Hace unos meses, se desmontaba el museo Barbier-Muller, en la calle Montcada de Barcelona, con una notable colección privada de arte precolombino -aunque con una alguna pieza husmeada por la justicia-, después que, al parecer, el Ayuntamiento de Barcelona se negara o no pudiera pagar lo que el coleccionista pedía para la cesión definitiva o la renovación del préstamo (desde entonces, la colección se dispersa en una subasta). Apenas la prensa nacional y extranjera comentó desfavorablemente la noticia, el Ayuntamiento se apresuró a anunciar la creación de un nuevo museo en los locales vaciados: el Museo de las Culturas del Mundo.
Un año apenas más tarde, esta colección permanente se inaugura (a finales de 2014, para poder ser presentada antes de las próximas elecciones municipales).
Se trata de un museo que reune varias colecciones privadas, entre las que se encuentra la colección Folch -con un gran número de piezas, de calidad variable, que comprende o comprendía desde obras maestras, casi todas ya vendidas recientemente en condiciones misteriosas, al parecer, hasta recuerdos de aeropuerto, como los calificaba un experto-, la extraordinaria colección Durán -que cede, lógicamente, una mínima parte de las obras- y piezas del desfallecido Museo Etnológico: obras asiáticas, africanas, de Oceanía y de América del Sur. Nada de Europa (ni del Egipto faraónico -África del norte-, ni de Mesopotamia -Mediterráneo Oriental, y Asia Central), presentados en museos de arte (Museo Nacional de Arte de Cataluña, MNAC) y de arqueología. Se considera que la historia occidental del arte (que engloba, o se apodera, de Egipto y Mesopotamia) sigue derroteros distintos. Occidente produjo arte, el resto del mundo, útiles o fetiches. La segunda afirmación es cierta; los humanos, al crear entes, rivalizaban con los poderes sobrenaturales; la primera, empero, es cuanto menos ingenua (por no decir perversa). ¿Acaso los occidentales eran distintos? Solo hay que leer a Platón, el padre de la teoría del arte (occidental), para descubrir cuánto temía el poder subyugante de las imágenes. ¿Arte, por cierto? Ídolos, mejor dicho, como bien los denomina Platón. Es decir, fetiches. Las obras de "arte", creadas para producir placer, o para ilustrar deleitando, son una invención del siglo XVIII, en Europa y en Extremo Oriente. ¿Etnocentrismo? ¿racismo? o ¿incultura?
Obras de épocas y espacios muy distintos cohabitarán juntas solo porque nos parecen exóticas (y antinaturalistas, por no decir antinaturales). Muchas, en efecto, son el reflejo o el resultado del dominio colonial.
El Ayuntamiento de Barcelona proclama que no existe un museo "de esas características" en mil doscientos quilómetros a la redonda (obviando la próxima apertura del Museo de las Civilizaciones de Lión), es decir a mil doscientos quilómetros del Museo de las Artes Primeras de París.
Este Museo se inauguró tras una decena larga de años de encendidas discusiones sobre su pertinencia. ¿Era lógico que el obrar occidental estuviera en un museo "de arte" y el obrar "no occidental", en un museo "etnológico", o de artes calificadas de primeras, aunque bien podían ser del siglo XX, mientras que el obrar neolítico europeo -y del Próximo oriente, considerado como el origen del europeo u occidental- fuera calificado de arte y se emplazara junto al arte -arte, sí, en este caso-, del siglo XIX. Una pequeña selección de obras maestras "no occidentales" instaladas en el Louvre, donde siguen, avivó el debate. Mientras el Museo del Louvre distingue entre las escuelas pisanas, umbrías, toscanas, etc., por referirnos solo en el siglo XIII, amalgama, en una misma sala, obras de culturas tan distintas, separadas espacial y temporalmente, como la Maya y la Nepalí, obviando la propia historia y las conexiones históricas y las influencias culturales de cada una de estas culturas. El debate se ha calmado, pero el Museo de las Artes Primeras no deja de producir sonrojo o vergüenza ajena.
Aquí, en Barcelona, tenemos menos miramientos. Un decenio de debates reducido a una noticia periodística que anuncia el cierre de un museo y su sustitución, casi inmediata, por otro, presentado como un museo casi único, para promocionar Barcelona, que se sitúa en un eje (¿?) que comprende el Centro del Born y el Museo del diseño (Dhub), situado a una decena de quilómetros del Museo de las Culturas del Mundo. Culturas que no comprenden las occidentales, quizá porque, en el fondo, pensamos que aquéllas, no son culturas. Incultura, desidia o simple oportunismo.
El arte para el placer, ¿una invención del siglo XVIII?
ResponderEliminar¿No lo eran ya los frescos y esculturas en la Domus Aurea?
Saludos,
Santiago
Es cierto que el componente mágico o sagrado del arte helénico y romano republicano se fue perdiendo durante el Imperio en favor de un arte decorativo; mas Nerón aun era religioso o supersticioso, y no se tiene que descartar que los frescos de la Domus Aurea tuvieran una función profiláctica, proyectaran a Nerón y su época en la edad del mito, o evocaran la Edad de Oro que, tras el renacer bajo Augusto, retornaba con Nerón.
ResponderEliminarEs posible que existieran imágenes solo para el placer de los sentidos antes del siglo XVIII, pero definir la obra de arte únicamente como el motor del placer sensual -al tiempo que intelectivo- fue posiblemente la gran aportación del siglo XVIII.
Gracias por la puntualización.
Caramba el 29 de enero en este mismo blog usted señor Tocho calificaba la política de este nuevo museo de oportunista.
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