lunes, 23 de junio de 2014
Estatuas mesopotámicas: ¿qué eran, qué representaban, cuál era su finalidad?
Las esculturas mesopotámicas responden casi siempre a un mismo modelo: figuras de pie o sedentes, masculinas o femeninas, frontales, las piernas juntas, vestidas con una pesada falda de lana que en el caso de las figuras femeninas cubre todo el cuerpo, los ojos incrustados bien abiertos, y las manos juntas, portando a veces un recipiente.
Los representados suelen ser humanos: donantes o sacerdotes, aunque se sabe que existían estatuas antropomórficas que representaban a divinidades. Éstas se han pedido: posiblemente se compusieran de una estructura de madera, recubierta de ropajes, con las manos, pies y la cabeza, de piedra o marfil, más o menos naturalistas, como las muy posteriores estatuas criselefantinas griegas.
El gesto ha sido interpretado como de sumisión, adoración o respeto.
Las figuras no son naturalistas. No reproducen los rasgos de ningún individuo. Las convenciones gráficas están acentuadas, y el estilo de las estaturas varió poco a lo largo de los milenios, si bien la mayor parte de las estatuas conservadas son obras del tercer milenio.
Junto con estas estatuas de piedra, blanca o negra, que podían estar parcialmente pintadas, existían figuras de adobe o terracota, amén de la gran estatuaria de madera.
Las estatuas proceden todas de santuarios.
Se ha considerado que eran fetiches mágicos, aportados por un individuo al que la estatua sustituía. Depositado en el interior del templo, permitía que el donante estuviera, a través de su representante -la estatua-, en permanente contacto con la divinidad, lo que se probaba a través de los ojos bien abierto que expresaban admiración y temor, y desde luego eran un testimonio que el donante, gracias a la estatua, estaba en constante contacto visual con la divinidad, se hallaba bajo el influjo de aquélla -que moraba en la estatua de culto.
Sin embargo, las estatuas no eran monolíticas. Se componían de piezas sueltas que se juntaban: cabezas, tronco, extremidades, etc. Esto significa que la vida de la estatua era mucho más larga, ya que las partes dañadas se sustituían. De este modo, una estatua podía adquirir diversas funciones, dependiendo de la alteración de una parte de aquélla.
La historiadora Jean Evans piensa, hoy, que las estatuas tenían dos vidas. Inicialmente sustituían al donante. Éste imploraba la protección de la divinidad a través de su estatua. Mas, cuando el donante fallecía, la estatua no era destruida. Posiblemente, se le cambiara la cabeza y se convirtiera, ya no en un doble de un ser vivo, sino en la evocación de un antepasado. En este caso, la estatua entraba en el mundo divino. Y el culto ya no se dirigía, a través de la estatua, hacia la divinidad, sino que, dado que la estatura, ahora, era un doble de un antepasado o un ancestro, sino que se orientaba hacia la propia estatua (hacia el antepasado figurado por la estatua). La obra ya no era un medio, sino un fin. No canalizaba los ruegos y plegarias, sino que los recibía. Se convertía así en un objeto de culto.
Por este motivo, es imposible saber a qué se referían las estatuas mesopotámicas, cuál ra su razón de ser. Desde luego, eran objetos sagrados, pero en un caso su referente era humano, en otro divino (el antepasado al que se le rendía el mismo culto que a una divinidad). El posible que el culto a los ancestros era más vivo, ya que aquéllos podían actuar de manera más eficaz que los dioses siempre distantes.
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