jueves, 27 de marzo de 2014
EL NACIMIENTO DE VENUS
Un visitante se desnuda o se presenta desnudo ante un cuadro: el "Nacimiento de Venus", de Sandro Botticelli, expuesto en la Galería de los Oficios de Florencia. No contento con exponerse de la guisa, el visitante lanza pétalos a la obra, y se arrodilla. Afirmaría, minutos más tarde, tras su detención temporal, que quiso honrar una obra maestra.
Hubo, en otro tiempo, un artesano que esculpió una obra tan bella que solo le faltaba aliento para reinar entre los seres vivos. Se trataba de una imagen femenina. Pigmalión, que así se llamaba el escultor, imploró a Venus, la diosa del amor y del deseo, que, en ocasiones, satisfacía los más secretos anhelos, que permitiera que la estatua se convirtiera en su esposa. Ante las súplicas, y el deplorable aspecto del artista, Venus cedió, y accedió a sus ruegos. De pronto, la fría superficie marmórea de la estatua se volvió blanda y tibia, y un contoneo, imperceptible al principio, dobló la rigidez de la figura. Por fin, descendió de la base. Pigmalión cayó a sus pies.
El mito de Pigmalión pareció repetirse hace un par de días en Florencia. Como Pigmalión, el visitante era un artista, practicante de las artes performativas. Su obra, ejecutada en un espacio dedicado al arte, consistió en una serie de gestos -lanzar pétalos y arrodillarse con las manos juntas en signo de oración o de adoración-, desnudo, ante un cuadro-, llevados a cabo casi ritualmente.
La acción podía ser juzgada como una versión o un homenaje a na obra anterior, una pintura, en este caso. La acción interpretaría el cuadro, o la imagen que el cuadro desvela.
Esta acción solo podía tener sentido si el visitante era un artista; pues en este caso, necesariamente aquélla se convertía en una creación a su vez. Si el artista hubiera sido un simple espectador, el homenaje hubiera sido, no un sacrilegio, pero sí una respuesta errónea al sentido o la función de la obra. Ésta no solo ofrece una imagen de la diosa de la belleza sino que está ejecutada de tal modo que suscita sentimientos de belleza y puede, así, ser calificada de bella -aun cuando la belleza resida más en el ojo o la imaginación del espectador que en la obra: un visitante nada familiarizado con las convenciones del arte naturalista clásico quizá no hubiera manifestado interés alguno en esta obra-. pues una obra tiene que suscitar interés; pero de un tipo muy particular: un interés desinteresado. Es decir, para que la obra puede ser apreciada como una obra de arte, y pueda ser, de algún modo, homenajeada, es necesario que el interés que despierta en el espectador no lleve a éste a ejecutar gestos que denoten un interés manifiesto, como si el visitante estuviera falto de algo que el cuadro le proporcionase: no se puede juzgar adecuadamente cuando se necesita lo que se valora; el interés prima entonces sobre las cualidades de la obra. Así, gestos como lanzar pétalos y arrodillarse no hubieran sido de recibo. Solo hubieran manifestado el deseo provocado por la obra, un deseo no estético -sino erótico, o manifiestamente erótico. Éste solo puede emocionar, actuar sobre el espíritu, no sobre el cuerpo. Los gestos ostentosos hubieran invalidado las cualidades "espirituales" de la obra, reduciéndolo, o convirtiéndola en una mercancía -que se adquiere por simple necesidad y, necesariamente, se abandona cuando la necesidad ha sido satisfecha.
Pero el visitante era un artista. Su interpretación de la obra consistió en la creación de otra obra, una acción ejecutada ante el cuadro. El interés de la acción -relativo o no- no se valora. El juicio que merece no entra en consideración a la hora de comentar aquélla.
La interpretación tuvo en cuenta una interpretación anterior: el célebre y majestuoso comentario al cuadro de Botticelli que el filósofo Eugenio Trías publicó en su ensayo Lo bello y lo siniestro. El homenaje o interpretación al Nacimiento de Venus también se dirigía al texto de Trías.
La acción incluía el desnudo del artista y el lanzamiento de pétalos. Ambas acciones -si es que un desnudo es una acción y no solo una pasión- tienen su lógica: Venus emerge de las aguas desnuda y, en El nacimiento de la primavera, pintado también por Botticelli para ser expuesto junto al Nacimiento de Venus, la diosa vuelve a mostrarse, vestida en este caso, mientras una lluvia de pétalos cae sobre el regazo de Flora que personifica a la estación.
Sin embargo, la acción, que parece responder a las imágenes que ambas obras de Botticelli presentan o "desarrollan", es similar a otras del mismo artista Adrián Pino Olivera (1989). Actuar desnudo, echando flores o manchas carmesíes, parecidas a pétalos, parece ser una constante. Es posible que todas sus acciones requieran este tipo de actuación, aunque es posible que esta manera de interpretar sea un signo estilístico, como los trajes imposibles de Lady Gaga o los pantalones cortos del guitarrista sesentón de AC/DC. En este caso, el interés recaería en el artista, no en su obra. Querría que se le viera, y no se viera su obra -a menos que él fuera su obra; pero en este caso, el viaje a Florencia, y la acción ante el cuadro de Botticelli hubiera sido innecesaria; exponiéndose en cualquier lugar hubiera sido suficiente.
El homenaje a Botticelli, pues, no sería tal; sería un falso homenaje; éste sería una falsa obra; esto no significa que el artista hubiera querido engañar, sino que su acción no fue una obra de arte, no entraría dentro del género del arte. ¿Es necesario que un artista sea sincero? En absoluto: Solo es necesario que se sepa qué acontece, en qué consiste la obra, si es una obra. Una interpretación de una obra de Botticelli que no lo es, no puede ser apreciada, considerada como algo que se pueda, se deba contemplar e "interpretar". El problema no reside tampoco en que el artista haya sido, en verdad, su propia obra. Desde Gilbert & George, en los años sesenta, un cierto número de creadores se han expuesto a sí mismos (por ejemplo de pie, quietos, vestidos o no, sobre una peana, en una galería). Ellos eran, y son, su obra. Reside en que el artista ha afirmado haber realizado una obra que no era. No era un homenaje. No se puede apreciar algo que no "es", que no tiene entidad. Pues no hay nada que ver, nada que interpretar.
Una acción siempre es un acontecimiento. Único. Repetida, del mismo modo, en cualquier sitio, deja de tener "sentido" -a menos que la acción consista en desarrollarse del mismo modo en cualquier sitio, independientemente del contexto. En este caso, sin embargo, no podría titularse "Homenaje a Botticelli", salvo que se presentara explícitamente como un homenaje, idéntico a cualquier otro homenaje que ya hubiera realizado o pensara realizar. No parece que ésta fuera la intención del artista. Quería, se diría, que se creyera en su interpretación del cuadro de Botticelli, en que su acción era una sentida, vivida "lectura" del cuadro renacentista. Pero solo se interpretó a si mismo; es decir, se parodió.
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