miércoles, 14 de agosto de 2013

Orfeo


Orfeo: Museos Capitolinos. Sede Central Eléctrica, Roma


Orfeo amansando a las fieras tocando la lira es un motivo casi popular. Pero Orfeo era alguien más que un personaje de cuento, un precedente del flautista de Hamelín.
Hijo de un expansivo dios fluvial y de Calíope, la mejor de las Musas –a menos que fuera de la pensativa Polimnia-, Orfeo (un rey o un héroe mítico originario de Tracia, en el norte de Grecia, -cuyo rítmico canto sedujo a las Sirenas, que se disponían, con sus  cantos maliciosos, a que Argo, la nave mágica de los Argonautas, que enfilaba hacia la tierra dónde se hallaba el Vellocino de Oro (véase ficha….), se estrellara contra unos riscos-, y las calmó), logró un prodigio que solo muy pocos dioses y héroes, excepcionalmente, han alcanzado en cualquier cultura: Cristo, los Dióscuros, Hermes –siendo estas divinidades paganas prototipos crísticos-, Perséfone, y pocos más, que cruzaron, en ambos sentidos, la infranqueable y temida frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos. La ninfa Eurídice, prometida a Orfeo, fue, un día perseguida por Aristeo; huyendo, desesperada, pisó una sierpe venenosa. Orfeo, con sus cantos, logró que los dioses infernales se apiadaran y le permitieran, las terribles fieras del inframundo encantadas por la música de Orfeo, y los más temibles impíos condenados a torturas sin fin en el Hades, aquietados por unos momentos, rescatar a Eurídice, con una sola condición: Orfeo guiaría el alma de Eurídice, pero no se giraría para contemplarla hasta que alcanzaran el mundo de los vivos. Pero las almas, incluso las almas en pena, se desplazan sin hacer ruido. Temiendo que Eurídice no le siguiera, Orfeo incumplió su promesa: la joven se esfumó para siempre.
El conocimiento del mundo infernal fue positivo y negativo para Orfeo. Temiendo que contara verdades sobre el  destino final de los humanos, Zeus lo fulminó, o azuzó a las mujeres para que lo asesinaran. Su cabeza decapitada, empero, bogó por los ríos cantando, hasta que Orfeo, ya recuperado, fue trasladado a la Isla de los Bienaventurados. Mientras, su lira ascendió a los cielos y se convirtió en una constelación. Pero, el descubrimiento del más allá le llevó a ser adorado por unos iniciados que querían conocer el fin de la humanidad. De algún modo, Orfeo, ascendiendo de los infiernos, había resucitado. Conocía, pues, el secreto de la vida eterna.  Se atribuyeron tardíamente textos esotéricos a Orfeo, adoptado como un dios por sus seguidores que cuestionaban la incapacidad de los dioses del Olimpo por responder a las preguntas ansiosas de los humanos acerca de la vida más allá de la tierra, y negaban la importancia del sacrificio animal o vegetal –central en la religión politeísta greco-latina-, es decir de la puesta a muerte de un ente para satisfacer a una divinidad. La muerte no llevaba a la vida verdadera. El alma era inmortal: el desfallecimiento del cuerpo, como había vivido Orfeo en su propia carne, no la afectaba. Orfeo diluía la frontera entre mortales e inmortales. La figura apacible de Orfeo, y sus supuestos escritos (fruto de sectas órficas helenísticas y romanas), sirvieron de modelo, en parte, para la definición de Cristo.
Los cultos tardíos a divinidades soteriológicas (que ofrecían la redención del alma, pese a la brevedad y mortandad de la vida terrenal), de ascendencia oriental, fueron divulgados por todo el Mediterráneo, occidental también, gracias al retorno de los soldados apostados en la frontera oriental de Imperio romano a sus hogares. Se trataba de cultos que se oponían a los cultos oficiales urbanos – a dioses olímpicos o capitolinos-, practicados en espacios recluidos o secretos de pequeñas dimensiones (cuevas, criptas, subterráneos) entre fieles que tenían que ser previamente iniciados, y que no podían divulgar sus prácticas mistéricas. El secreto fue casi siempre tan bien guardado que se tienen pocos datos del desarrollo de la liturgia, consistente, posiblemente, en la lectura de textos, la comunión de determinados alimentos, ciertos sacrificios, a veces de sangre, y la contemplación de la divinidad súbitamente expuesta: promesas de una vida mejor tras el paso por la tierra.

La difusión de estos cultos en centros urbanos llevó a que fueran practicados por clases acomodadas urbanas, incluso entre miembros de la familia imperial. Pese a que aparecieron y se extendieron a finales de la antigüedad, tenían raíces en cultos agrarios anteriores, arcaicos, como, por ejemplo, el culto de la diosa de los cereales y los infiernos Démeter (y su hija Perséfone, esposa del dios infernal Hades, que pasaba la mitad del año en el inframundo, antes de ascender a la superficie con la primavera), en las profundidades del santuario de Eleusis, cabe Atenas, divinidades que también regulaban o aseguraban el ciclo vital.   

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