jueves, 13 de febrero de 2014
Apelles y la representación de lo irrepresentable.
¿El arte innova?
La historia del arte presenta saltos. De pronto, aunque se puedan rastrear obras del pasado inmediato que apuntan a un cambio formal y temático, aparecen obras de arte, como las Señoritas de Aviñón, de Picasso, que parecen romper con lo abordado hasta entonces; mas, cabe preguntarse si el arte, antes que innovar, interpreta una serie necesariamente limitada de temas que siempre han estado presentes pera que, hasta una época determinada, no han suscitado el interés, o no se ha descubierto lo que podían aportar a la percepción o la comprensión del mundo hasta que un artista, reflexionando sobre temas enunciados en el pasado, intuye qué se podría decir a partir de dichos motivos, de los que ofrece lecturas novedosas o inesperadas.
El concepto de lo sublime, establecido por Kant, constituye una de las fecundas rupturas en la historia del arte. Temas, hasta entonces obviados, como tormentas y cataclismos, que sugerían peligros, y no apaciguaban el alma -pero que, paradójicamente, la exaltaban al disponer al espectador a soñar qué ocurriría si se enfrentara a un escenario semejante al representado, cómo se comportaría, qué sentiría, y cómo superaría la prueba a la que se vería abocado-, se convirtieron en motivos de estudio. El arte tenía como función sacar la grandeza del alma enfrente de los peligros de la vida.
Este concepto no era nuevo. No solo filósofos del siglo XVII como Hume ya destacaron las posibilidades expresivas de temas que evocan situaciones peligrosas o dantecas, reales y no imaginarias.
Estas escenas son calificadas de sublimes: llevan hasta el límite (limes) la resistencia anímica. En verdad, lo verdaderamente sublime no es la escena sino la reacción anímica ante el peligro. De algún modo, lo sublime se asemeja a la catarsis aristotélica: una obra es capaz de sacar lo mejor del ser humano, puesto que se imagina inmerso en lo que la obra muestra, y piensa cómo reaccionaria ante una situación similar, descubriendo facetas inéditas de su alma.
Ya en el siglo XVII se sabía que lo sublime no era un concepto nuevo, sino que un poeta helenístico, Longino, había escrito un breve tratado precisamente sobre este concepto, bien enunciado y destacando su potencial artístico.
Parecía que Longino sí había abierto la puerta a una nueva visión del mundo, mostrando lo que no se veía o lo que no se quería ver, y que la aportación del barroco y del Siglo de las luces, consistió en convertir este tema, marginal, en central, destacando que el arte verdadero, y no tan solo decorativo, era el que era capaz de turbar el alma o el ánimo profundamente, removiendo ideas o conceptos bien asentados.
No queda claro, sin embargo, que Longino hubiera descubierto un mundo nuevo.
Antes que él, el escritor romano Plinio, en la Historia Natural, que contiene, entre otros temas, una historia del arte (una historia de los artistas), describe las bondades del pintor griego Apeles. Entre éstas, Plinio destaca que Apeles "representó cosas que supuestamente no pueden ser representadas en pintura -truenos (bronte, que también designa el estado anímico de quien se enfrenta a una tormenta: la estupefacción), rayos y relámpagos (keraunobolia; al igual que bronte designa una causa y un efecto; se traduce también por fulminado).
Longino habría muy posiblemente partido del comentario de Plinio sobre el arte de Apeles. No cabe, sin embargo, imaginar que lo sublime se remonte solo a Plinio sino que, seguramente, autores anteriores ya destacaron la potencia de temas dantescos en el arte y en relación al ser humano.
Las virtudes del arte de Apeles, que Plinio comenta, recuerdan, por cierto, las que Giorgione pintó en el enigmático cuadro "La tempestad". ¿Quise acaso rivalizar con Apeles, tentativa a la que un gran número de artistas renacentistas se dedicaron?
Todas estas son cuestiones recurrentes en la Historia del Arte, un constructo, humano también, que intenta describir, interpretar y al mismo tiempo influir en aquello que estudia y viceversa, pero que en buena parte es autónomo, es decir, y aunque parezca una boutade, la Historia del Arte no es exactamente ni el Arte ni su devenir ordenado en el tiempo. Igual que una pipa no es una pipa la Historia del Arte tampoco es la historia del Arte. Hilde Domin ya lo dijo en un poema: “una rosa es una rosa, pero un hogar no es un hogar”.
ResponderEliminar¿Es el Arte una rosa?, lo ignoro, ¿Una rosa es arte?, no tengo ni idea, sin embargo, de lo que estoy seguro es que el Arte no es ningún hogar ni viceversa.
¿El Arte innova?
¿Existe progreso técnico?
¿El conocimiento que tenemos sobre el mundo es mayor y mejor que antes?
¿Este conocimiento pertenece a más personas?
¿Existe progreso moral?
¿La pregunta cuarta es una pregunta moral o solamente estadística?
¿La pregunta quinta es en sí misma una pregunta moral o solamente descriptiva como la primera?
¿El Arte es como la moda que necesita aportar novedades o seudo novedades cada temporada?
¿Lo irrepresentable puede ser representado? Sí, naturalmente, sólo necesitamos formular una nueva lista de cosas irrepresentables que podamos representar, así de sencillo.
Si pensamos, como piensan muchos historiadores del Arte, que no se copia la realidad sino solamente otras obras, concluiremos que el Arte no innova, solamente se repite en una especie de extraña endogamia y que, como mucho, interpreta la manera de mirar del momento y hace sensible su manera de pensar y esa lista variable de cosas irrepresentables, los meteoritos del señor Azúa y la capacidad del poeta de soportar el dolor.
La cultura, el medio, el tiempo determinan qué forma se dan alas ideas o los conceptos. Aquélla determina qué imagen se acaba teniendo de un tema.
ResponderEliminarMas las ideas o los conceptos quizá sean casi siempre los mismos. Lo qué se percibe del mundo, quíza la manera cómo se mira al mundo sea constante, solo varíe la manera de plasmar lo que se percibe.
Por eso, es posible que rayos y truenos han sido un tema, diversamente mostrado, recurrente en el arte, como recurrente fe el simbolismo o significado asociado a aquéllos, juzgados como una manifestación inexplicable y, por tanto, sobrenatural.
Truenos y rayos siempre fueron visibles y siempre inquietaron. Lo que quizá varió fue no solo cómo reproducirlos sino qué importancia darles o, si convenía plasmarlos: su representación ¿acaso no causaría daños?
Gracias por sus comentarios