lunes, 21 de abril de 2014
Villa Arpel (1956): Pabellón de Francia, XIV Bienal de Arquitectura, Venecia, (junio-noviembre 2014)
Por fin una Bienal de Arquitectura que no interesará solo a los más aguerridos arquitectos modernos.
El pabellón francés en la próxima Bienal de Venecia de 2014 estará dedicado a la mítica villa Arpel, protagonista de la sátira de Jacques Tati, Mi tío (Mon oncle), de 1956.
La razón es irónica. La 14º Bienal, dirigida por Rem Koolhass, está dedicada a cómo los distintos países fueron limando sus peculiaridades arquitectónicas en favor de un único estilo canónico, moderno, y cómo éste fue recibido e interpretado. La lectura francesa muestra el papel que el cine jugó -y juega- en la difusión y defensa de ciertos modos y formas de vivir, y lo hace en clave paródica. La Villa Arpel es a la vez un sueño y una pesadilla, un encanto y algo grotesco. La modernidad convertida en dogma, casi religioso. Es decir, anti-moderna.
La villa de los Arpel (un decorado construido en un gran hangar, en verdad, proyectado por el pintor ydecorador Jacques Lagrange -1917-1995, habitual co-guionista con Tati de las mejores películas de éste) -una familia entregada en cuerpo y alma a los últimos adelantos, por gusto y convicción, y para deslumbrar al vecindario, más proclive a las casas desastradas-, cumple con todos los requerimientos de la modernidad. Volúmenes geométricos sencillos y contundentes, colores eléctricos, jardín abstracto, muebles incómodos como esculturas, y gadgets por todas partes que se activan cuando no se necesitan y se quedan mudos si se requiere sus servicios.
Aunque la casa sea desalmada, tiene un alma. Está viva. Sus ventanas circulares rondan como ojos abiertos y escudriñadores de noche, cuando los habitantes, como fantasmas, se deslizan junto a los muros imperturbables y blancos.
Sus moradores le rinden culto. Sacrifican a la modernidad. La villa Arpel es una diosa, tan caprichosa, imprevisible e inconsecuente como cualquier divinidad.
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