La Teogonía del poeta griego Hesíodo (s. VII aC) es el relato más completo sobre la creación del mundo y de los dioses en la Grecia antigua. Marca detalladamente como el mundo fue engendrado a partir de tres fuerzas divinas (el Abismo -Caos-, la Atracción -Eros-, y la Tierra-madre -Gea-), unidad entre sí, o generando nuevos dioses por sí mismas.
Esta cosmogonía no era la única. Los griegos tuvieron distintos relatos acerca de los orígenes del universo. En Homero, por ejemplo, se detecta ocasionalmente que creía en -o se basaba en- una historia que daba la primacía al Océano: las aguas matriciales; un relato que podría estar emparentado con mitos mesopotámicos, aunque ambas narraciones pudieran ser independientes.
Textos menores o tardíos (algunos atribuidos a Orfeo) guardan el recuerdo de diversos otros relatos.
Ferécides de Siro fue un poeta -que algunos consideran como un pensador pre-socrático- del s. VI aC que escribió un relato mítico acerca de la creación del universo. Éste difiere sustancialmente de lo que Hesíodo narra, y que se anticipa a las descripciones del universo de sabios pre-socráticos como Tales, para quien el universo fue constituido a partir del agua -aunque no fue engendrado por una divinidad de las aguas-. Se titulaba Los Siete Espacios, o las siete Estancias (Heptamuchos -muchos nombra la parte más recoleta o secreta de una casa o una ciudad: un lugar seguro, un verdadero abrigo).
El poema de Ferécides se ha perdido. Se conservan empero citas suficientes, a veces en autores tardíos, cristianos incluso, para esbozar las grandes líneas del relato, y que demuestran que refleja una creencia o una concepción que llegó hasta finales de la antigüedad.
En los orígenes éranse tres divinidades increadas, existentes desde siempre: precedían la creación del universo -una visión que contrasta con el resto de los mitos cosmogónicos y teogónicos-. Estos dioses se llamaban Zas (emparentado quizá con Zeus), Crono (El Tiempo) y Ctonia (una divinidad de las profundidades). El Tiempo crea -y destruye-, pero no es creado: discurre desde siempre: dibuja el marco temporal en el que la vida acontece, del mismo modo que las Estancias conforman el espacio en el que anidan y se configuran los seres y los entes.
Crono se masturbó cuantos tantos otros dioses principales mesopotámicos o egipcios. Su semen dio lugar al fuego, el aire o el viento (el pneuma, es decir, el espíritu o, mejor, el soplo vital), el agua, la tierra, y un quinto elemento desconocido dado que parte del texto se ha perdido. Estos cinco elementos o potencias divinas fueron depositados en cinco concavidades: cinco moradas, cerradas con puertas selladas. Cinco oquedades que evocan vagamente las del cuerpo del dios sumerio Enki en el que engendró a diversas divinidades femeninas. Estas estancias celestiales también pre-existían a los inicios del mundo. Existía, así, un espacio compartimentado en el que moraban El Tiempo, su hijo el dios de la luz, y la diosa madre.
De la fecundación de los elementos depositados en los antros matriciales, éstos,, las moradas divinas, dieron a luz a una serie de nuevos dioses. La creación se había desencadenado.
Fue entonces cuando nació Ofión: una serpiente descomunal que se alzó contra Crono. La lucha a muerte entra ambas divinidades, que quizá simbolizaran los poderes de la luz de la noche, recordaba la que ya habían sostenido divinidades babilónicas como Tiamat y Marduk, cananeas como el solar Baal y Yam, una serpiente marina, o griegas como Zeus y el dragón Tifón -según el mito cosmogónico de Hesíodo, distinto del posterior de Ferécides-. La contienda fue sin duda dramática y revolvió los cimientos del mundo. Concluyó con el triunfo del Tiempo.
Entonces, Zas, hasta entonces quieto, se metamorfoseó en Eros -o Eros lo impulsó hasta convertirlo en un dios deseoso- y acercó a la diosa Ctonia para esposarse con ella, y estabilizar el universo. Los esponsales duraron tres días. Tuvieron lugar en múltiples estancias amuebladas y requirieron el trabajo de un sin número de sirvientes. Zas regaló a Ctonia un manto bordado: en él estaban punteadas las figuras de Ge, la tierra, y Ogeno -el Océano-, así como las estancias del dios de los mares: doomata, que significa tanto moradas cuanto estancias propias (de un texto sobre papiro del s. III dC: G.S. Kirk & all: Los filósofos presocráticos. Textos, Gredos, 1987, n. 53, p. 98).
Zas tendió el manto sobre una encina (el árbol propio Zeus), cuyo tronco y cuyas ramas estructuraban y sostenían el universo. El manto, alzado como una tienda, cubrió el vientre de Ctonia, convertida, desde entonces, en Gea, la tierra florida entre las aguas de los océanos. La vida había prendido en la tierra. la creación había concluido. Las fuerzas draconianas habían sido vencidas y el mundo estaba armado de tal modo que se podía cubrir con un manto deslumbrante, fruto de la unión del cielo y de la tierra.
El resto del poema se ha perdido.
La ceremonia nupcial significaba el control definitivo de Zas sobre el universo y sobre los instrumentos o procedimientos de la creación. A partir de entonces, las sucesivas generaciones estarían bajo la égida de Zas. Hasta entonces, el Tiempo, y la Tierra mandaban. Eran capaces de engendrar sin discernimiento. Ahora el universo crecería ordenadamente. Las bodas, que simbolizaban uniones con vistas al crecimiento planificado de seres y enseres, quedaban instituidas como ritual necesario y preferente en la historia del cosmos, e implicaban que éste -Gea o Ctonia, principalmente, pero también el Océano, que formaba parte de la superficie de Gea- se sometía a los designios del dios padre Zas.
La composición es un mito. Sin embargo, se desmarca de un mito tradicional -o de un verdadero mito- por la preexistencia de fuerzas divinas increadas, y por la concepción del universo como un todo orgánico compuesto por espacios separados y articulados, en los que la vida prende como en una matriz: espacios de vida. El universo es concebido así como un conjunto de siete estancias que aguardan la vida que se albergará con toda seguridad en ellas. Siete estancias para Siete días.
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