Las seis últimas fotos de la Dollhouse 4 (1978, wood, paint, Plexiglas, corrugated cardboard, stones, cement, glue, Formica): Tocho, Venecia, agosto 2013
La Bienal de Venecia de 2013 está dedicada a artistas de los siglos XIX, XX y XXI que han tratado de realizar una obra que ofreciera una visión enciclopédica del mundo; que reflejaran o acogieran el mundo, todos los saberes o las imágenes del mundo. la mayoría de las obras forman parte de series extensas de dibujos en los que el artista ha tratado, como en las ilustraciones de una enciclopedia de reflejar exhaustivamente una parte, al menos, del mundo, visible o invisible.
Destaca una casa de muñecas del escultor norteamericano Robert Gober.
Empezó como carpintero. Construyó manual y detallísticamente una serie de casas de muñecas a finales de los años setenta.
Se dio entonces a conocer con una serie de lavabos, similares a los que existían en la primera mitad del siglo XX, realizados enteramente a mano que evocaban imágenes de limpieza o pureza, propias de un mundo transfigurado por la higiene -una higiene ya profana-, decisiva en el caso de enfermedades contagiosas, reales o temidas.
Según el comisario de la Bienal, Gober estuvo influido por la lectura del texto de Gaston Bachelard, La poética del espacio.
La casa es lo primero que un ser ve, y la última imagen del mundo que percibe antes de fallecer -al menos antes de que naciéramos y muramos en un hospital.
La casa es un mundo. atesora recuerdos. Protege del mundo exterior; pero también nos permite comunicarnos con él. La casa nos revela; dice cómo somos, qué pensamos, cómo nos situamos en el mundo.
La casa marca los ritos de paso; la vida está así marcada por la casa. Abandonar el hogar, fundar uno nuevo, y regresar son acciones que regulan la vida. Amores y odios, temores y deseos se centran en una casa. Quien no deja la casa paterna (o materna) y se abre al mundo no existe verdaderamente para éste.
Quienes pierden la casa lo pierden todo. Ya no son nada o nadie. Sin dirección (postal, y de cualquier tipo) vamos dando tumbos. Somos ilocalizables. Nadie puede contactarnos. Quedamos a la intemperie.
Pero una casa puede ser una cárcel también. Refugio y encierro.
Éste podría ser el mundo que Gober evoca en esta corta serie de casas de muñecas. No son maquetas, sino casas verdaderas, en las que el niño (y el adulto) se proyectan, como si se vieran o soñaran vivir en ellas.
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