu, presente en numerosos textos asirios.
Se confirmaba así que, como se intuía, se había descubierto una de las grandes ciudades del Próximo Oriente antiguo, entre Nimrud, Nínive y Dur Sharrunkin (hoy, Khorsabad), y se ponía de manifiesto, con sorpresa, que esta ciudad no fue fundada por Senaquerib, sino medio milenio antes.
El posterior hallazgo, en varias áreas cercanas a la base del tell, de cerámicas de Uruk, del quinto milenio aC, revelaba también que esta ciudad se asentaba quizá sobre el emplazamiento de lo que podría ser una colonia de la ciudad sumeria (o "pre-sumeria") de Uruk, y, por tanto, una de las primeras colonias de la historia, y una de las más alejadas de Sumer, junto con otras, halladas en los años noventa al sur de Anatolia.
Sondeos geológicos emprendidos este año han revelado que Kilizu podría haber sido un puerto fluvial. Hoy, al norte del tell, serpentea un riachuelo de aguas sucias.
Hace dos mil setecientos años, dos muros de contención, hincados en el río Shiwazor, crearon una gran balsa de agua en la que quizá atracarán barcos. El río quizá fuera navegable. Los neo-sirios podrían haber conocido la técnica de las compuertas en canales.
El canal del río tuvo que crecer gracias a un prodigioso trabajo hidráulico, a unos sesenta quilómetros de Kiluzu. Un canal artificial, con un fondo de piedra, recogía el agua de tres afluentes, y las llevaba, a través de un acueducto de piedra subterráneo, perfectamente tallado, que atravesaba -por medio de una boca en la clave de cuyo arco de entrada, una inscripción (robada hace unos años) señalaba que se trataba de una obra del rey Senaquerib-, una montaña, hasta Arbales y Kilizu por medio de una pendiente suave y continua perfectamente calculada. Este canal, enterrado y a cielo abierto, tras la montaña, se complementaba con otros más sencillos, que recogían el curso de varios riachuelos para llevarlos a depósitos subterréneos, que habrían elevado el nivel freático, contribuyendo a la navegabilidad del río.
De este modo, Kilizu se habría convertido en una ciudad clave para el transporte de mercancias desde Anatolia hasta el centro y el sur de Mesopotamia, por un lado, y Centro Asia, por otro.
Sin duda, la próxima campaña, de aquí a un año, ayudará a tener una visión más clara del papel estratégico de Kilizu en la economía y las comunicaciones del imperio neo-asirio, antes de su derrumbe definitivo en manos babilónicas y persas.
Notas a partir de las interpretaciones de Maria-Grazia Masetti Rouault
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