lunes, 7 de julio de 2014
Arquitectura y naturaleza en la arquitectura islámica (El Alhambra, Granada)
Patio de los Leones, Alhambra (Granada)
Foto: Tocho, Julio de 2014
Los mitos sumerios se distinguen de la mayoría por no relacionar la aparición de las artes y la arquitectura con la caída y el mal. En los inicios, la tierra solía ser un Edén. No necesitaba nada; espacio perfecto e incontaminado donde la vida se desarrollaba en armonía. Tras la primera falta, de súbito, la tierra quebró. Hubo de trabajarla para sobre vivir. cultivar los campos, abrir canales y levantar murallas y techos para defenderse de unos enemigos y de las inclemencias hasta entonces inexistentes. El ser humano se volvió un creador como consecuencia de un primer acto destructivo.
Por el contrario, unos mitos sumerios describen la tierra de los inicios como un lugar inhóspito, en el que se vivía "mal" -hambre, enfermedades y una vida sin sentido reinaban-, que tuvo que ser completado y perfeccionado por el dios de la arquitectura, quien transmitió a los humanos las técnicas adecuadas para hacer fructificar bienes.
La mitología árabe coránica y pre-coránica que sustenta la construcción del Alhambra en Granada logra reunir ambas concepciones antitéticas de los tiempos primigenios.
Los palacios árabes miraban a los jardines del Generalife. Éstos evocaban el Paraíso: lo reconstruían. El espacio primigenio no era virgen: por el contrario se trataba de un espacio muy construido. Generalife significa el jardín del arquitecto. La perfección originaria no se oponía al primer gesto creador, que abre un surco o levanta un muro con tierra que ha arrancado de otro lugar, abriendo profundas heridas en la tierra, sino que resultaba de un trabajo físico e intelectual. el creado era un arquitecto, como ya ocurría en la Biblia, y su primera creación era el edén que un jardín rememoraba.
Los palacios del Alhambra no son construcciones, o, mejor dicho, son construcciones naturales; no se presentan como el fruto de un acto creativo que se desmarca de la naturaleza, sino que crea la misma. El patio de los Leones está erizado por ciento veinticuatro columnas, que son las ciento veinticuatro palmeras del Paraíso. Las acequias son los ríos paradisiacos por los que fluyen los cuatro líquidos que alimentan a los dioses: el vino, la leche, la miel y el aceite. Los leones defienden el Edén de enemigos externos -el mal no es consecuencia de ninguna caida, sino que es consustancial con los bienes que la creación conlleva; toda verdadera creación auna la luz y la noche; también defienden de la negrura que ocasionalmente oscurece el alma humana.
Las salas del palacio se cubren con cúpulas de las que gotean innumerables estalactitas (múcaras). Estas formas no recuerdan un techo sino la bóveda de una gruta. y, en efecto, las estancias son grutas: espacios naturales. fue en una gruta donde el arcángel Gabriel dictó el Corán a Mahoma; las palabras descendían de lo alta y se grababan en las paredes cuyos estucos recogen la inscripción del texto sagrado.
El Alhambra, y la arquitectura islámica en general, manifiesta el gesto creador. Éste no intenta reparar ningún daño provocado por un acto criminal o impío. No se aparta de la naturaleza herida. por el contrario, canta a la naturaleza de los orígenes: es la naturaleza originaria, donde se produce la revelación, donde la luz y la palabra anidas. La arquitectura es la construcción, no de un techo que nos oculta una naturaleza que se ha vuelto inclemente, sino de la naturaleza, en un estadio originario, capaz de acoger a la divinidad. El primer gesto creador no hiere la naturaleza sino que la desvela. Ésta solo se puede concebir como un espacio construido, porque así se convierte en un espacio humano, un lugar que acoge el encuentro de hombres y dioses, la iluminación de aquéllos.
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