Se cuenta que un artista vienés, en los años sesenta, quiso lograr lo que nadie había alcanzado hasta entonces.
Los artistas -pintores, escultores, fotógrafos, cineastas- de la imagen reproducían, naturalísticamente o no, lo que veían, o proyectaban sus imágenes interiores, sus visiones. La obra, pintada, esculpida, dibujada, fotografiada o fílmica, quieta o en movimiento, constituía un punto de vista sobre el mundo. Mostraba lo que el artista veía, creía o quería ver. La imagen comprendía un escenario, real o inventado, percibido o soñado, extendido ante el artista.
Aunque no sepamos qué ven los animales -no cómo ven-, los seres vivos tenemos la capacidad de entrar en contacto visual con todo lo que nos rodea. El mundo se muestra ante nuestros ojos. Quizá no veamos exactanmente lo que es, pero sí que vemos, de la manera como sea, lo que nos envuelve. Todo lo matérico o corporal queda registrado por el órgano de la vista.
¿Todo?
Bien sabemos que existe un ente que resiste a ser descubierto directamente: nosotros mismos. Nos vemos solo parcialmente. Vemos las manos, los brazos, el tronco, los miembros inferiores, pero no nuestra espalda. Eso no significa que nuestra parte posterior sea solo lo que no alcanzamos a ver. Existe también una parte esencial y frontal de nuestro cuerpo que no podemos contemplar: nuestro rostro. Vemos el mundo pero no vemos lo que es capaz de ver el mundo. No podemos vernos viendo el mundo. Lo más cercano y lo más lejano, lo más débil y lo más fuerte, la luz y la noche caben en nuestras pupilas. Salvo nuestras propias pupilas. El órgano que ve no se ve.
Es por eso que este artista vienes, en una memorable acción, decidió cruzar este límite infranqueable. Iba a ver lo que no se ve, y contar, por vez primera que veía. Iba a tener la misma sensación que los demás tienen cuando nos miran. Iba a mirarse no a través de ojos ajenos, sino propios. Iba, así a ser, él y otro a la vez. La imagen propia sería la misma que la que otros tienen y nos pueden contar. De este modo, su punto de vista sería omnipotente, pues incluiría lo que subyuga el mundo bajo su visión. Ya no iba a ser el mundo exterior el que se desenvolvería ante él, sino él mismo, convertido tanto en espectador cuanto en espectáculo; espectáculo de sí mismo. La barrera entre uno y el otro iba a ser derribada. Ya nada iba a separar al ser humano del mundo. El mundo, observado, sería él.
Llegado el día de la inauguración, en la galería convertida en una sala blanca, un cirujano extrajo con cuidado un ojo de la órbita, sin cortar el nervio óptico, lo alejó, y lo giró lentamente, para que el ojo, que era el artista -un artista, desde el Renacimiento, es un ojo voraz- se viera, viera su rostro y su cuerpo, y describiera lo que veía. El artista falleció antes de poder verse y contarlo. La barrera infranqueable, como la que separa la vida de la muerte, no había sido transgredida.
Eso aconteció hace cincuenta años. Hoy, esta barrera quizá se tambalee.
Los teléfonos portátiles "inteligentes" poseen una cámara. El ojo ve, no a través de un visor, sino de una pantalla, lo que el objetivo enfoca: ve el objetivo perseguido por la cámara.
Existe un programa que permite que el teléfono convertido en cámara, sin que nada cambie, en apariencia, enfoque, no lo que se halla detrás del objetivo, sino delante. La cámara puede enfocar a quien fotografía. De este modo, el fotógrafo, invirtiendo la dirección del objetivo, se puede retratar sin problemas, puesto que ve en la pantalla del teléfono lo que la cámara registra.
El punto de vista ya no coincide con el ojo del fotógrafo, sino con el de las personas que habitualmente nos miran. La imagen no es la que vemos sino la que ven los demás. Nos vemos así como nos ven. La cámara, alejada de nosotros con el brazo extendido, colocada donde nos llegue el brazo, se sitúa entre quienes nos rodean y nos miran (una escena que tanto practican los adolescentes, que se interrogan) La cámara es un ojo ajeno, que yo manejo. Soy, literalmente, otro, soy lo que otro ve.
Esta situación no es nueva, ciertamente. Las cámaras tradicionales, montadas sobre un trípode, y dotadas de un temporizador, pueden, colocadas ante nosotros, retratarnos. Pero no sabemos, no controlamos lo que la cámara retrata. La contemplación acontece tras la captación de la imagen. Por otra parte, se trata, necesariamente, de un objetivo fijo. Puede captar el movimiento, mas la cámara no se mueve. El objetivo, así, se distingue de la mirada, rápida y fugar, de quienes nos miran.
Por el contrario, los teléfonos-cámara, capaces de invertir la dirección del eje visual, manejados por nosotros, y mostrando lo que están captando, son ojos en movimiento. Veo lo que la cámara -que es un ojo ajeno- ve mientras mira. Me miro. Me veo.
Y lo que veo es irreconocible. La imagen mía que la cámara capta, desde donde los demás me miran, no soy yo. Soy literalmente otro. Pero eso otro no es el yo que busco. Yo no soy así, no me "veo" así -no me veo así, porque, en verdad, no me veo, sino que me imagino.
Quise verme como me ven, y no me veo. No me reconozco.
Queda por plantearse si, entonces, la barrera entre mi visión y la de los demás, entre mi imagen, y la imagen que los demás tienen de mí, ha saltado verdaderamente; y si lo ha hecho, ¿qué se descubre? No me descubro, porque no me reconozco. Más bien, huyo esta imagen. La repudio.
¿Es esta imagen yo, o no?
Cuando los informáticos idearon los teléfonos con cámara y pantalla, dotados de un insólito programa, no sabían, quizá, que se podría poner en jaque nuestra propia conciencia.
Algo parecido hacía el famoso fotomatón :-) creo que en las dos situaciones lo que ocurre es que sentimos pánico , nos sentimos como en un interrogatorio policial.La fotografía fija gestos y expresiones que en la vida cotidiana son impercetibles y pasan muy deprisa .Reconocemos a los demás en ellas,pero no decimos "Esta personas es esto" .Salvo que la fotografía sea tan buena que haya logrado captar
ResponderEliminarlo más característico de esa persona.
Es cierto. No pensaba en los fotomatones. En éstos, en efecto, vemos en pantalla lo que el "ojo" de la cámara, que no es el nuestro ve. Sin embargo, se trata de un ojo fijo, contrariamente al de los teléfonos.
EliminarPero, ciertamente, el fotomatón inquieta por esta sensación de estar observado, de saber que alguien te ve mientras no te ves realmente.
Muchas gracias por la puntualización.
El fotomatón merecería una reflexión.
Creo que en la argumentación puede haber un error al reducir el propósito a verse a sí mismo cara a cara, a los ojos, por así decir, como si ésa fuera la verdadera y la única manera de vernos a nosotros mismos.
ResponderEliminarEsas cámaras situadas en los teléfonos no nos ofrecen otra cosa diferente al espejo en el que vemos como izquierda nuestra mano derecha (lo acabo de comprobar con el mío).
Creo que hay algo mejor que todo eso y los clásicos autorretratos, pintados o fotografiados como los fotomatones de antaño que María ha apuntado.
En las salas de espejos, como la que se encuentra en el Liceo de Barcelona o en los locales de magia y parques de atracciones, nos podemos ver bien colocados, con la mano derecha en la derecha, aunque nunca de cara, pero sí de lado, de medio lado, al bies, de perfil o incluso de espaldas como si fuéramos, verdaderamente otro al que estamos observando con sigilo, no nosotros.
Parece que levanta un brazo, lleva una copa en una mano, está hablando con alguien, la chaqueta que viste está muy arrugada, mira algo y no presta atención a su interlocutora, que, por cierto, es una muchacha muy bonita que le cuenta algo que a él no parece interesarle, ¿qué estará mirando?
Quizá el auténtico interés sea ése, mirarnos desde fuera y al hacerlo conseguir el gran hallazgo al alcance de muy pocos: ¡reconocernos!
Saludos
Tal vez por ello algunos pintores se pintaban pintando.
No se me había ocurrido: en las salas con espejos a lado y lado podemos vernos sin tener que mirarnos. Aunque es cierto, como bien señala, que no podemos vernos cara a cara.
EliminarEl mirarse a la cara a fin de descubrirse fue postulado por Platón en el Alcíbiades I. Platón sostenía que los ojos de la otra persona son espejos en los que nos reflejamos. Nos vemos mirándonos.
Estas consideraciones son las que los teólogos bizantinos utilizaron para legitimar los iconos. Éstos no eran autorretratos, pero sí espejos (los ojos del Hijo de Dios) en los que se miraba el fiel. Supongo que cabe a Platón la responsabilidad de haber dado importancia al "careo" como método de (auto)reconocimiento.
El tema de la imagen reveladora del ser es turbador. Y apasionante, encuentro.
Segundo comentario:
ResponderEliminarVerse a sí mismo es una vieja aspiración del ser humano que reflejan modernamente los autorretratos y esos pintores pintados pintando.
En los últimos tiempos muchas de las video instalaciones se planificaban con ese propósito también. El resultado final era el que usted cuenta de ese artista vienes, un intrincado diseño que concluía y terminaba en una cámara filmando una pantalla de televisor en la que aparecía lo que la cámara filmaba.
Se han hecho, desde entonces, muchas burlas y comentarios irónicos de tales artilugios y escenificaciones “artísticas”.
Yo no haré ninguna, pero no puedo evitar sonreír al pensar en ellas.
Saludos.
Los artistas, desde el Renacimiento se han tomado como modelos, y se han estudiado también, tratando de ofrecer una imagen "mejorada" de sí mismos, una imagen pensada más para cambiar la imagen que otros tenían de él, que para estudiarse de verdad.
EliminarEs cierto que las artes del siglo XX han ofrecido medios, impensables hasta entonces, gracias a los cuales los artistas han podido estudiarse, o cambiar de imagen. ¡Cuántos autorretratos filmados o fotografiados! Recuerdo una serie de un artista chino exiliado desde los años ochenta en Nueva York: consiste en 24x365 fotografías de si mismo tomadas, según un mismo encuadre, con una cámara fija: una foto cada hora, las veinticuatro horas del día, durante trescientos sesenta y cinco días, fuera de día o de noche, a fin de estudiar cómo iba cambiando. Por ejemplo, no se cortó el pelo en un año ni cambió de tipo de ropa. El efecto es alucinógeno, toda vez que las fotos se exponen en paredes, o juntas, una detrás de otra, pasadas a toda velocidad, en una película.
No estoy seguro, sin embargo, que se pueda saber más sobre este artista a través de estas imágenes.
Tercer comentario:
ResponderEliminarPido disculpas por aparecer otra vez. Pero hay una experiencia no visual, y sí sonora, que es escucharnos a nosotros mismos en una grabación. Siempre nos sorprende fuera de los profesionales de la radio o los cantantes, nunca reconocemos esa voz que oímos.
Perdón de nuevo por colgar tantos comentarios, pero es que la idea da para cavilar, es apasionante.
Y no seguiré con el tacto ni el olfato ni la experiencia íntima del sexo ni del propio pensamiento, o la experiencia intransferible del dolor, todas variantes del mirarse a sí mismo, del sentirse a sí mismo.
Me callo.
¡¡¡Saludos finales!!!
La experiencia de oirse en una grabación, siquiera en el contestador -de nuevo el teléfono- es terrible: oimos, por vez primera, cómo los demás nos oyen. Oimos el "verdadero" tono de nuestra voz. Y no nos reconocemos, o no queremos reconocer que somos esa voz con la que no nos identificamos. La sensación de ser otro, de no ser yo, es aún mayor que en una imagen. Muy cierto. Observación muy justa y apasionante.
EliminarMuchas gracias
La experiencia de hacerse un autorretrato en dibujo o pintura tambièn puede ser bastante terrorífica porque significa ir enfrentándose al propio subconsciente.
EliminarBien lo supo Dorian Grey cuando tuvo su retrato pintado enfrente suyo.
EliminarAunque es cierto que no se trataba de un autorretrato.
Es decir:a lo que piensas y sientes sobre tí mismo según lo vás haciendo.Con el movil no sabes qué vá a salir y te sorprendes.Con un autorretrato manual te enfrentas a qué eliges representar y qué rechazas
ResponderEliminarVeo a los jóvenes cómo corrigen, filtran, borran, matizan fotos tomadas con el móvil en el mismo aparato.
EliminarPueden esconder o acrecentar rasgos.
Pero la reflexión que implica la pintura, necesariamente más lenta, o más enérgica, pueda dar pi a retratos y autorretratos que ponen de manifiesto, al menos, el ánimo o la energía con la que se ha abordado el estudio del rostro, y de lo que se halla detrás.
No puedo sacarme de la cabeza este episodio “artístico” tan escalofriante que cuenta, un tirabuzón muy perverso. ¿Pudo el pobre, osado y retorcido artista vienés presenciar desde fuera de su cuerpo su propia muerte en la mesa del cirujano desde la lejanía física como si fuera un familiar más presente en su agonía? Eso me hace pensar en las personas guillotinadas que, según en el sentido que cayera su cabeza, su cerebro todavía con vida les permitía poderse ver fuera de sí separados del resto de su cuerpo momentos antes de fallecer; nadie ha sobrevivido para explicar la experiencia.
ResponderEliminarAhora ya es posible vernos por dentro, nuestras entrañas, en vivo y en directo, y en los álbumes familiares varias generaciones también podrán saber cómo eran como incipientes seres humanos, y cómo asomaron por primera vez la cabeza a este mundo tan apasionante y extraño.
Un cordial saludo.
La pregunta es: estas personas, como los decapitados, que "vivieron" un hecho mortal, y se vieron morir -pero no pudieron contarlo- "aprendieron" algo que los demás no hemos logrado alcanzar (¿aún?), algo que no pudieron comunicarnos? ¿Aprendemos "de verdad", nuevas "verdades" en situaciones extremas, o es la vida cotidiana la que, cada día nos enseña -y nos revela cómo reaccionamos ante hechos banales?
EliminarNo lo sé
Desde luego, el verbo "reflexionar" debería estar fuera del vocabulario de los artistas. Platón reflexionaba; no estoy seguro que Fidias lo hiciera, perdón, pudo reflexionar, pero no sé si los relieves del Partenón son una "reflexión" ni quieren ofrecer una "reflexión". Dan qué pensar, y alegran o seducen, seguro, dan qué pensar mientras, o puesto que seducen, pero no son un enunciado "filosófico", me parece
Yo me hago las mismas primeras preguntas.
EliminarPero de las experiencias, aprendemos de ambas, de las extremas y de las cotidianas, aunque sin duda de forma diferente. Todo aquello que vivimos tiene consecuencias porque seguimos viviendo y lo podemos recordar. Pero la última experiencia es intransferible, sea por decapitación, por morfina paliativa o por infarto irreversible.
Totalmente de acuerdo con la segunda parte de su comentario.
Saludos.
Quizá los decapitados aprendieran algo pero fueron incapaces de transmitir su descubrimiento, por lo que es un descubrimiento inútil. Ni ellos se transformaron vitalmente, ni nos transformaron.
EliminarSupongo que el artista vienés pensaba vivir para contarlo. otra cosa es que lo hubiéramos creído.
El vano empeño del experimento del artista chino al fotografiarse exactamente igual cada hora durante un año entero, es un buen ejemplo de la pretensión poco madura de “reflexionar” que pretenden muchas de las propuestas artísticas contemporáneas que tienen su base en el arte conceptual. Propuestas que se basan en ideas que en casa aprendí a llamarlas “ideas de bombero” (dicho con todo el respeto hacia esta admirable y entregada profesión): ideas que no llevan a ninguna parte ni contienen ni un ápice de emoción o poesía.
ResponderEliminarAl contrario de su intención, muchos de estos artistas se centran en ocurrencias inocuas, y parece que no sepan qué es el humor y simplemente lo confunden con ser graciosos. Ni tampoco parece que tengan en cuenta recursos tan útiles como la elipse, una sofisticada manera para comunicar mejor y no perderse en minucias.
Este experimento mencionado no tiene color si lo comparamos con la célebre serie de fotografías que Nicholas Nixon hizo de su mujer Bebe y sus otras tres hermanas: “Las hermanas Brown”. En esta serie de fotografías, retrata a las cuatro hermanas una al lado de la otra siempre en el mismo orden de colocación, una vez al año, de los cuales ya ha completado treintaiocho. Toda una vida.
A imitación de ésta, se han hecho otras series parecidas en las que al cabo de un tiempo, una de las personas del grupo fotografiado reiteradamente ya no está. Sin quererlo, y de forma inexorable, todos hemos pasado por esta experiencia al repasar nuestros álbumes familiares.
Una mirada del artista fuera de sí, mirando a seres queridos muy próximos, una inteligente y generosa manera de mirarse a sí mismo y el paso del tiempo, algo realmente trascendente, a diferencia (a mi modo de ver), de saber cómo nos podemos contemplar el cogote “fuera de nosotros mismos”.
Un cordial saludo.
Acerca de este tipo de obras que reflejan el paso del tiempo, amén de los autorretratos de Rembrandt, para mí la cumbre de este tipo de desvelamiento, existe una obra del modesto artista alemán actual, Hans-Peter Feldmann, consistente en cien retratos individuales, de cien personas, de uno a cien años. La obra compone una serie. Las fotografías se disponen en una línea. Inquieta.
EliminarTotalmente de acuerdo con el ejemplo de Rembrandt y el paso del tiempo; yo le añadiría Van Gogh como ejemplo y cumbre de la obsesiva búsqueda de sí mismo.
ResponderEliminarNo conocía a este artista, y especialmente me ha gustado la serie de fotografías que menciona. Nos ofrece una obra donde intelecto y sentimiento se funden sin mediar otros recursos que los visuales, que incluye el inquietante montaje y la idea que subyace al verlos todos reunidos por orden. Toda una vida en cien vidas.
Saludos.
La obra de los grandes autorretratistas es fascinante. Käthe Kollwitz es otra artista, alemana, de los años treinta -tiene un museo en Berlín-, cuyos autorretratos son prodigiosos, y turbadores.
EliminarMe alegro que la obra de Feldmann le haya gustado
Es reconfortante y un placer escaso como los oasis en el desierto leer una conversación inteligente como la que ustedes dos nos están ofreciendo. Gracias por ella.
ResponderEliminarHablan ustedes de reconocerse, conocerse a sí mismo y a los demás, esos a los que muchos llaman “el otro”.
Entender y poder describir el paso del tiempo que nos aleja de algo y nos acerca a algo parecido aunque no igual, en una extraña sensación de estar regresando a casa.
Hablan también de recuerdos y de esas series de fotografías que tratan de fijarlos como si fueran mojones.
H. Gombrich, el gran historiador de Arte, decía en “La imagen y el ojo” al citar a Max Liebermann que recordaba a su vez a un profesor suyo, quien afirmaba que “lo que no se puede pintar de memoria no se puede pintar”. O, dicho de otra manera, sólo podemos pintar aquello que somos capaces de recordar porque la realidad nunca es descubierta, sólo es reconocida al ser recordada y que al ver y mirar una imagen se puede reconocer en ella el mundo o parte de él.
Félix de Azúa, en su célebre “Diccionario de las Artes”, en la entrada correspondiente a “Poesía”, nos recordaba (resumiendo) que:
“La poesía es la verdad del arte. La verdad, para cada cual, es la resistencia al dolor durante una vida entera. Por lo tanto la poesía no nace de la conciencia del poeta, sino de su coraje.”
Yo siempre he interpretado ese “dolor durante una vida entera” como la capacidad de soportar el dolor que causa la experiencia del tiempo porque en ella, en esa experiencia, se encuentra la muerte y la muerte es la frontera del mundo.
Y hablan ustedes de retratos y de autorretratos, otra extraña frontera que, siguiendo a Gombrich, es un difícil ejercicio de memoria que no logramos nunca resolver del todo, siempre hay algo que se nos escapa como si al mirarnos en el espejo nos dijéramos a nosotros mismos: “ése que veo y que me mira indagador me suena de algo pero no sé exactamente de qué, no para de imitarme, hace las mismas muecas que yo”.
Saludos.
Muchas gracias por recordar a Gombrich, un tanto olvidado hoy.
EliminarNo sé si se podría decir que el trabajo más arduo del artista, o un trabajo verdadero, es el de escrutar al ser humano, particularmente a sí mismo, por lo que un ""arte mayor", fuera cual fuera el género -pero sobre todo la pintura-, sería retrato pintado, hoy en decadencia, pero a un cierto renacer, como ocurre en esta última convocatoria del premio inglés Turner, o la fama, quizá injustificada, de la artista Marlène Dumas.
El retrato y el autorretrato tienen, en efecto, el poder, al mismo tiempo, de detener el tiempo, y de observar el paso -o los estragos- del tiempo. De ver al ser en el tiempo, que es, inevitablemente, el único "lugar" donde puede "estar" o acontecer.
Sí que lo es de fascinante, y mucho. Conocí la obra de Käte Kollwitz a través de un libro de John Berger. Era una dibujante y grabadora extraordinaria.
ResponderEliminarCoincidiendo con quienes lo afirman, para mí el mejor autorretrato sigue siendo el de Velázquez en "Las Meninas". Él y su extraordinaria circunstancia.
Igualmente intrigante es cuando el pintor se ha autorretratado tomando el papel de uno de los personajes, o el personaje principal, como hizo Caravaggio con la cabeza de Goliath (decapitada). O como hizo el mismo Velázquez, según se supone, como un soldado más en la "Rendición de Breda", mirando hacia el espectador (a cámara), como dos personajes más. Una premonición de la instantánea fotográfica.
Saludos.
Siento una predilección, no sé porqué, por las tardías etapas de los pintores, por lo que los últimos retratos y autorretratos de artistas como Tiziano, Rembrandt, Velázquez, Goya o Picasso, son impresionantes. El rostro suele estarsereno, no se engaña, pero tampoco manifiesta amargura; a decir verdad, expresa a veces, amén de entereza, fiereza u orgullo -de haber ido más lejos en el tiempo-, y serenidad. Ilusión, no, también es cierto.
EliminarEl juego entre personaje y artista es intrigante porque no se sabe si esconde un mensaje en clave -sin duda- o si el artista se ha escogido como modelo por facilidad.
Pero a menudo el artista parece comunicar algo a través de la efigie de una figura que actúa a quien cede sus rasgos.